PAULO ROCHA Y LOS VERDES AÑOS
Paulo Rocha, uno de los más brillantes exponentes del cine
português, fallecía el pasado 29 de diciembre de 2012 a los 77 años, en un
hospital cercano a Oporto. Había nacido también en esta esa misma ciudad, como
el primus inter pares Manoel de Oliveira. En el film Verdes anos describe la
borrosa y extraña frontera existente entre los suburbios casi rurales de Lisboa
y el final de un campo invadido día a día por los bloques de pisos. A lo largo
de su larga carrera filmó, además de documentales dedicados a la obra de
Oliveira, películas como A pousada das chagas (1972), O rio do ouro (1994) y A
raiz do coracão (2000). Nunca existió un novo cinema portugués, eso fue asunto
brasileño. Rocha fue gran amigo de Oliveira, ambos nacidos en Oporto. Pero su
cine es muy distinto, y no digamos nada del de Monteiro, Rodrigues, Canijo,
Botelho, Villaverde o Miguel Gomes.
Los verdes años
Os Verdes Anos muestra como el proceso de urbanización de un
barrio se prolongó hasta la década de los años sesenta, cuando Paulo Rocha
filmó un territorio desolado aún en construcción: la frontera entre la
periferia rural, en la que vive el protagonista de esta película con su tío –un
lugar amenazado por el crecimiento de la ciudad– y la periferia urbana, la de
los edificios modernos y las avenidas novas, en donde trabajan los personajes
principales. Esta dicotomía espacial la división, el conflicto social y la
inadecuación que marcó la migración de este período, representada por los tres
personajes que intervienen en la trama de la película: Afonso, Ilda y Júlio.
Los tres comparten un mismo origen social rural, que quedará pulverizado por
sus distintas formas de relacionarse con el barrio.
El personaje de Ilda, por su parte, representa la joven de
campo que va a trabajar a la ciudad como empleada doméstica en uno de los
edificios modernos del barrio. Ella no sólo es el personaje que mejor se
integra en el barrio, sino que también representa los nuevos valores sociales,
al menos en lo referente a la figura femenina. Al contrario que Júlio, que es
incapaz de relacionarse, Ilda se distingue por su sociabilidad, hasta el punto
de convertirse en la orientadora de Júlio en la Lisboa moderna. Moviéndose a
gusto por todo tipo de espacios, este personaje supera los límites impuestos
por las construcciones modernas y queda así asociado a la verticalidad de las
nuevas tipologías urbanas. Júlio, por el contrario, representa la incapacidad
de adaptarse a la ciudad. Nada más llegar a Lisboa, va a trabajar como aprendiz
de zapatero en un taller situado en el sótano de un edificio moderno. Alienado
dentro de su función social, este personaje-outsider verá como el barrio le va
creando sucesivas barreras sociales y espaciales, quizás porque su punto de
vista está asociado a la horizontalidad. Sus hábitos provincianos, sumados al
desconocimiento del espacio urbano, lo condenan la una relación de extrañeza
con los nuevos materiales –vidrios / espejos– y con las nuevas tipologías, así
como a quedarse bloqueado ante una serie de interrupciones que le impiden
evolucionar en el espacio –paredes, puertas y ventanas. La decisión del
cineasta de situar la narrativa de Os Verdes Anos en espacios límite refleja
metafóricamente la marginalidad de los subalternos frente a la ciudad moderna.
Los subalternos son expulsados hacia espacios exiguos,
restringidos por las dimensiones de la tipología de las nuevas construcciones,
que Rocha acentúa mediante primeros planos y encuadres límite, como ocurre en
los planos filmados en la cocina en donde se mueve Ilda, o en el taller en
donde trabaja Júlio: la morfología del espacio, el punto de vista raso y la
horizontalidad de la ventana enmarcan el exterior a través de una visión
limitada, resaltando la idea del barrio ya no como un espacio de proximidad
para sus vecinos, sino como un agente lleno de barreras a su sociabilidad.
Expulsado del barrio moderno, Júlio buscará su zona de confort en los terrenos
limítrofes. La división y la distancia entre los dos principales espacios –el
rural y el urbano– se destaca en varias secuencias en las que el protagonista
camina por los terrenos adyacentes al barrio. Sin embargo, este movimiento de
fuga es irrelevante, en la medida en que Paulo Rocha marca siempre el paisaje
rural con la presencia del barrio moderno: este elemento pragmático y concreto
es una especie de fantasma que impide la evasión de Júlio.
A partir de la muerte de Ilda, hacia el final de la película,
Júlio recorre el espacio en sentido descendente: las escaleras marcan la
metáfora de una espiral, así como la repulsa por la máquina (el ascensor) como
símbolo de modernidad. Júlio corre en dirección al abismo. El protagonista
rompe el vidrio del restaurante como respuesta a su aversión por los materiales
modernos que tantas veces dificultaron su evolución en el espacio. Una vez
dentro del restaurante, Júlio es expulsado hacia el exterior por la hostilidad
de las miradas dirigidas hacia él. El paisaje rural y desahogado de los
primeros planos será sustituido en esta última secuencia por un paisaje urbano
claustrofóbico en el que Júlio se queda, literal y metafóricamente, bloqueado y
cercado por la máquina, entendida aquí como fuerza déspota del barrio moderno.
“Los verdes años” es la primera gran obra maestra del cine
portugués. Se filmó en 1963, en plena dictadura salazarista. La obra completa
de Paulo Rocha – yo solo he visto cuatro películas – ve va complejizando
aparentemente, pero, y no estoy en condiciones de asegurar nada, nunca superó
la modestia de esta joya en blanco y negro.
Luis Betrán
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