DOS ENTREVISTAS
Begoña Pina pregunta
a Aki Kaurismaki
MADRID.- Prepararse
para hacer una entrevista a Aki Kaurismäki, uno de los más grandes cineastas
vivos, heredero del cine humanista de Ozu, Renoir, Ford, Chaplin…, pone un poco
los pelos de punta. Impone su descomunal talento, pero, honestamente, da casi
miedo por la fama que arrastra. Bebedor, arisco, de pocas palabras –“la gente
habla demasiado, sobre todo en las películas”-, imprevisible… ¿Cómo es ello
posible siendo el autor de obras maravillosas, tan profundamente humanas y
emotivas? ¿no es casi ridículo llevar cuarenta años retratando con inmensa
ternura y sensibilidad a los trabajadores, ahora también a los refugiados, y no
empatizar con otros seres humanos?
“Soy un hombre
sensible, aunque no lo parezca”. Este finlandés alto, grande, con 60 años
recién cumplidos, es especial. Sentado en una terraza de un bar de Vigo —la
barbilla pegada al pecho y mirando siempre desde abajo—, espera que termine la
proyección de su nueva película, "El otro lado de la esperanza". Otra
ración de gran cine, de cine único, de conmovedoras relaciones humanas, de un
sentido del humor y un absurdo bravísimos y puros, y, también, de pesimismo y
desaliento.
No quiere hablar de
trabajo hasta que no llegue el momento de la entrevista. Su vida en Portugal,
cómo llegó allí, sus perros, el vinho verde, el albariño, el cine mudo de
Lubitsch, Laurel and Hardy, una proyección de Roma città aperta en la que
cortaron las cabezas de Anna Magnani y Aldo Fabrizi, la lógica del idioma
finés, el ancho de las vías de tren en España y Portugal, la inquina hacia los
noruegos, la tristeza de vivir sin sol, la guerra civil de Finlandia… Aki
Kaurismäki es un ser humano entrañable, divertido y un colosal artista.
Después de La chica
de la fábrica de cerillas, Un hombre sin pasado, Ariel, Leningrad Cowboys Go
America, Luces al atardecer, Le Havre… Ahora El otro lado de la esperanza, por
la que ha merecido el Oso de Plata a la Mejor Dirección en Berlín. Historia de
Khaled, un joven sirio que llega a Helsinki, y de Wikhström, un comercial que
cambia de negocio y abre un restaurante sin mucho futuro. Este encuentra al
chico, que ha huido del centro de refugiados, al lado de los contendores de
basura de su local y le ofrece techo, comida y trabajo.
“Es, hasta cierto
punto, una película tendenciosa que intenta influir sin el menor escrúpulo en
las perspectivas y opiniones de los espectadores, al mismo tiempo que manipula
las emociones para conseguir su objetivo. Y dado que estos esfuerzos
fracasarán, espero que al menos quede una historia recta y melancólica con
toques de humor, una película casi realista en torno a algunos destinos humanos
en el mundo de hoy en día”.
Siempre ha contado
historias de trabajadores, ahora también de refugiados…
Con su cine, usted
se revela como cronista de su tiempo, pero lo hace con historias atemporales…
La atemporalidad
quizá surja de la juventud. Mi padre era vendedor puerta a puerta, íbamos de
ciudad en ciudad, hacíamos unos amigos y ¡paf! nos mudábamos. De joven yo
también pasé unos meses trabajando de lavaplatos, en la construcción… Solo fui
a la Universidad tres meses, porque me aburrí. No descubrí la verdad en la
Universidad. El único trabajo que me gustó de verdad fue el de peón de albañil,
preparando la masa del cemento… bueno, y el de lavaplatos.
¿Qué tiene de
especial ser lavaplatos?
Trabajaba en el Gran
Hotel de Estocolmo. Había unas máquinas lavaplatos de sesenta metros. Un hombre
se ponía en una puerta y otro, en otra. Mi compañero era de Marruecos y un día
me dijo que salía cinco minutos y que si me podía ocupar yo de su lado también.
No volvió y yo me quedé con las dos puertas. El capitalista se dio cuenta de
que un hombre podía hacer el trabajo de dos y nunca contrató a otro.
¿Chaplin en ‘Tiempos
modernos’?
Chaplin en ‘Tiempos
modernos’. A mí me daba igual estar encima, a un lado, a otro lado de la
máquina y, de vez en cuando, sacaba la cabeza y sonreía. De 7 de la mañana a 5
de la tarde trabajaba en el hotel. Luego iba a lavar platos a otro restaurante
de 5,30 a 12 de la noche. En los dos libraba un día a la semana y coincidía el
día, así que ese día iba a trabajar a otro restaurante a lavar platos. Así
estuve cuatro meses, trabajando 17 horas diarias 7 días de la semana. Era una
forma de mostrarme a mí mismo que era capaz de hacer un trabajo así antes de
empezar a hacer este trabajo deshonesto que es el cine.
Y ¿después de esos
cuatro meses?
Volví a Helsinki.
Entonces cuando veía a alguien en la calle pidiendo le daba 100 marcos
finlandeses, como 100 euros. Me quedé sin dinero en dos semanas. Y volví a la
construcción. Por eso no he perdido aun ningún pulso, siempre gano. Aunque
ahora ya estoy viejo y hago músculo cortando leña. En una película solo estás
diciendo “haz esto, haz lo otro” y el bíceps se vuelve palito, claro. En este
momento no me atrevo a hacer un pulso ni con mi ahijado que tiene ocho años. Y
antes de esto…
¿Antes de la
construcción y los trabajos de lavaplatos?
Sí, antes de
Estocolmo. Estaba en Finlandia en una planta de papel. Era un edificio grande y
estábamos solo tres trabajadores. Dos estaban en una especie de vitrina dando a
los botones y yo corriendo de una máquina a otra, y cuando una paraba, la
limpiaba. Siempre estaba mirando todo, controlando todo… ‘Tiempos modernos’.
Habla de Chaplin,
pero ¿no se siente usted más heredero del cine humanista de Ozu, Renoir…?
Ozu es humanismo y
arte, un gran artista del cine. Y con esto no estoy diciendo que el cine sea
arte. En ‘El otro lado de la esperanza’ he intentado copiar al gran maestro
Chaplin, por eso la película es tan torpe, porque yo no soy un gran maestro y
nunca lo voy a ser.
En este momento de
la entrevista, en la azotea de un hotel en Vigo, Aki Kaurismäki se queda
callado y de pronto dice: “Cuando veo tu reflejo en la mesa me recuerda el
final de ‘Nazarín’ (Buñuel), cuando aparece la piña y suenan los tambores de
Calanda”. Otro silencio y, también repentinamente, se disculpa: “Lo siento, me
he ido de la pregunta”.
Le preguntaba si no
se siente heredero del cine humanista de Ozu, Renoir, Ford…
Espero no parece
vanidoso si digo que alguien tenía que ser el heredero. ¡No se puede perder una
herencia así! Incluso el humanismo no hay tanta gente que sea capaz de
trasladarlo al cine. Aun así, el humanismo tiene que existir incluso en las
películas malas. Nunca fui a una escuela de cine, era demasiado cínico. Todo lo
que sé fue de ver cine. Ford, Ozu, Lubitsch, Renoir, Howard Hawks… Hace
cincuenta años proyectaban Una mujer de París (Chaplin) en Múnich, hice
autoestop hasta allí para verla. Era un apasionado total.
En ‘El otro lado de
la esperanza’ vuelve, una vez más, a implorar ternura y solidaridad.
La maquinaria es
fría y sin solidaridad no tenemos nada. Creo que la última esperanza de los seres
humanos es la solidaridad, pero por desgracia cada vez hay menos. Siempre queda
el mañana… aunque aún es más horrendo que el hoy. Pero nunca hay que rendirse.
Cuando sus
personajes ayudan al refugiado sirio están cometiendo una ilegalidad, el
Gobierno no permite que unos seres humanos ayuden a otros. ¿Es una llamada a la
desobediencia?
No hay nada
sorprendente en hacer algo que está bien. En el centro de refugiados, la mujer
que trabaja allí durante un momento es un ser humano. Cualquier cosa contra el
sistema es legal, porque el sistema es ilegal. Está basado en el capital. Y el
capital nunca llega legalmente, el dinero crece gracias a la ilegalidad. Por
tanto, estar en contra del capital es moralmente legal. Equilibramos las cosas.
Con el problema de los refugiados hoy hemos despreciado completamente el
pasado, la memoria, el tiempo… nos olvidamos de la ayuda de otros países ante
en la Historia. Finlandia hoy no es
peor que otros países europeos. Por lo menos, Finlandia finge, pero no es peor.
Los peores países hoy en Europa son Hungría, Polonia y Chequia. No acogen a
nadie. Finlandia los acoge, aunque luego los devuelve.
Los neonazis aparecen
en esta película. Es la respuesta de esta Europa a la llegada de refugiados.
¿Usted cree en la Unión Europea?
Debería haber otra
forma desde la Unión Europea. Mientras los europeos respetemos a los gobiernos
que no tienen derecho moral a gobernar, estaremos perdidos. Si no alzamos la
voz como europeos, estamos perdidos. Europa, si todavía existe, no acepta a los
refugiados. Tenemos que empezar a comportarnos como seres humanos de verdad. La
idea de Europa, de hecho, está más o menos perdida. Y es, como siempre, por el
capital.
‘El Capital’, de
Karl Marx.
Karl Marx, Das
Kapital, nunca ha tenido tanta razón como hoy. La idea de Marx del comunismo
donde todos aman al prójimo es muy optimista, pero la teoría da en el clavo.
Sea como sea, hemos perdido la partida. Lo siento, soy un hombre muy sensible,
a pesar de no parecerlo.
Su sentido del humor
le delata.
No sé si es humor
finlandés, no sé si se consigue jugando al ping pong, pero la vida es aburrida,
todos deberían tener sentido del humor. Como cineasta intento hacer reír, pero
la verdad es que cuando veo una película mía, lloro… Y tengo mis razones.
Lo dijo con su
anterior ‘Le Havre’ y vuelve a decirlo ahora, que es su última película. ¿No le
da el mundo y el ser humano razones suficientes para seguir haciendo cine?
Ha sido una muy
buena razón los últimos cuarenta años. En el 68 yo era un jovencito, pero hay
un tiempo para todo. Ahora me gustaría vivir, aunque no sé cómo, siempre he
trabajado. Llevo el trabajo en mis venas, en mi sangre.
Begoña Pina
Está claro que Aki
Kaurismäki es un director de ideas fijas. Los ingredientes que lleva tres
décadas usando para hacer su cine -humor impasible, deliciosos anacronismos
visuales, desarmante sencillez narrativa y personajes que hacen cosas muy
absurdas muy en serio- son los mismos que contiene su nueva película, por la
que obtuvo el premio al mejor director en la pasada Berlinale. Segunda entrega
de una trilogía sobre el drama de los inmigrantes, 'El otro lado de la
esperanza' convierte las tribulaciones de un refugiado en Helsinki en un canto
a la solidaridad y la decencia.
¿Qué le impulsó a
querer dedicar una trilogía al drama de los refugiados en Europa?
Yo nunca he creído
ser muy listo pero ahora, por culpa de los líderes políticos, me siento un idiota.
Nací en Europa y fui educado como europeo, pero hoy me avergüenzo de ello. La
democracia occidental ya no sigue las reglas básicas de la auténtica
democracia. Hemos olvidado que los refugiados son gente que ama y necesita ser
amada, que tiene una historia y unos sentimientos, y que sufre. Y sufre sobre
todo a causa de nuestra indiferencia, y al trato inhumano que les damos.
Tras situar 'Le
Havre' (2011) en Francia, en la nueva película ha vuelto a Finlandia. ¿No es
mejor allí el trato a los refugiados?
Todo el mundo cree
que los países nórdicos son un paraíso del bienestar, y eso es una patraña. En
mi país actualmente a los inmigrantes se los trata como si fueran basura. Ojo,
la gente de a pie es magnífica y se esfuerza para ayudarles, pero el Gobierno y
los funcionarios hacen lo que pueden por evitar que entren o echarlos. Si mi
Gobierno sigue así pienso quemar mi pasaporte finlandés.
Se le suele
considerar un director misántropo, pero en realidad su cine está lleno de
humanismo. ¿Cómo se definiría usted?
Parezco un tipo
frío, pero soy un sentimental. Cuido mucho de los demás, aunque de mí mismo no
cuide nada. Sin solidaridad nuestra vida está hueca. Yo llegué a pensar que mis
películas podrían cambiar el mundo, o al menos cambiar Europa. Ahora me conformo
con que cambien a tres o cuatro personas. En todo caso, quiero creer que la
humanidad puede enderezar su rumbo a pesar de que hasta los perros tienen más
bondad que nosotros. ¿Cómo? No veo otra solución para salir de este pozo de
miseria que matar a esa minoría que posee toda la riqueza del mundo. Hay que
exterminarlos, a los ricos y a los políticos que les lamen el culo. Ellos nos
han llevado a esta situación en la que los valores humanitarios no valen nada.
Si no lo hacemos, nos matarán ellos a nosotros.
Suena usted
apocalíptico.
Nunca había sido tan
pesimista como lo soy ahora. Supongo que tarde o temprano acabaré suicidándome.
Después de todo, suicidarse es algo muy finlandés. Nuestro problema es que no
tenemos suficientes horas de luz solar. Nos falta vitamina D, y eso nos
deprime.
Una vez dijo que,
mientras hace una película, la mitad del tiempo está sobrio y la otra mitad,
borracho. ¿Lo mantiene?
Es que cuando bebo
no soy capaz de escribir, así que durante el proceso de guión estoy sobrio, y
durante el montaje también. Pero puedo dirigir y beber a la vez, así que cuando
dirijo, bebo. Pero cada vez menos.
La de los refugiados
es la tercera trilogía de su carrera. ¿Por qué esa costumbre de agrupar su cine
en tríos?
Porque soy un vago,
y necesito hacer planes futuros para mantener la energía. Dicho esto, a lo
mejor esta trilogía tendrá solo dos películas. Eso no lo ha hecho nadie nunca
antes, ¿no? Sé que esto ya lo he dicho en el pasado, pero ahora va en serio: es
posible que no haga más películas. He pasado demasiado tiempo haciendo cine, y
estoy cansado. Prefiero pasar los días recogiendo setas. Al fin y al cabo, mis
películas son una mierda.
Nadie más parece
compartir esa opinión.
Como siempre digo,
aunque la frase no es mía, en el mundo de los ciegos el tuerto es el rey.
¿No hay ninguna de
sus películas que le guste?
Algunas no me
parecen odiosas, pero no he hecho ninguna que me pareciera satisfactoria. De lo
contrario, me habría retirado justo después de hacerla. Y ahora ya llego tarde,
porque estoy hecho una birria física y mentalmente. Aun así, si dentro de cinco
años sigo vivo, es posible que haga otra película. Incluso puede que sea la
comedia más optimista de toda mi carrera.
Nando Silva
Traido por Luis Betrán
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