jueves, 6 de julio de 2017

DOSSIER EL GRAN CINE PORTUGUÉS


PAULO ROCHA Y LOS VERDES AÑOS

Paulo Rocha, uno de los más brillantes exponentes del cine português, fallecía el pasado 29 de diciembre de 2012 a los 77 años, en un hospital cercano a Oporto. Había nacido también en esta esa misma ciudad, como el primus inter pares Manoel de Oliveira. En el film Verdes anos describe la borrosa y extraña frontera existente entre los suburbios casi rurales de Lisboa y el final de un campo invadido día a día por los bloques de pisos. A lo largo de su larga carrera filmó, además de documentales dedicados a la obra de Oliveira, películas como A pousada das chagas (1972), O rio do ouro (1994) y A raiz do coracão (2000). Nunca existió un novo cinema portugués, eso fue asunto brasileño. Rocha fue gran amigo de Oliveira, ambos nacidos en Oporto. Pero su cine es muy distinto, y no digamos nada del de Monteiro, Rodrigues, Canijo, Botelho, Villaverde o Miguel Gomes.
Los verdes años

Os Verdes Anos muestra como el proceso de urbanización de un barrio se prolongó hasta la década de los años sesenta, cuando Paulo Rocha filmó un territorio desolado aún en construcción: la frontera entre la periferia rural, en la que vive el protagonista de esta película con su tío –un lugar amenazado por el crecimiento de la ciudad– y la periferia urbana, la de los edificios modernos y las avenidas novas, en donde trabajan los personajes principales. Esta dicotomía espacial la división, el conflicto social y la inadecuación que marcó la migración de este período, representada por los tres personajes que intervienen en la trama de la película: Afonso, Ilda y Júlio. Los tres comparten un mismo origen social rural, que quedará pulverizado por sus distintas formas de relacionarse con el barrio.

El personaje de Ilda, por su parte, representa la joven de campo que va a trabajar a la ciudad como empleada doméstica en uno de los edificios modernos del barrio. Ella no sólo es el personaje que mejor se integra en el barrio, sino que también representa los nuevos valores sociales, al menos en lo referente a la figura femenina. Al contrario que Júlio, que es incapaz de relacionarse, Ilda se distingue por su sociabilidad, hasta el punto de convertirse en la orientadora de Júlio en la Lisboa moderna. Moviéndose a gusto por todo tipo de espacios, este personaje supera los límites impuestos por las construcciones modernas y queda así asociado a la verticalidad de las nuevas tipologías urbanas. Júlio, por el contrario, representa la incapacidad de adaptarse a la ciudad. Nada más llegar a Lisboa, va a trabajar como aprendiz de zapatero en un taller situado en el sótano de un edificio moderno. Alienado dentro de su función social, este personaje-outsider verá como el barrio le va creando sucesivas barreras sociales y espaciales, quizás porque su punto de vista está asociado a la horizontalidad. Sus hábitos provincianos, sumados al desconocimiento del espacio urbano, lo condenan la una relación de extrañeza con los nuevos materiales –vidrios / espejos– y con las nuevas tipologías, así como a quedarse bloqueado ante una serie de interrupciones que le impiden evolucionar en el espacio –paredes, puertas y ventanas. La decisión del cineasta de situar la narrativa de Os Verdes Anos en espacios límite refleja metafóricamente la marginalidad de los subalternos frente a la ciudad moderna.

Los subalternos son expulsados hacia espacios exiguos, restringidos por las dimensiones de la tipología de las nuevas construcciones, que Rocha acentúa mediante primeros planos y encuadres límite, como ocurre en los planos filmados en la cocina en donde se mueve Ilda, o en el taller en donde trabaja Júlio: la morfología del espacio, el punto de vista raso y la horizontalidad de la ventana enmarcan el exterior a través de una visión limitada, resaltando la idea del barrio ya no como un espacio de proximidad para sus vecinos, sino como un agente lleno de barreras a su sociabilidad. Expulsado del barrio moderno, Júlio buscará su zona de confort en los terrenos limítrofes. La división y la distancia entre los dos principales espacios –el rural y el urbano– se destaca en varias secuencias en las que el protagonista camina por los terrenos adyacentes al barrio. Sin embargo, este movimiento de fuga es irrelevante, en la medida en que Paulo Rocha marca siempre el paisaje rural con la presencia del barrio moderno: este elemento pragmático y concreto es una especie de fantasma que impide la evasión de Júlio.

A partir de la muerte de Ilda, hacia el final de la película, Júlio recorre el espacio en sentido descendente: las escaleras marcan la metáfora de una espiral, así como la repulsa por la máquina (el ascensor) como símbolo de modernidad. Júlio corre en dirección al abismo. El protagonista rompe el vidrio del restaurante como respuesta a su aversión por los materiales modernos que tantas veces dificultaron su evolución en el espacio. Una vez dentro del restaurante, Júlio es expulsado hacia el exterior por la hostilidad de las miradas dirigidas hacia él. El paisaje rural y desahogado de los primeros planos será sustituido en esta última secuencia por un paisaje urbano claustrofóbico en el que Júlio se queda, literal y metafóricamente, bloqueado y cercado por la máquina, entendida aquí como fuerza déspota del barrio moderno.

“Los verdes años” es la primera gran obra maestra del cine portugués. Se filmó en 1963, en plena dictadura salazarista. La obra completa de Paulo Rocha – yo solo he visto cuatro películas – ve va complejizando aparentemente, pero, y no estoy en condiciones de asegurar nada, nunca superó la modestia de esta joya en blanco y negro.

Luis Betrán

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