miércoles, 18 de marzo de 2015

DOSSIER BILLY WILDER II


Billy Wilder, el hombre que nunca trabajó con Cary Grant


A partir de aquí se inicia la brillante carrera como director de nuestro hombre, en la que habrá absolutos éxitos pero también rotundos fracasos. Y su filmografía no sólo se compone de comedias, ácidas la mayoría y alguna más dulce. También aborda otros géneros de los que sale bien parado. En cualquier caso, va a demostrar ser un realizador versátil. De este modo, su siguiente obra se aleja de cualquier modelo de comedia para plantear una intriga bélica con toques de aventura. Cinco tumbas al Cairo (Five Graves to Cairo, 1943) le permite explorar nuevos terrenos y, de paso, trabajar con otro genio al que admira, el incomprendido Erich von Stroheim. En esta película casi todos parecen más víctimas que héroes, incluyendo al Rommel encarnado por Stroheim. Nuevamente, engaños, disimulos y disfraces. También tristeza. El mundo es complejo, aunque se trate de propaganda.


Para su tercera película nuevo cambio y la primera obra maestra. Curiosamente no es una comedia. Perdición (Double Indemnity, 1944) es una obra canónica del cine negro (término que se acuña en Francia en los años sesenta, “film noir”). Brackett no quiere saber nada de una novela que trata de sexo, dinero y crímenes. Por ello se recurre al escritor Raymond Chandler. Otra relación tortuosa entre guionistas. Según Wilder, Chandler no sabe nada de estructura pero escribe frases maravillosas. El resultado es irreprochable. Brillante juego de luces y sombras, cortesía del director de fotografía John F. Seitz. Narración en primera persona. Frases cortas y contundentes. Un ejemplo: tras cometer el asesinato, Walter Neff, el vendedor de seguros, se asegura de que su coartada no va a fallar; entonces, la voz en off dice “Sin embargo, de camino al bar, pensé que todo acabaría mal. Parece absurdo, pero es cierto. No oía mis pasos. Eran los de un cadáver”. Y sin olvidar el descubrimiento de Fred MacMurray como un competente actor dramático, hasta entonces encasillado sobre todo en comedias.


Cuando le llega el reconocimiento de la Academia de Hollywood no es precisamente por una comedia. Días sin huella (The Lost Weekend, 1945) es un drama sobre un alcohólico y sobre el miedo. Miedo al fracaso. El protagonista es un escritor que siente pánico ante la posibilidad de no ser realmente un artista, de no tener nada que contar. Su reino de fantasía es el alcohol. Tras un pequeño susto en una première en la que el público sale riéndose, el filme entusiasma a la crítica y en la noche de los Oscar se alza con cuatro galardones: película, director, guión y actor (Ray Milland). La década de los cuarenta termina para Wilder con dos títulos bien distintos. En primer lugar, El vals del emperador (The Emperor Waltz, 1948), una opereta musical ambientada en 1906 de la que el director reniega. Un encargo del que no le gusta mucho hablar. Y a continuación, Berlín Occidente (A Foreign Affair, 1948), ambientada en el Berlín de posguerra ofrece una imagen nada halagüeña de la situación. Película inclasificable y hoy bastante olvidada dentro de la filmografía del director.


El asentamiento definitivo de Billy Wilder en la industria tiene lugar en los cincuenta. Dos títulos le enmarcan, El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) y Con faldas y a lo loco (Some Like it Hot, 1959). Palabras mayores. En medio, El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951), Traidor en el infierno (Stalag 17, 1953), Sabrina (Sabrina, 1954), La tentación vive arriba (The Seven Year Itch, 1955), El héroe solitario (The Spirit of St. Louis, 1957), Ariane (Love in the Afternoon, 1957) y Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, 1957). Las debilidades humanas, la mascarada, el pesimismo aparecen una vez más. Pero también la alegría de vivir y hasta cierta inocencia, infrecuente, de la mano de Audrey Hepburn en sus dos trabajos con Wilder (Sabrina y Ariane). Y tras su ruptura con Brackett encuentra de nuevo la estabilidad junto a I.A.L. Diamond. Desde Ariane se hacen inseparables. Quizá, la película más extraña de este periodo sea El héroe solitario, una biografía de Charles Lindbergh, centrada sobre todo en su vuelo por el océano Atlántico. Wilder quiere contar una historia menos conocida: el aviador es tímido y la noche antes de partir unos amigos convencen a una camarera para que seduzca al piloto. El director prefiere centrarse en este suceso pero no puede hacerlo. El resultado es probablemente la película más convencional del realizador.

Luis Betrán

2 comentarios:

  1. Ignoro si llegara el comentario,el cine significa para muchos de nosotros mucho mas de que sea o no El Septimo Arte,ya que lo vivimos intensamente.Con respecto a la opinion Politica,totalmente de acuerdo.Saludos.

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  2. Gracias por el comentario, Isadora Duncan. Efectivamente el cine lo vivimos intensamente e incluso a veces primamos la pasión sobre la razón. Respecto a la política, creo que en España se ha abierto una vía la esperanza de que algún día no muy lejano podamos envíar al franquista Partido Popular a la oposición. Para ello sería necesaria una confluencia total de la izquierda, incluido el PSOE que siempre me inspira una cierta desconfianza. Cordiales saludos.

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