UN ABOGADO PARA ACABAR CON LA INJUSTICIA (Y UNA GUERRA NUCLEAR TAMBIÉN)
Miramos el cartel
de la película y, al lado de la cara de Tom Hanks, aparece escrito: "en un
mundo al borde del abismo, un hombre honesto marcó la diferencia entre la
guerra y la paz". Ese hombre honesto es Hanks, claro. Y quién lo dirige,
su queridísimo amigo Steven Spielberg. Y con guion de los hermanos Coen. Esto
empieza a ponerse interesante. Os voy a contar una historia: un hombre justo e
íntegro, a pesar de la oposición y nulo apoyo de quien le rodea, trata de
luchar contra la injusticia por muchos obstáculos que se le interpongan,
obrando siempre de forma ética y consecuente. Sí, lo sé, os acabo de contar el
argumento del 80% del cine de Hollywood, pero en este caso estaba hablando de
El puente de los espías, la última obra del conocidísimo Steven Spielberg. Mi relación
con este director es de amor-odio (más odio que amor, la verdad), pero al igual
que en España no se puede criticar a Iniesta porque nos dio un Mundial, yo
prometo contenerme en mis críticas negativas hacia el bueno de Steven. El
hombre capaz de hacer cursi nada menos que el Holocausto en La lista de
Schlinder (1993). No me abstendré de escribir que de este genio del marketing
solo aguanto “Tiburón”, “El imperio del sol” y “Munich”. Poco amor,
ciertamente.
Pero bueno,
vayamos a lo nuestro. Spielberg se pone más o menos serio para traernos una
película de corte clásico sobre el espionaje en la Guerra Fría. Más que un
thriller sobre el espionaje propiamente dicho, nos encontramos con un drama
judicial en un contexto muy determinado y jugoso para el cine americano .Tom
Hanks tiene menos cara de tonto dando vida al abogado James Donovan, al que le
encargan la complicada tarea de defender a un espía soviético. Es ahí cuando,
sorprendentemente, Spielberg saca su dardo a pasear para criticar el sistema
judicial estadounidense y la moral del pueblo americano. Ese odio hacia el
enemigo soviético y a quién lo defiende, esas miradas de asco, ese mirar hacia
otro lado de la justicia...
Además de esta
historia, nos encontramos con otras dos líneas protagonizadas por personajes
(Powell y Pryor) que acabarán convergiendo en el camino de Donovan. Pero,
siendo honestos, a nadie le importa lo que les pase. Son personajes planos,
grises y tópicos, creados como simple herramienta para que la historia avance.
Mi empatía con ellos es nula, y dudo que ese fuera el objetivo de sus roles. Es
a partir de la aparición de ambos cuando empieza a aflorar lo peor del filme.
FLASHBACK. Vemos a
un pequeño Steven Spielberg en el regazo de su madre mientras esta le dice:
"hijo mío, por muy grandes que sean las dificultades, los buenos siempre
ganan y el amor (de cualquier tipo, hacia personas, extraterrestres, países...)
puede con todo". Steven sonríe, y con esta idea en la cabeza crece, que no
madura, y decide plasmarla en la mayoría de sus películas. Volvemos a la
realidad. Todo esto viene a justificar la oleada de patriotismo que inundará la
pantalla. Para no extenderme demasiado, os lo resumo de forma sencilla:
EEUU=guay, URSS=caca. Nada nuevo, ¿verdad? Mención aparte se merece el espía soviético
condenado. Desde Big Hero 6 (2014) no veía a un personaje más entrañable y
bonachón. Dan ganas de exculparle de los cargos, acogerlo en tu casa y darle
galletitas con leche antes de acostarse.
Pero no todo es
malo, para nada. Si con más de 2 horas de película, ni media escena de acción y
casi todos diálogos no me he dormido en el cine, es que algo bueno habrá. Por
ejemplo, la fantástica escena inicial. Sin apenas diálogos, muy visual y
perfectamente filmada, manteniendo intrigado al espectador. Así sí, Steven. El
fino sentido de humor que salpica el metraje, supongo que mucha culpa de esto
la tendrán Joel y Ethan Coen. La ambientación, como en todas las películas del
director, es maravillosa. Cuidada al detalle, nos traslada 60 años atrás
gracias a los escenarios, localizaciones y vestuario. La fotografía de su fiel
acompañante Janusz Kaminski transmite trabajo y talento en cada frame,
recordándonos mucho a la estética de Camino a la Perdición (2002) de Sam
Mendes. La escena final, pura poesía visual, realizando un bonito paralelismo
con otra poderosa escena anterior.
En
definitiva, ya sea para bien o para mal, el sello de Spielberg está presente en
todas sus obras, y eso es algo meritorio. Su talento para contar historias es
innegable, pero la óptica que elige normalmente no me agrada. Y ya que la cosa
va de citas, a modo de resumen, terminamos con una de 1984 de Orwell:
"encontrarse en minoría, incluso en minoría de uno solo, no significa
estar loco. La cordura no depende de las estadísticas". Tom Hanks lo sabe.
Este
puente tan patriotero – último refugio de los canallas según Samuel Johnson –
solo lo cruza bien Mark Rylance y yo no lo tacharía de fascista. Sí que me
parecen abiertamente fascistas dos películas que los críticos cahieristas
españoles han nombredo entre las mejores que viron en 2015: “Whiplash o la
letra con sangre entra” y “El francotirador” del muy tocable intocable Clint
Eastwood. Jamás he estado ni estaré en USA. Me repugna el imperio del rifle y
las lágrimas de cocodrilo de Obama. Y tampoco veré esa con cuya publicidad me
machacan y en la que parece que se cuenta que “vuelve la fuerza”. Uno es
mayorcito para idioteces. Ya me tragué en su día “La guerra de las galaxias”·,
y como el cuervo de Edgar Allan Poe repito: never more, never more.
Luis
Betrán
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