Mujeres en guerra, 2018
Dentro de una cinematografía en auge
durante este siglo como la islandesa, con parámetros tan homogéneos y
rígidos en buena parte de los títulos que exporta anualmente, la
aparición de Benedikt Erlingsson –hasta entonces autor e intérprete
teatral– en San Sebastián 2013 con Of Horses and Men
(De caballos y hombres) supuso una cierta revelación. Su primera película parecía querer
dinamitar el consabido valor emocional del paisaje de la isla en el cine
de los Friðriksson o Rúnarsson, volcando su papel protagonista hacia el
absurdo más grotesco; no obstante, la firme insistencia en su propia
condición de objeto extraño terminaba varando aquel debut, nada vacío de
arrojo, en un terreno casi más incómodo que sugestivo. Cinco años –y un
interesante documental que no conozco sobre el mundo circense, The Show of Shows (2015)– más tarde, el mordaz Erlingsson parece haber suavizado sus propósitos en Woman at war,
una obra que sigue incurriendo en lo insólito como valor paradigmático,
así como también en algunas de las flaquezas de su anterior obra, pero
que adopta para tales propósitos un diseño mucho más convencional.
Entrando en materia desde la primera
secuencia, Erlingsson presenta a una mujer madura boicoteando una planta
hidroeléctrica en medio del paisaje islandés, estampa a un tiempo
humana y pintoresca con la que prosigue su querencia por los desplazados
de la sociedad. Halla,
principio y fin de esta película, combina su actividad como profesora
de canto con la batalla frontal contra la industria hegemónica que está
destruyendo su entorno natural. En el dibujo del personaje, si bien
observado desde un prisma amable, hay cierto valor subversivo: el gran
motor vital de esta mujer decidida, soltera y sin hijos, está en una
lucha por la justicia que adorna sarcásticamente con estampas de Mandela
y Gandhi, pero su titánico esfuerzo se ve en riesgo el día que le
comunican que su solicitud para adoptar un niño en Ucrania ha sido
aceptada. Sin terminar de decidirse por elaborar un retrato firme de su
condición de mujer en armas, pero sí observando sagazmente esta
realidad, el autor juega de nuevo sus principales cartas a la carga de
peculiaridad que oculta un relato en principio esquemático.
Así, si Of Horses and Men (2013) se definía por su obcecación en la rareza a través de la dualidad ser humano/animal, Woman at war
parece más bien aplicar una gruesa capa de extrañeza a una disposición
narrativa y estilística más domesticada. Su principal apuesta para ello
es la inclusión en pantalla de una banda, a la manera de los corifeos
del teatro clásico griego, que puntúa las andanzas de Halla con música
local, impulsando la presencia de cierto exotismo en la película. Si
bien resulta refrescante en sus primeras apariciones, no es menos
sorprendente el protagonismo que concede Erlingsson al simpático
recurso. Algo parecido se puede decir del personaje de Ása, gemela de
Halla, también interpretada con magnífico carisma por la misma actriz. Halldóra Geirharðsdóttir.
Al comienzo su presencia como contrapartida de la heroína se antoja muy
sugerente, pero luego descubrimos que está más orientada a habilitar
una última pirueta –estimable, en cualquier caso– del calculado texto,
que vincula de forma inteligente la crisis ecológica del paraje nórdico
con otro del Este no menos desolador.
De este modo, en una línea no demasiado reñida con algunos de los cineastas más relevantes de su país (Rúnar Rúnarsson, Sparrows,
2015), Erlingsson pretende establecer un balance entre el marcado
localismo de ciertos ambientes y personajes y un universal aliento
edificante. Pero, a diferencia de la tibieza general de muchos de
aquellos, sigue apostando sin demasiada base por lo estrambótico en
busca de insuflar personalidad a sus construcciones. Woman at war
se presenta estimulante en sus aciertos, sobre todo los relativos al
personaje del título, e incluso es la obra de ficción más lograda del
autor hasta la fecha, pero también hace cuestionar de soslayo si con
ella no ha conseguido poco más que maquillar con tino los vicios de una
fórmula consabida. Quizá el inminente remake en Hollywood de esta apacible odisea añadirá más argumentos a este punto. O sea, la estropeará. Lástima. Que llegue pronto a las pantallas españolas o a Filmotecas, Festivales, o Circuitos Alternativos. Porque, al menos en Zaragoza (y muchísimas ciudades españolas), una película islandesa no va a verla, y menos en versión original, más de dos o tres cinéfilos deprisa y corriendo.
Luis Betrán
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