jueves, 25 de agosto de 2016

DOSSIER ALEKSANDR o ALEXANDER SOKUROV (2)


LA TETRALOGÍA DE LOS DICTADORES (Hitler y Lenin)

MOLOCH (1999)

1999: Festival de Cannes: Mejor guión y Nominada a la Palma de Oro
1999: Premios del Cine Europeo: Nominada a mejor película y fotografía
1999: Russian Guild of Film Critics: Mejor guión, Mejor fotografía y Mejor actor y actriz

Sokurov no es un cineasta que se atenga a convencionalismo alguno. De ahí, la duracion variable de sus largometrajes, su serie de "Elegías", las "Sonatas" y esta tetralogía de los dictadores que el genio ruso concibió en 1998 y que va de 1999 (Moloch), a 2011 (Faust) y cuyos detinatarios son Hitler, Lenin, Hiro Hito y el doctor imaginado por Goethe. Entre ellas, Sokurov filmaría en 2002 su maravillosa "El arca rusa" y en 2003 "Padre e hijo" como una réplica a ras de tierra a su pictórica "Madre e hijo". En Moloch (deidad presente en las antiguas mitologías fenicia, griega e israelí, a la que se ofrecían niños en sacrificio), Sokurov se detiene en el intrascendente transcurso de un día en la vida de Hitler y Eva Braun. La anodina acción transcurre en el nido de águila del Führer, su residencia de retiro alpina y en la primavera de 1942, unos meses antes de la devastadora derrota nazi en Stalingrado. Una atlética Eva Braun danza desnuda por los pasillos, hace gimnasia y se aburre esperando a su querido Adolf. Cuando éste llega con su comitiva no cambia en nada la ambiental monotonía con la que Sokurov nos introduce en su particular retrato de estos personajes que marcaron terriblemente la historia del siglo XX: el contrahecho Goebbels y su esposa, el todopoderoso Martin Borman....se integran armónicamente en una conjunta actividad destinada a perder el tiempo, pasear por la montaña, cenar, prolongar una sobremesa sin muchos diálogos,

En pocas palabras, Sokurov ha decidido mostrarnos "el sopor de la historia". El Hitler de Sokurov está obsesionado con la muerte y con la descomposición de su cuerpo. Le vemos en paños menores, defecando y enterrando sus heces con sus propias manos. Este Hitler ocupa el tiempo de la historia, no como un simple pasado sino como un pasado continuo que permanece, moroso, en nuestro tiempo. En "Moloch" no se produce una articulación dialéctica. Su Hitler es transhistórico. Sokurov parece preguntarse cómo se van descomponiendo, erosionando las grandes imágenes de la historia en su propio devenir histórico. Es un Hitler flácido y verdoso que solo puede pronunciar un discurso escatológico en el doble sentido del término. Hacia el final de "Moloch", Hitler y su séquito asisten a la proyección de películas de propaganda nazi. El führer, desganado, comenta a Goebbels: "El trabajo de la cámara es pobre y descuidado ¿porqué hacen películas así? Eva Braun sentencia jocosa: "¡Todo el equipo de rodaje directo a Auschwitz!, Hitler la mira abstraído y pregunta: ¿Dónde Ausch...Auschwitz?. No es una pregunta bufonesca; está articulada en un alarmante tono amnésico que obliga a pensar que hacemos con estas imágenes, que de tan desgastadas han olvidado Auschwitz. El film de Sokurov se postula como una impostergable visita de Hitler al coliseo hitleriano que aún habita entre nosotros. Una propuesta de originalidad deslumbrante. Una estadía en el horror que no lo parece. Otra probable obra maestra de un cineasta que es pródigo en aquello que Serge Daney definió como la perfecta conjunción en celuloide de fonda y forma que acaban siendo lo mismo. Imprescindible, claro está.

TAURUS (2000)

2001: Festival de Cannes: Nominada a la Palma de Oro (Mejor película)
2002: 7 Premios Nika: Película, Director, Guión, Fotografía, Actor y Actriz, Vestuario y Sonido
2001: Russian Guild of Film Critics: Mejor: Película, Director, Guión, Fotografía,
Dirección artística, Actor y Actriz (Leonid Mozgovoi y Maria Kuznetsova)

Las últimas horas del atardecer del día 21 de enero de 1924 cubrieron a Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, con la bruma de la muerte que tanto había anhelado en el curso de su convalecencia. Apenas una semana después de fallecer a causa de un derrame cerebral, se celebraron las exequias del líder bolchevique; el cuerpo embalsamado fue depositado en un mausoleo levantado para la ocasión en la Plaza Roja de Moscú y entre el clamor de las sirenas y el estampido inacabable de las salvas, el austero revolucionario que tanto había detestado el culto a la personalidad fue elevado a los altares de una auténtica beatificación laica. Las convicciones de Lenin no impidieron que sobre la imagen de su catafalco se gestase un icono votivo que constituye el punto de partida de la exploración que Sokurov realiza en “Taurus”. Es, en efecto, el gesto sereno con el que la momia de Lenin ha pasado a la posteridad, el eje que vertebra el relato de una morosa espera de la muerte. “Taurus” suscita una cierta solidaridad con el personaje protagonista, allí donde “Moloch” presentaba la mediocre banalidad del mal, a través de un Hitler hipocondríaco, obsesionado con el deterioro físico, recluido en un palacete y aislado de los asuntos de estado, Lenin apenas halla oportunidad para dictar en sus cartas y diarios les preocupaciones que le acechan, sobre todo relacionadas con la autocracia de Stalin: “gracias al hecho de que se ha convertido en Secretario General, ha acaparado un poder inconmensurable en sus manos y no estoy del todo convencido de que sepa hacer uso de él con la prudencia necesaria”.

Único signo del exterior que irrumpe en el asfixiante día a día de Lenin, el rostro de Stalin constituye el anclaje historicista concreto de una aproximación al declive del líder, basada en una fenomenología de la duración de la memoria que impone un cortocircuito sobre la sólida noción de un historicismo académico. Si un buen número de films de Sokurov están encabezados por la palabra Elegía, el género que parece acoger su tetralogía sobre el poder es el del réquiem. Se trata menos de aventurar un lamento lírico por los ausentes que de oficiar una liturgia cuyo punto de partida son las frías efigies del poder. Como en las conmovedoras, y casi panteístas, imágenes de “Dersu Uzala” (1975) de Akira Kurosawa, Sokurov se propone en “Taurus” prender una luz antes de que la oscuridad de la Historia se adueñe por completo del rostro de Lenin.

Para conferir el espesor del encuentro entre el sueño y la historia, al guión de su heterónimo Yuri Arabov, Sokurov firma personalmente una fotografía que alcanza, merced a un lánguido virado verdoso que transpone la evocación de una memoria y unos ojos que flaquean, y con un perpetuo y suave movimiento de cámara, el genial cineasta ruso construye una evocación que se alimenta de ese sentimiento de tristeza abisal y dolorido exilio tan propio de la gran literatura rusa. “Taurus” parece moverse entre dos extremos pictóricos: “El sueño de Constantino”, de Piero della Francesca y “El perro semihundido“ de Goya. Como en el oscuro fresco del pintor aragonés, el poderoso cráneo de Lenin, su figura grávida y fatigada tienden a desaparecer por el límite inferior del encuadre, marcando un fuera de campo que no es sino el de la inhumación, en esa obsesiva presencia del imaginario de la tierra y su resistencia que impregna todo el cine de Sokurov.

Pero en Lenin habita la dureza y el magnetismo propio de su signo, el Tauro que da título a la película, y su fijación por su propia función histórica le lleva a inquirir en una de las secuencias más extraordinarias del film, mientras gatea con su esposa en unos trigales: “¿Saldrá todavía el sol una vez que yo me haya ido?. ¿Habrá todavía la misma vileza y brutalidad o acaso todo acabará, se fundirá lentamente, se esfumará? ¿Soplará el viento, lo hará?”. No hay en Sokurov la voluntad de construir un biografía del Lenin real, sino de tomar de la mano al espectador y convertirlo en mudo testigo de sus deslavazados recuerdos. La única respuesta que encuentra su amargo llanto de muerte es el mugido de una vaca, mecido por el vaivén de los árboles y el ulular de los pájaros de un crepúsculo que trae consigo un sosiego que se extiende, que dura, que no constituye el punto y final de la Historia. Película fascinante que contradice a la aparente, que no real, “banalidad del mal” a lo Hanah Arendt que se erigía en la seña de identidad de “Moloch”. Las apariciones, reales o soñadas de Stalin, nos hablan de la malignidad del Mal. Así, con mayúsculas. “Taurus” es un paso adelante en relación a “Moloch”, como luego lo será “Solntse” (Hiro Hito) hasta llegar a la representación en su totalidad del horror que significará “Fausto”, que poco tiene que ver con Goethe sino con el hecho de que la tragedia del mal habitará para siempre entre nosotros. Una obra mayor.

Luis Betrán

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