LA TETRALOGÍA DE LOS DICTADORES (Hitler y Lenin)
MOLOCH (1999)
1999: Festival de Cannes: Mejor
guión y Nominada a la Palma de Oro
1999: Premios del Cine Europeo:
Nominada a mejor película y fotografía
1999: Russian Guild of Film
Critics: Mejor guión, Mejor fotografía y Mejor actor y actriz
Sokurov no es un cineasta que se
atenga a convencionalismo alguno. De ahí, la duracion variable de sus
largometrajes, su serie de "Elegías", las "Sonatas" y esta
tetralogía de los dictadores que el genio ruso concibió en 1998 y que va de
1999 (Moloch), a 2011 (Faust) y cuyos detinatarios son Hitler, Lenin, Hiro Hito
y el doctor imaginado por Goethe. Entre ellas, Sokurov filmaría en 2002 su
maravillosa "El arca rusa" y en 2003 "Padre e hijo" como
una réplica a ras de tierra a su pictórica "Madre e hijo". En Moloch
(deidad presente en las antiguas mitologías fenicia, griega e israelí, a la que
se ofrecían niños en sacrificio), Sokurov se detiene en el intrascendente transcurso
de un día en la vida de Hitler y Eva Braun. La anodina acción transcurre en el
nido de águila del Führer, su residencia de retiro alpina y en la primavera de
1942, unos meses antes de la devastadora derrota nazi en Stalingrado. Una
atlética Eva Braun danza desnuda por los pasillos, hace gimnasia y se aburre
esperando a su querido Adolf. Cuando éste llega con su comitiva no cambia en
nada la ambiental monotonía con la que Sokurov nos introduce en su particular
retrato de estos personajes que marcaron terriblemente la historia del siglo
XX: el contrahecho Goebbels y su esposa, el todopoderoso Martin Borman....se
integran armónicamente en una conjunta actividad destinada a perder el tiempo,
pasear por la montaña, cenar, prolongar una sobremesa sin muchos diálogos,
En pocas palabras, Sokurov ha
decidido mostrarnos "el sopor de la historia". El Hitler de Sokurov
está obsesionado con la muerte y con la descomposición de su cuerpo. Le vemos
en paños menores, defecando y enterrando sus heces con sus propias manos. Este
Hitler ocupa el tiempo de la historia, no como un simple pasado sino como un
pasado continuo que permanece, moroso, en nuestro tiempo. En "Moloch"
no se produce una articulación dialéctica. Su Hitler es transhistórico. Sokurov
parece preguntarse cómo se van descomponiendo, erosionando las grandes imágenes
de la historia en su propio devenir histórico. Es un Hitler flácido y verdoso
que solo puede pronunciar un discurso escatológico en el doble sentido del
término. Hacia el final de "Moloch", Hitler y su séquito asisten a la
proyección de películas de propaganda nazi. El führer, desganado, comenta a
Goebbels: "El trabajo de la cámara es pobre y descuidado ¿porqué hacen
películas así? Eva Braun sentencia jocosa: "¡Todo el equipo de rodaje
directo a Auschwitz!, Hitler la mira abstraído y pregunta: ¿Dónde Ausch...Auschwitz?.
No es una pregunta bufonesca; está articulada en un alarmante tono amnésico que
obliga a pensar que hacemos con estas imágenes, que de tan desgastadas han
olvidado Auschwitz. El film de Sokurov se postula como una impostergable visita
de Hitler al coliseo hitleriano que aún habita entre nosotros. Una propuesta de
originalidad deslumbrante. Una estadía en el horror que no lo parece. Otra
probable obra maestra de un cineasta que es pródigo en aquello que Serge Daney
definió como la perfecta conjunción en celuloide de fonda y forma que acaban
siendo lo mismo. Imprescindible, claro está.
TAURUS (2000)
2001: Festival de Cannes:
Nominada a la Palma de Oro (Mejor película)
2002: 7 Premios Nika: Película, Director,
Guión, Fotografía, Actor y Actriz, Vestuario y Sonido
2001: Russian Guild of Film
Critics: Mejor: Película, Director, Guión, Fotografía,
Dirección artística, Actor y
Actriz (Leonid Mozgovoi y Maria Kuznetsova)
Único signo del exterior que
irrumpe en el asfixiante día a día de Lenin, el rostro de Stalin constituye el
anclaje historicista concreto de una aproximación al declive del líder, basada
en una fenomenología de la duración de la memoria que impone un cortocircuito
sobre la sólida noción de un historicismo académico. Si un buen número de films
de Sokurov están encabezados por la palabra Elegía, el género que parece acoger
su tetralogía sobre el poder es el del réquiem. Se trata menos de aventurar un
lamento lírico por los ausentes que de oficiar una liturgia cuyo punto de
partida son las frías efigies del poder. Como en las conmovedoras, y casi
panteístas, imágenes de “Dersu Uzala” (1975) de Akira Kurosawa, Sokurov se
propone en “Taurus” prender una luz antes de que la oscuridad de la Historia se
adueñe por completo del rostro de Lenin.
Para conferir el espesor del
encuentro entre el sueño y la historia, al guión de su heterónimo Yuri Arabov,
Sokurov firma personalmente una fotografía que alcanza, merced a un lánguido
virado verdoso que transpone la evocación de una memoria y unos ojos que
flaquean, y con un perpetuo y suave movimiento de cámara, el genial cineasta
ruso construye una evocación que se alimenta de ese sentimiento de tristeza
abisal y dolorido exilio tan propio de la gran literatura rusa. “Taurus” parece
moverse entre dos extremos pictóricos: “El sueño de Constantino”, de Piero
della Francesca y “El perro semihundido“ de Goya. Como en el oscuro fresco del
pintor aragonés, el poderoso cráneo de Lenin, su figura grávida y fatigada
tienden a desaparecer por el límite inferior del encuadre, marcando un fuera de
campo que no es sino el de la inhumación, en esa obsesiva presencia del
imaginario de la tierra y su resistencia que impregna todo el cine de Sokurov.
Pero en Lenin habita la dureza y
el magnetismo propio de su signo, el Tauro que da título a la película, y su
fijación por su propia función histórica le lleva a inquirir en una de las
secuencias más extraordinarias del film, mientras gatea con su esposa en unos
trigales: “¿Saldrá todavía el sol una vez que yo me haya ido?. ¿Habrá todavía
la misma vileza y brutalidad o acaso todo acabará, se fundirá lentamente, se
esfumará? ¿Soplará el viento, lo hará?”. No hay en Sokurov la voluntad de
construir un biografía del Lenin real, sino de tomar de la mano al espectador y
convertirlo en mudo testigo de sus deslavazados recuerdos. La única respuesta
que encuentra su amargo llanto de muerte es el mugido de una vaca, mecido por el
vaivén de los árboles y el ulular de los pájaros de un crepúsculo que trae
consigo un sosiego que se extiende, que dura, que no constituye el punto y
final de la Historia. Película fascinante que contradice a la aparente, que no
real, “banalidad del mal” a lo Hanah Arendt que se erigía en la seña de
identidad de “Moloch”. Las apariciones, reales o soñadas de Stalin, nos hablan
de la malignidad del Mal. Así, con mayúsculas. “Taurus” es un paso adelante en
relación a “Moloch”, como luego lo será “Solntse” (Hiro Hito) hasta llegar a la
representación en su totalidad del horror que significará “Fausto”, que poco
tiene que ver con Goethe sino con el hecho de que la tragedia del mal habitará
para siempre entre nosotros. Una obra mayor.
Luis Betrán
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