Billy Wilder, el hombre que nunca
trabajó con Cary Grant
A partir de
aquí se inicia la brillante carrera como director de nuestro hombre, en la que
habrá absolutos éxitos pero también rotundos fracasos. Y su filmografía no sólo
se compone de comedias, ácidas la mayoría y alguna más dulce. También aborda
otros géneros de los que sale bien parado. En cualquier caso, va a demostrar
ser un realizador versátil. De este modo, su siguiente obra se aleja de
cualquier modelo de comedia para plantear una intriga bélica con toques de
aventura. Cinco tumbas al Cairo (Five Graves to Cairo, 1943) le permite
explorar nuevos terrenos y, de paso, trabajar con otro genio al que admira, el
incomprendido Erich von Stroheim. En esta película casi todos parecen más
víctimas que héroes, incluyendo al Rommel encarnado por Stroheim. Nuevamente,
engaños, disimulos y disfraces. También tristeza. El mundo es complejo, aunque
se trate de propaganda.
Para su
tercera película nuevo cambio y la primera obra maestra. Curiosamente no es una
comedia. Perdición (Double Indemnity, 1944) es una obra canónica del cine negro
(término que se acuña en Francia en los años sesenta, “film noir”). Brackett no
quiere saber nada de una novela que trata de sexo, dinero y crímenes. Por ello
se recurre al escritor Raymond Chandler. Otra relación tortuosa entre
guionistas. Según Wilder, Chandler no sabe nada de estructura pero escribe
frases maravillosas. El resultado es irreprochable. Brillante juego de luces y
sombras, cortesía del director de fotografía John F. Seitz. Narración en
primera persona. Frases cortas y contundentes. Un ejemplo: tras cometer el
asesinato, Walter Neff, el vendedor de seguros, se asegura de que su coartada
no va a fallar; entonces, la voz en off dice “Sin embargo, de camino al bar,
pensé que todo acabaría mal. Parece absurdo, pero es cierto. No oía mis pasos.
Eran los de un cadáver”. Y sin olvidar el descubrimiento de Fred MacMurray como
un competente actor dramático, hasta entonces encasillado sobre todo en
comedias.
Cuando le
llega el reconocimiento de la Academia de Hollywood no es precisamente por una
comedia. Días sin huella (The Lost Weekend, 1945) es un drama sobre un
alcohólico y sobre el miedo. Miedo al fracaso. El protagonista es un escritor
que siente pánico ante la posibilidad de no ser realmente un artista, de no
tener nada que contar. Su reino de fantasía es el alcohol. Tras un pequeño
susto en una première en la que el público sale riéndose, el filme entusiasma a
la crítica y en la noche de los Oscar se alza con cuatro galardones: película,
director, guión y actor (Ray Milland). La década de los cuarenta termina para
Wilder con dos títulos bien distintos. En primer lugar, El vals del emperador
(The Emperor Waltz, 1948), una opereta musical ambientada en 1906 de la que el
director reniega. Un encargo del que no le gusta mucho hablar. Y a
continuación, Berlín Occidente (A Foreign Affair, 1948), ambientada en el
Berlín de posguerra ofrece una imagen nada halagüeña de la situación. Película
inclasificable y hoy bastante olvidada dentro de la filmografía del director.
El
asentamiento definitivo de Billy Wilder en la industria tiene lugar en los
cincuenta. Dos títulos le enmarcan, El crepúsculo de los dioses (Sunset
Boulevard, 1950) y Con faldas y a lo loco (Some Like it Hot, 1959). Palabras
mayores. En medio, El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951), Traidor en el
infierno (Stalag 17, 1953), Sabrina (Sabrina, 1954), La tentación vive arriba
(The Seven Year Itch, 1955), El héroe solitario (The Spirit of St. Louis,
1957), Ariane (Love in the Afternoon, 1957) y Testigo de cargo (Witness for the
Prosecution, 1957). Las debilidades humanas, la mascarada, el pesimismo
aparecen una vez más. Pero también la alegría de vivir y hasta cierta
inocencia, infrecuente, de la mano de Audrey Hepburn en sus dos trabajos con
Wilder (Sabrina y Ariane). Y tras su ruptura con Brackett encuentra de nuevo la
estabilidad junto a I.A.L. Diamond. Desde Ariane se hacen inseparables. Quizá,
la película más extraña de este periodo sea El héroe solitario, una biografía
de Charles Lindbergh, centrada sobre todo en su vuelo por el océano Atlántico.
Wilder quiere contar una historia menos conocida: el aviador es tímido y la
noche antes de partir unos amigos convencen a una camarera para que seduzca al
piloto. El director prefiere centrarse en este suceso pero no puede hacerlo. El
resultado es probablemente la película más convencional del realizador.
Luis Betrán
Ignoro si llegara el comentario,el cine significa para muchos de nosotros mucho mas de que sea o no El Septimo Arte,ya que lo vivimos intensamente.Con respecto a la opinion Politica,totalmente de acuerdo.Saludos.
ResponderEliminarGracias por el comentario, Isadora Duncan. Efectivamente el cine lo vivimos intensamente e incluso a veces primamos la pasión sobre la razón. Respecto a la política, creo que en España se ha abierto una vía la esperanza de que algún día no muy lejano podamos envíar al franquista Partido Popular a la oposición. Para ello sería necesaria una confluencia total de la izquierda, incluido el PSOE que siempre me inspira una cierta desconfianza. Cordiales saludos.
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