THEO ANGELOPOULOS EN MEXICO
La última mirada a Theo Angelopoulos
Condolencias, complacencias e irreverencias por Theo
Por José Antonio Monterrosas Figueiras el 10 febrero, 2012
Theo Angelopoulos fue uno de los cineastas de una generación que pretendió cambiar el mundo, de aquellos realizadores de los que cada obra suya era una épica fílmica: física, simbólica y política.
I. La eternidad y un día en Theo Angelopoulos
Theo Angelopoulos
Un pequeño papel pegado en las puertas del Centro de Capacitación Cinematográfica anunciaba lo siguiente: “27 de septiembre Theo Angelopoulos en México”. Era mediados del año 2004 y ésta sería la primera ocasión que el cineasta griego, uno de los más importantes realizadores fílmicos de la segunda mitad del siglo XX, visitaría nuestro país. Ahora sabemos que fue la última al enterarnos de su fallecimiento, a los 76 años de edad, sucedido el 24 de enero. Una hemorragia cerebral y varias heridas ocasionadas por la embestida de una motocicleta en la periferia de la capital griega acabó con una de las miradas más complejas y particulares de la historia del cine en el mundo. Angelopoulos (o mejor dicho Angelópulos) se encontraba filmando El otro mar, en el que la grave crisis económica que sufre actualmente su país era eje temático de la última parte de su trilogía (que conforman Parte I: Eleni, 2004, y Parte II: El polvo del tiempo, 2009). Ironías de la vida son que el ganador de la Palma de Oro del Festival de Cannes en 1998, con La eternidad y un día, terminara muerto así, en un encuentro infortunado entre un vehículo que corría velozmente a las afueras de Atenas y el cuerpo del maestro de la contemplación y de los largos planos secuencia, quien en ese momento buscaba locaciones para lo que ahora es una película inacabada; que sucediera, además, con una motocicleta montada supuestamente por un agente de policía fuera de servicio. Angelopoulos, en su filmografía (conformada por 16 cintas, un cineminuto y tres películas sin terminar) siempre acababa “escapando” de agentes policíacos o militares y durante prácticamente toda su vida tuvo encuentros de diversas formas con ellos. Era mediante la metáfora, la acusmática y la poesía la forma en que se comunicaba con sus espectadores en tiempos de la dictadura en Grecia, como lo cuenta al periodista Pere Alberó en una entrevista sobre la película Días del 36, de 1977, en la que en varias partes de la historia los personajes, por ejemplo, cuando hablan por teléfono no se escucha que dicen del otro lado del auricular, de otra manera Angelopoulos, que tenía ideas de izquierda en tiempos de la derecha en el poder, hubiese sido llevado a la prisión por los guardias que permanecían en cada una de las presentaciones de esa película: “Jugar al escondite con el poder es como una guerrilla. ¿Cuál es el principio de las guerrillas? […] Apareces, desapareces, atacas. Esto es una guerrilla. Así das algo, pero lo que muestras es una desaparición. Algo que no pueden ver. Es un golpe que se da para que los otros comprendan”. El cine para Theo Angelopoulos fue el sitio donde reinventó la Grecia que siempre le faltó, ya que fue un niño que abrió los ojos en tiempos difíciles, un año antes, el 27 de abril de 1935, de la dictadura de Ioannis Metaxás. “Mi vida son mis películas. En todas ellas hay una intensidad, una realización y es ahí donde está mi casa”, así me lo dijo en esa visita a México, en el año de 2004.
II. La mirada de Ulises: un homenaje al cine
Días después de ver aquel papel en las puertas de la escuela de cine resultó que Angelopoulos adelantaría su visita para el 14 de septiembre y permanecería un par de días en Guadalajara y en la Ciudad de México. El realizador vendría a conversar con los alumnos del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) y también con los del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC); antes de ello charlaría con estudiantes del Centro de Investigación y Estudios Cinematográficos (CIEC) de la Universidad de Guadalajara (UdeG). Fue la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas la que logró la visita del realizador, con su estancia en México se aprovecharía para presentar un ciclo dedicado a su cine y exhibir su trabajo fílmico más reciente: Prado en llanto, con el que iniciaba una trilogía dedicada a la Grecia del siglo XX. Un trabajo realmente épico y del amor trágico entre Eleni y el acordeonista Alexis. Pulcro, estético, riguroso y muy detallado fue ese largometraje de Theo. No es de extrañarse, claro está, después de ver El viaje de los comediantes, de 1975, película de cuatro horas que trata sobre la historia de Grecia de 1939 a 1952, en el que un grupo de comediantes viaja por ese país representando una obra popular llamada: Golfo, la pastorcilla, que siempre es interrumpida durante el filme y todo esto es entrelazado con el mito de los Atridas y la dictadura de esos tiempos. En Prado en llanto se retoman tres tragedias griegas: Edipo rey, Los siete contra Tebas y Antígona. Todo indicaba que estábamos en el inicio de un cineasta que comenzaba a despedirse de este mundo. No es un descubrimiento, por supuesto, Angelopoulos estaba cerca de los ochenta años. Tan esa así que Pere Alberó, estudioso de su cine, realizó un documental, en 2009, sobre su filmografía. En el que Alberó, llama la atención, habla en pasado, como si Theo ya hubiese muerto.
El cine para Theo Angelopoulos fue el sitio donde reinventó la Grecia que siempre le faltó, ya que fue un niño que abrió los ojos en tiempos difíciles, un año antes, el 27 de abril de 1935, de la dictadura de Ioannis Metaxás. “Mi vida son mis películas. En todas ellas hay una intensidad, una realización y es ahí donde está mi casa”, así me lo dijo en esa visita a México, en el año de 2004.
Recuerdo que Theo aprovechó su estancia en México para realizar un recorrido por las pirámides de Teotihuacan. Esto me lo comentó antes de una larga conversación que tuve con él el 17 de septiembre de 2004 y otra más tres días después, el motivo: La mirada de Ulises, la cúspide de su obra fílmica. Ése fue el décimo largometraje que realizó, presentado en 1995, cuando el cine cumplía sus primeros cien años de existencia. La historia es sobre un Ulises posmoderno, interpretado por Harvey Keitel, la historia de un cineasta que tras décadas de estar fuera de Grecia y vivir en Estados Unidos retorna a su país para presentar su película más reciente, la cual produce una división en el pueblo por los temas religiosos que ahí cuestiona, y entonces debe exiliarse otra vez, aunque todo esto es un pretexto para viajar de nuevo y encontrar los tres rollos perdidos de los hermanos Manakias, los primeros cineastas griegos. El Ulises de Angelopoulos realiza un viaje doloroso, hasta llegar a un Sarajevo —una Ítaca— destruido por la guerra en donde permanecen sin revelar esos tres rollos resguardados por un anciano en la filmoteca de esa ciudad. Una mirada prisionera apunto de dar a luz un siglo después de gestada.
Recopilado por Luis Betrán
Condolencias, complacencias e irreverencias por Theo
Por José Antonio Monterrosas Figueiras el 10 febrero, 2012
Theo Angelopoulos fue uno de los cineastas de una generación que pretendió cambiar el mundo, de aquellos realizadores de los que cada obra suya era una épica fílmica: física, simbólica y política.
I. La eternidad y un día en Theo Angelopoulos
Theo Angelopoulos
Un pequeño papel pegado en las puertas del Centro de Capacitación Cinematográfica anunciaba lo siguiente: “27 de septiembre Theo Angelopoulos en México”. Era mediados del año 2004 y ésta sería la primera ocasión que el cineasta griego, uno de los más importantes realizadores fílmicos de la segunda mitad del siglo XX, visitaría nuestro país. Ahora sabemos que fue la última al enterarnos de su fallecimiento, a los 76 años de edad, sucedido el 24 de enero. Una hemorragia cerebral y varias heridas ocasionadas por la embestida de una motocicleta en la periferia de la capital griega acabó con una de las miradas más complejas y particulares de la historia del cine en el mundo. Angelopoulos (o mejor dicho Angelópulos) se encontraba filmando El otro mar, en el que la grave crisis económica que sufre actualmente su país era eje temático de la última parte de su trilogía (que conforman Parte I: Eleni, 2004, y Parte II: El polvo del tiempo, 2009). Ironías de la vida son que el ganador de la Palma de Oro del Festival de Cannes en 1998, con La eternidad y un día, terminara muerto así, en un encuentro infortunado entre un vehículo que corría velozmente a las afueras de Atenas y el cuerpo del maestro de la contemplación y de los largos planos secuencia, quien en ese momento buscaba locaciones para lo que ahora es una película inacabada; que sucediera, además, con una motocicleta montada supuestamente por un agente de policía fuera de servicio. Angelopoulos, en su filmografía (conformada por 16 cintas, un cineminuto y tres películas sin terminar) siempre acababa “escapando” de agentes policíacos o militares y durante prácticamente toda su vida tuvo encuentros de diversas formas con ellos. Era mediante la metáfora, la acusmática y la poesía la forma en que se comunicaba con sus espectadores en tiempos de la dictadura en Grecia, como lo cuenta al periodista Pere Alberó en una entrevista sobre la película Días del 36, de 1977, en la que en varias partes de la historia los personajes, por ejemplo, cuando hablan por teléfono no se escucha que dicen del otro lado del auricular, de otra manera Angelopoulos, que tenía ideas de izquierda en tiempos de la derecha en el poder, hubiese sido llevado a la prisión por los guardias que permanecían en cada una de las presentaciones de esa película: “Jugar al escondite con el poder es como una guerrilla. ¿Cuál es el principio de las guerrillas? […] Apareces, desapareces, atacas. Esto es una guerrilla. Así das algo, pero lo que muestras es una desaparición. Algo que no pueden ver. Es un golpe que se da para que los otros comprendan”. El cine para Theo Angelopoulos fue el sitio donde reinventó la Grecia que siempre le faltó, ya que fue un niño que abrió los ojos en tiempos difíciles, un año antes, el 27 de abril de 1935, de la dictadura de Ioannis Metaxás. “Mi vida son mis películas. En todas ellas hay una intensidad, una realización y es ahí donde está mi casa”, así me lo dijo en esa visita a México, en el año de 2004.
II. La mirada de Ulises: un homenaje al cine
Días después de ver aquel papel en las puertas de la escuela de cine resultó que Angelopoulos adelantaría su visita para el 14 de septiembre y permanecería un par de días en Guadalajara y en la Ciudad de México. El realizador vendría a conversar con los alumnos del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) y también con los del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC); antes de ello charlaría con estudiantes del Centro de Investigación y Estudios Cinematográficos (CIEC) de la Universidad de Guadalajara (UdeG). Fue la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas la que logró la visita del realizador, con su estancia en México se aprovecharía para presentar un ciclo dedicado a su cine y exhibir su trabajo fílmico más reciente: Prado en llanto, con el que iniciaba una trilogía dedicada a la Grecia del siglo XX. Un trabajo realmente épico y del amor trágico entre Eleni y el acordeonista Alexis. Pulcro, estético, riguroso y muy detallado fue ese largometraje de Theo. No es de extrañarse, claro está, después de ver El viaje de los comediantes, de 1975, película de cuatro horas que trata sobre la historia de Grecia de 1939 a 1952, en el que un grupo de comediantes viaja por ese país representando una obra popular llamada: Golfo, la pastorcilla, que siempre es interrumpida durante el filme y todo esto es entrelazado con el mito de los Atridas y la dictadura de esos tiempos. En Prado en llanto se retoman tres tragedias griegas: Edipo rey, Los siete contra Tebas y Antígona. Todo indicaba que estábamos en el inicio de un cineasta que comenzaba a despedirse de este mundo. No es un descubrimiento, por supuesto, Angelopoulos estaba cerca de los ochenta años. Tan esa así que Pere Alberó, estudioso de su cine, realizó un documental, en 2009, sobre su filmografía. En el que Alberó, llama la atención, habla en pasado, como si Theo ya hubiese muerto.
El cine para Theo Angelopoulos fue el sitio donde reinventó la Grecia que siempre le faltó, ya que fue un niño que abrió los ojos en tiempos difíciles, un año antes, el 27 de abril de 1935, de la dictadura de Ioannis Metaxás. “Mi vida son mis películas. En todas ellas hay una intensidad, una realización y es ahí donde está mi casa”, así me lo dijo en esa visita a México, en el año de 2004.
Recuerdo que Theo aprovechó su estancia en México para realizar un recorrido por las pirámides de Teotihuacan. Esto me lo comentó antes de una larga conversación que tuve con él el 17 de septiembre de 2004 y otra más tres días después, el motivo: La mirada de Ulises, la cúspide de su obra fílmica. Ése fue el décimo largometraje que realizó, presentado en 1995, cuando el cine cumplía sus primeros cien años de existencia. La historia es sobre un Ulises posmoderno, interpretado por Harvey Keitel, la historia de un cineasta que tras décadas de estar fuera de Grecia y vivir en Estados Unidos retorna a su país para presentar su película más reciente, la cual produce una división en el pueblo por los temas religiosos que ahí cuestiona, y entonces debe exiliarse otra vez, aunque todo esto es un pretexto para viajar de nuevo y encontrar los tres rollos perdidos de los hermanos Manakias, los primeros cineastas griegos. El Ulises de Angelopoulos realiza un viaje doloroso, hasta llegar a un Sarajevo —una Ítaca— destruido por la guerra en donde permanecen sin revelar esos tres rollos resguardados por un anciano en la filmoteca de esa ciudad. Una mirada prisionera apunto de dar a luz un siglo después de gestada.
Recopilado por Luis Betrán
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