EL CINE COLONIZADO
Como bien
sabemos España no pasa de ser una colonia usaca, y ello afecta también al cine.
A mí, que personalmente, el llamado Nuevo Hollywood me interesa poco o nada –
con las consabidas excepciones, entre las que no se halla mr. Spielberg – estoy
hasta las narices de que ponga cualquier cadena de tv e inevitablemente
aparezca propaganda tan solo de cine yanqui o español. Que lea un diario y me
digan: campaña de apoyo para que Leonardo Di Caprio obtenga su Oscar, o que
abra sus páginas y se caiga al suelo una hojita coloreada en la que se escribe:
LA FUERZA HA VUELTO. Y a mí que coño me importa, vi la dos primaras entregas
hace muchos años del serial galáctico y juré no repetir. Uno es mayorcito para
castigarse con memeces para niños. Pero donde la propaganda yankuza alcanza
cotas extravagantes es en todas las revistas que tratan de cine. Es la mar de
curioso que en el ejemplar de Caimán de enero se hable maravillas de “El
renacido”, y en el de febrero se digan pestes de ella para, ahora, loar las
excelencias de “Carol”. Hum, mi olfato me avisa de que tate aquí hay tomate. Y
el tomate no es rojo sino que es de papel en formato diezmos y primicias. Esta
“indecencia” supone que tanto en las salas como en las cadenas de tv el cine
europeo, y no digamos el asiático, esté proscrito. Toda una invitación a la
piratería si se desea ver buen cine.
EL RENACIDO (THE REVENANT), de Alejandro González
Iñarritu
La nueva película de Alejandro González Iñárritu
puede ser uno de los estrenos con más qualité de 2016, y un posible trampolín
para ese Leonardo DiCaprio hambriento de Oscar. Pero no es la epopeya sobre el
antagonismo entre lo natural y lo humano que afirma ser en cada fotograma.
Aunque Leonardo DiCaprio no se merezca el Oscar al Mejor Actor Principal
(mediano al lado del inmenso Fassbender de Steve Jobs), está claro que sí es
digno de un trofeo a la perseverancia en pos de la estatuilla. Pero otra cosa
son los medios para alcanzarla: mientras que El lobo de Wall Street (2013) era
una gamberrada envenenada que servía para descubrir lo vivaracho que se
mantiene Martin Scorsese a su venerable edad, El renacido sólo confirma aquello
que algunos ya sospechamos, y sufrimos, viendo Birdman en 2014. Es decir, que
Iñárritu es un virtuoso organizador de sus medios técnicos, un cineasta de
enorme ambición y, también, un vendedor de humo que parte de buenas ideas para
acabar entregando trabajos cuya presunta ‘profundidad’ suele resultar pura
superficie.
Al igual que en Birdman, con su plano secuencia
recosido y su disertación sobre la vida, el arte y la fama, las buenas ideas
que muestra El renacido son tanto de índole estética como argumental. Por un
lado, Iñárritu echa mano otra vez del operador Emmanuel Lubezki (cuyo trabajo a
lo largo de la película es, y lo digo sin ironía ninguna, irreprochable) para
marcarse un filme de esos que aspiran a emborracharnos de grandiosidad
paisajística. En lo que toca al guion, la película se basa en las auténticas
andanzas de Hugh Glass (DiCaprio), uno de esos montañeros legendarios de EE UU
a los que uno se imagina barbado, malhumorado y tocado con un gorro de piel de
mapache. De un mapache que, vista la calidad particular del sujeto, el propio
Glass habría matado y desollado a mordisco limpio antes de hacerse la prenda.
Partiendo de esta materia prima, en la que también tienen un lugar la música de
Ryuichi Sakamoto y una trama de abandono, voluntad y venganza (a la cual un
incauto podría aplicar el adjetivo “primordial”, dada su apelación a los
instintos más brutales), esta película podría haber sido, bien un buen western
con pioneros, bien un ejercicio contemplativo.
Diríase que poseído por el deseo de hacer
Historia, con mayúsculas, Iñárritu aspira a entregar un híbrido de ambas cosas
y, como suele suceder, acaba ofreciendo un ejercicio esteticista, embebido de
su propia solemnidad y que acaba reuniendo muy pocas de las virtudes a las que
pretende aspirar. El naturalismo al que aspira Iñárritu en El renacido apenas
se nos aparece como otra cosa que artificio. Véase, por ejemplo, la tan
cacareada anécdota de que Emmanuel Lubezki sólo ha usado luz natural para
captar las imágenes de esta película: el resultado de esta técnica no es, un
estremecimiento nuevo, o una forma inédita de captar paisajes vírgenes. Es una
hazaña que sin duda le reportará una estatuilla al director de fotografía, pero
cuya importancia queda en nada cuando se pone en relación con lo esencial:
aquello que vemos en la pantalla.
De la misma manera, la voluntad que empuja al
protagonista a sobrevivir para vengarse de un Tom Hardy traidor resulta inocua,
porque, argumentalmente, no lleva a nada más que a su conclusión. Sus ordalías
sucesivas, sus efusiones de dolor y sus encuentros con las injusticias del
colonialismo, por no hablar de esas iluminaciones místicas que el héroe
vislumbra en su estado febril, están lejos de tener el significado de un vía
crucis (proceso éste cuyo destino, recordemos, es la resurrección). Diríase, en
cambio, que estos accidentes están ahí para que los sufrimientos de DiCaprio
convenzan a los señores académicos de que se merece el Oscar, y para que
Iñárritu nos demuestre lo bien que se le da dirigir imágenes viscerales en la
forma y artificiales en el fondo.
Porque la naturaleza que acosa al protagonista de
esta película durante su viaje no parece en ningún momento una entidad brutal,
incontrolable, frente a la que sólo cabe conocer sus recovecos o morir. La
puesta en imágenes es tan alambicada, tan clara es la voluntad de
impresionarnos, que esas montañas de Dakota del Norte resultan un parque
temático del torture porn con pretensiones filosóficas. En este infierno nevado
no hay nada que no obedezca a la voluntad del director y del coguionista Mark
L. Smith por dejar claros una serie de puntos. Eso no es malo de por sí.
Tampoco es malo el que se note. Lo que sí es malo, o malísimo, es que El
renacido trate todo el tiempo de disimularlo. De la misma manera que Birdman
pretendía ser el asalto definitivo a la cultura de masas en favor de un Arte De
Verdad, Sincero Y Comprometido, para a continuación echar por tierra su
discurso en un tercio final deleznable,
El renacido se empeña en hablar en
nombre de la Supervivencia, la Espiritualidad y otras cualidades que (visto lo
grandilocuente de su tono) hay que nombrar con la inicial en mayúsculas.
Incluso ese momento en el cual el héroe y su aliado circunstancial, un nativo
americano (Melaw Naheh’ko), atrapan copos de nieve con la lengua parece
calculado para demostrar que la Solidaridad también tiene hueco en ese panteón.
La secuencia del oso es ridícula, Di Caprio es un superhéroe americano que no
puede volar pero da igual, es prácticamente inmortal. Iñarritu dijo todo lo que
tenía que decir en "Amores perros" en la que era un cineasta sencillo
y directo. Luego se creyó, o se lo hicieron creer, que era un genio metafísico
y poético. Con su pan se lo coma, en esta, para mí, mediocre e incluso mala
película. Dicho esto con el mayor respeto a los que opinen lo contrario.
¿Tarkovsky?. Dejadme que me ría, remake estiradísimo de la mediocre “El hombre
de la tierra salvaje”, de Richard Serafian.
Luis
Betrán
Está buena por los paisajes. Después es una historia de buenos y malos, y plagada de errores. Un oso Grizzlies si te agarró, te mata! No existe q hayan 2 ataques. Es ridículo como muestran a el oso le manda "viajes" superficiales repetidamente!!! También q se haya recuperado en una semana aprox!! También q se haya encontrado 3 veces con los mismos indios justo para rematar a fitzg, y que el sólo haya sobrevivido en 2 enfrentamos con grupos de indios y de blancos. Y la pelea con diez es exagerada.
ResponderEliminarTiene usted toda la razón. Saludos y gracias por el comentario.
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