LAS MAYORES OBRAS MAESTRAS
ELENI (2004)
"Eleni" (nombre de la mujer
protagonista que no es sino la propia Grecia) es le primera parte de una
trilogía concebida por el maestro Angelopoulos para contarnos la historia de
los últimos 50 años de su país tomándose las licencia que a todo artista le son
permitidas. Quizá sea la obra cumbre de uno de los cineastas esenciales de esa
cincuentena a la que me he referido y, por supuesto, el más importante director
griego de todos los tiempos. El grito desgarrador con que concluye esta pieza
magna cultural y artística es impresionante. Pero lo que vino despues fue una
historia muy triste. Angelopoulos filmó la segunda parte de "Eleni"
en 2008 con el título de "The dust of time" (El polvo del tiempo) con
un presupuesto holgado y reparto internacional: Irene Jacob como Eleni, Bruno
Ganz, Michel Piccoli, William Dafoe.... pero el resultado fue un terrible
fracaso comercial que no artístico. En varios paises europeos, entre ellos
España, ni siquiera llegó a estrenarse. En 2011 Angelopoulos inicia la tercera
parte de su trilogía, "El otro mar" que iba a versar ya sobre la
Grecia de ese año y los gobiernos de Samaras. Pero a principios de 2012, en el
mes de enero el director es atropellado por un motociclista cuando se dirigía a
filmar exteriores en un barrio de la periferia de Atenas. Tenía ya 76 años y
era muy corto de vista. Pero el hombre de la moto, que resultó ser un policía,
no se molestó en avisar ni a urgencias ni a ambulancia alguna. Cuando por fin
fue atendido ya era tarde y falleció prácticamente desangrado. ¿Muerte a
asesinato de Estado?. La incógnita permanece en el aire. El Gobierno griego
arrojó innumerables cortinas de humo a los investigadores y Angelopoulos fue
enterrado con mucho oropel y boato. A día de hoy todo esto está
olvidado......no para todo el mundo. Theo Angelopoulos fue un cineasta a la
altura de un Bergman o un Antonioni,con un estilo propio caracterizado por la
ucronía temporal y el uso de largos y maravillosos planos secuencia. Sus
películas fueron multipremiadas en todos los Festivales habidos y por haber. En
2008 acudió en persona al Festival de Cine de Huesca, solo por el honor que,
segun sus palabras, suponía recibir un premio que llevaba el nombre de Luis
Buñuel. Tuve la oportunidad de charlar con él, en francés, durante una media
hora gracias a los buenos oficios del hombre que consiguió que fuese a Huesca y
que fue íntimo amigo mío ya fallecido. Era un hombre bajo de estatura,
absolutamente calvo, educadísimo y que tuvo el detale de dedicarme un libro
dedicado a su figura. Naturalmente tengo la cinta de esa conversación y la
guardo como uno de mis más preciados tesoros. Grande, grande Angelopoulos.
VIAJE A CITERA (Taksidi sta Kythira), 1984
Tan solo 137 min. dura esta
maravillosa película en la que Angelopoulos se abre al presente sin dejar por
ello de tener en cuenta el tiempo pasado sobre el que reflexionó en las
portentosas "El viaje de los comediantes" (O thiassos) y
"Alejandro el Grande", films que rozan las 4 horas de duración.
"Viaje a Citera" propone la descripción de una crisis de conciencia
en los 80, tan estrictamente contemporánea de aquellos años como abrumada por
un pasado que no puede olvidar. Aquí el presente y el pasado se entrelazan
simbólicamente, conviven en una complementaria dureza, se contemplan e
intercambian razones y desdichas, se dan luz y amargura el uno al otro, se
conjugan en una sinfonía precisa, reveladora, extraordinaria. Junto a la crisis
de una conciencia sumida en la incertidumbre, la desesperanza y la resolución
propias de un presente adormecido, estupefacto e inmóvil, atenazado en la incredulidad
de las soluciones, replegado sobre si mismo y absorto en la languidez de los
titubeos, "Viaje a Citera" expone con inusitada lucidez el pasmo de
una conciencia heredera de las luchas e ilusiones de otro tiempo político no
tan lejano pero ya eclipsado definitiva e inexorablemente. Solo un poeta de la
inteligencia como Angelopoulos fue capaz de visionar la Grecia del presente y,
aún, el de Europa incluida España. Cuando camina ensimismado en sus
preocupaciones por realizar una película, un director de cine - evidentemente
el propio Angelopoulos - se encuentra por la calle ("La ciudad te seguirá
y en cada una de sus esquinas te harás viejo", Kavafis) a un anciano que
se le antoja el actor ideal, el cuerpo idóneo para representar el papel de un
ex-partisano que retorna a su país natal despues de 30 años de exilio en la
URSS. Decide seguirle y empieza a imaginar con él la película que desea hacer.
Su film soñado deviene desde ese instante real y configura la práctica
totalidad de "Viaje a Citera". A través de él , el maestro griego nos
desvela un día a día poco menos qu insoportable. Sólo una mujer, la hermana de
este cineasta en trance, es capaz de verbalizar una respuesta en contra del
vértigo de la indeterminación de todas las abstracciones ideológicas que han
generado su infierno íntimo, una respuesta impregnada de dolor y enunciada a
modo de agresiva justificación con escasas palabras: "Veo con horror y
alivio que ya no creo en nada. Por eso retorno a mi cuerpo. Es lo único que
hace que me sienta viva" Si bien "Viaje a Citera" es una
película más asequible que ls precedentes ya que su desarrollo es lineal y transparente,
no por ello Angelopoulos ha renunciado a su peculiar, tensa y bellísima
escritura. La elección del actor italiano Giulio Brogi, ninguna estrella a lo
Mastroianni, no es casual. Fue el protagonista de "La estrategia de la
araña", discutible y hermosa película de Bernardo Bertolucci basada en el
cuento de Borges "Tema del traidor y el héroe". Y es que el fabuloso
universo borgiano no anda muy lejos de las metáforas poéticas y políticas de
Theo Angelopoulos. "Viaje a Citera", sostenida por una fotografía
impresionante en color de Yorgos Arvanitis y una música excepcional de Eleni
Karaindrou, es una obra maestra insoslayable.
LA ETERNIDAD Y UN DÍA
(Mia
aioniotita kai mia mera, 1998)
”Una vez te pregunté:
¿cuánto dura el mañana? Y me respondiste: La eternidad y un día”. Un escritor
enfermo (Bruno Ganz) al que le queda poco tiempo de vida, conoce por casualidad
a un pequeño refugiado albano (Achileas Skevis) con quien establece una bonita
relación de amistad. No hay mayor misterio en la vida que el de la muerte.
Enfrentarse con ella es un acto que todos debemos emprender tarde o temprano.
Ella nos arrebatará lo que un día fuimos y nos impedirá ser lo que ya nunca
seremos. Nada condiciona tanto al ser humano como precipitarse hacia su propio
final. Es curioso que sea con su llegada cuando más sintamos la vida. Mirarla a
la cara supone también mirarnos a nosotros mismos. Saber lo que nunca haremos
nos invita a reflexionar sobre lo que hemos hecho. En esa tesitura se halla
Alexandre, protagonista de Mia aioniotita kai mia mera, una de las mejores
películas de Theo Angelopoulos. Ganadora de la Palma de Oro de Cannes en 1998. Resulta
difícil encontrar a un director cuya escritura se asemeje tanto a las teorías
de espacio y tiempo de Henri Bergson como Theo Angelopoulos. En el autor de
Paisaje en la niebla, al igual que en el filósofo francés, la concepción del
tiempo es unitaria. El pasado forma parte del presente, y el ayer es tan real
como el ahora. Con un simple movimiento de cámara, el cineasta griego es capaz
de pasar de un siglo a otro con naturalidad, sin que ello parezca abrupto. Sus
transiciones temporales son sublimes y sutiles. En ese sentido, el filme que
nos ocupa quizá sea el que mejor ilustra lo expuesto. Hay una secuencia en la
que Alexandre escucha a su hija leer una carta escrita tiempo atrás por Anna
(Isabelle Renauld), su difunta esposa. Mientras lo hace sale a tomar el aire a
la terraza del edificio. De repente, ya no está en el piso de su hija, sino en
la casa junto a la playa donde se crió. El presente se ha convertido en pasado.
Él continúa siendo viejo, pero todo a su alrededor ha rejuvenecido. Las
palabras de su esposa han pasado del papel a su propia voz. Alexandre conversa
con ella. La finalización de la lectura de la carta por parte de su hija, pone
fin al recuerdo vivido. Alexandre vuelve al presente. Lo mismo ocurre en otras
ocasiones: el pasado penetra en el presente sin aviso. Algo similar sucede con
la historia del poeta comprador de palabras que Alexandre va narrando al niño
albano durante la película: “Érase una vez un poeta en el siglo pasado. Un gran
poeta. Era griego, pero creció y vivió en Italia. Un día, supo que los griegos,
entonces bajo el yugo otomano, habían tomado las armas para reconquistar su
libertad. Entonces sintió despertarse en él su país perdido, sus años de
infancia en la isla, el rostro de su madre que siempre vivió allí. Ya no pudo
descansar, caminaba, deliraba. Cada noche, veía a su madre en sueños con su
vestido blanco de novia que le llamaba…”. En La eternidad y un día el pasado no
sólo se rememora; se hace realidad. Por ello no sorprende ver al poeta,
ataviado según la moda del siglo XIX, subir al mismo autobús que el
protagonista y su pequeño acompañante han tomado previamente. Alexandre incluso
se dirige a él; quiere encontrar las palabras que le faltan para completar su
obra inacabada. Aquellas que el mismo poeta compraba entre la gente pobre para
escribir sus versos en una lengua tristemente olvidada. Esa es su última misión
antes de partir hacia la otra orilla. El actor suizo Bruno Ganz ofrece una de
las grandes interpretaciones de su carrera. Junto a él destaca la ingenuidad de
Achileas Skevis, uno de esos ángeles sin hogar a los que la barbarie bélica ha
obligado a emigrar a edad temprana. Los dos conforman una de las parejas más
singulares y entrañables de la historia del cine europeo. La hermosa música de
Eleni Karaindrou envuelve la sucesión de largos planos secuencia que definen
cualquier trabajo del cineasta griego. Una vez más, Angelopoulos sienta cátedra
con su medida puesta en escena. Concluyo señalando que la acción de la película
se desarrolla en un solo día. El resto….
es eternidad…
ALEJANDO EL GRANDE
(Magalexandros, 1980)
"Magalexandros"
puede considerarse como la clausura de la primera época del cine de
Angelopoulos.La Historia deja paso a la leyenda y la política, de izquierdas,
hace su entrada de forma inequívoca. Esta es una soberbia película a la que
solo perjudica la formidable lentitud de su tiempo. El espectador está sometido
a una desmedida exigencia. Las coordenadas que la inspiran son básicamente dos:
un acontecimiento histórico consistente en la la captura y masacre de un grupo
de diplomáticos y aristócratas ingleses a finales del siglo XIX. Luego la
figura de Alejandro el Grande, pero no la del mítico conquistador macedonio
hijo de Filipo y alumno de Aristóleles, sino la de su caricatura: un presunto
libertador incapaz de hablar pero que no duda en matar y al que sus paisanos divinizan.
Lo real se subsume así en lo imaginario. Lo concreto en lo abstracto, y lo
abstracto adquiere cuerpo de alegoría sobre el poder. El personaje viene
servido por un hierático Omero Antonutti, un actor muy ligado al cine de los
hermanos Taviani en general y a una de sus mejores películas en particular:
"Padre padrone". Con anterioridad Angelopoulos había mirado
políticamente a la derecha, el fascismo polarizaba toda su atención. Ahora mira
a la izquierda. Su reflexión acomete lo que genéricamente puede comprenderse
como socialismo. Abre su relato en la noche de San Silvestre de 1900,
precisamente porque considera que el proyecto de transformación socialista s el
gran sueño del siglo XIX. Pero a finales del XX, donde se ubica la realización
de "Megalexandros", se ha tornado pesadilla. De esta deriva trata
esta película fundamental y clave en la filmografía del maestro griego. El
falso Alejandro representa el comunismo dogmático, el estalinismo. En mi
conversación con Angelopoulos, el cineasta declara odiar el comunismo pero se
autodefine como marxista como y freudiano. Tampoco me disipó la duda de si ese
bandido y/o partisano fue real o imaginario. Me llevó tres visionados - y es
una labor ímproba - tratar de comprender todo el alcance de "Megalexandros".
La conclusión del relato me ayudó muchísimo.
Un narrador en off nos
recuerda lo que nos dijo al principio: "una vez, en la antigüedad, un rey
extranjero quiso apoderarse de las tierras donde vivían nuestros antepasados.
Alejandro, que procedía de Eolia y mandaba una tribu de guerreros reunió a los
mejores macedonios, expulsó al invasor y liberó a nuestros lares, venciendo
pueblos y lenguas adentrándose en Asia. Una tarde mientras observaba el sol
hundirse en un gran río, le invadió la melancolía. Esa noche abandonó a sus
compañeros y marchó solo, en busca del principio del mundo". Dar a la
derrota, la del socialismo travestido en comunismo sanguinario, no deja de ser
un gesto filosófico. La melancolía es el comienzo de la filosofía, según
Angelopoulos. Obra compleja, aplastante en sus dimensiones y su lentitud,
"Megalexandros" es un reto al amante del gran cine de autor. El que
consiga dominar a este guerrero cruel, habrá conseguido escalar una de las
cimas del cine y la poesía de Angelopoulos. El que sea abrumado por las 4 horas
y escasos diálogos de "Megalexandros", podrá intentar un segundo y
lento visionado. Borges decía que el tiempo nos desgasa incesante. Cierto, pero
lentamente. A cada cual su cine, a cada cual su película de Angelopoulos.
Luis Betrán
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