EL HÚNGARO ZOLTAN FABRI (I1)
La obra maestra absoluta
El 11 de marzo de 1965 se estrenó
en Budapest Veinte horas (Húsz óra, 1965) de Zoltán Fábri. Veinte horas no
trata de la rebelión de Budapest, sino del estalinismo en el campo (pero es un
tema que habría sido imposible tratarlo sin la libertad existente para tratar
el otro). Jeancolas señala que lo nuevo no es asunto de autores sino de
películas. Fábri había hecho algunas grandes películas, pero nada permitía
suponer el golpe que supuso Veinte horas. Su trasfondo es la desaparición de la
amistad entre cuatro compañeros de miseria: Sandor, Beno, Angi y Jóska. Como un
rompecabezas (en el cual las piezas decisivas son las últimas en colocarse),
sigue el esquema de una película policíaca. Un periodista acude a un pequeño
pueblo, donde hace años el secretario del partido comunista (Sandor) ametralló
a uno de sus compañeros (Beni). A medida que avanza el reportaje la situación
aparece más compleja y las motivaciones más oscuras.
El periodista logra entresacar
una historia, cuya publicación es inviable. El secretario del partido, Sandor,
descubre que Angi ha sustraído cierta cantidad (ínfima) de grano. Sandor va a
casa de Angi con la policía y registran toda la casa pero no encuentran nada
(Angi se lo dio a su hijo, para ayudarle). Sandor le amenaza con disparar si no
dice dónde está el grano. Entonces, Angi dice que, si quiere, dispare. Y rompe
su camisa como el activista de Arsenal (Арсенал, 1928) de Alexander Dovjenko, y
empieza a perseguirlos por las calles del pueblo, gritando que disparen si se
atreven. Por supuesto, no se atreven y protagonizan una escena más bien cómica,
corriendo ante el sospechoso, que les persigue gritando. Pero el hijo de Angi
(el beneficiario de la sustracción del grano) encuentra deshonesta la acción de
su padre y le abandona para siempre. Para sus padres, el abandono del hijo ha
sido peor que un tiro de pistola.
Humillado, Sandor y otro (armados
con metralletas) van a media noche a registrar la casa de su amigo Beni, que
siempre ha tomado Sandor un tanto a pitorreo. Al verle armado con metralleta le
dice que se vaya a dormir. Sandor, por el contrario, sigue soltando todo tipo
de consignas políticas (que no vienen a cuento), Beni se ríe de Sandor, y
cansado de la situación le dice que no valía nada como sirviente y que ahora
vale menos como secretario general. Sandor, al oír la burla despectiva,
ametralla a su amigo, matándolo (y acaba con una amistad que se quería
inquebrantable).
Hay otras piezas, que dan
complejidad al rompecabezas. La secuencia seguramente más impactante es la del
reparto de la tierra del amo: nadie la quiere. Nadie se atreve a expropiarla.
La tierra pertenece a los señores –parecen decir— y la revolución no puede
durar. Esto podría parecer un alegato a favor del gobierno, pero habría que ser
cautos, y recordar como decía Miklós Jancsó que «hoy en día, nadie quiere
confesar que en 1945, cuando los rusos ya estaban en Berlín, hubo gente, y en
gran número, que seguía al lado de los alemanes». O cuando el padre del
secretario del partido declara: «cuando en 1919 el proletariado tomó el poder,
no teníamos ningún amigo, ni tampoco ningún conocido. Sólo enemigos. Entre los
señores o entre los nuestros. Los pobres se convierten en los peores enemigos
cuando han de decidir su suerte».
En la investigación, el
periodista encuentra un comunista que evoca su labor en el reparto de tierras,
en la construcción del socialismo, que decía incansablemente que había que
estudiar, pero él no lo hizo, y hoy todos son ingenieros o licenciados y él no
es nada, una inutilidad, que genera pena en el espectador. Pero olvida decir
–algo que descubrirá el periodista luego— que estuvo años en la cárcel por ser
un duro dirigente estalinista. Esto es una constante en toda la película:
siempre hay una nueva secuencia que da la vuelta a lo que vimos la primera vez.
La tercera fue ese mismo año y
fue Los desesperados (Szegénylegények, 1965) de Miklós Jancsó. Cuando el comité
de selección del festival de Cannes vio la película de inmediato la seleccionó.
Esto causó algunos problemas. La película era un alegato contra un poder
inmisericorde y despiadado. Aunque aquella fortaleza encerrada en mitad de la
extensa llanura, parecía también una metáfora de Hungría tras la invasión
soviética. Pasados los años, Miklós Jancsó declaró a Ferenc Varga que «todos
comprendieron que la película no pretendía contar sólo el destino de los fuera
de la ley de la llanura del siglo XIX. Lo sabíamos todos, pero habría sido
imposible situar la historia en un campo de concentración del régimen de Kadar
después de 1956. Era imposible imaginar algo parecido. Al contrario, incluso se
podría decir que nosotros mismos no nos dábamos plenamente cuenta de que la
película trataba de 1956, pero sentíamos que trataba también de aquello».
Pero las autoridades lo tuvieron
claro desde el principio. Jancsó recibió una llamada telefónica del Ministerio
de Cultura Húngaro: le dieron el nombre de un conocido periodista y le pidieron
que diese una entrevista en la que negase que la película tuviese nada que ver
con Budapest o con 1956. De lo contrario, era posible que su película tuviese
problemas para salir de Hungría en dirección a Cannes. Jancsó dudó, pero al
final dio la entrevista y la película pudo ir al festival. El éxito fue tan
grande que se estrenó incluso en Estados Unidos o, en 1977, en España. El
impacto de la película fue una denuncia contra toda injusticia y privación de
libertad (incluyendo la situación de Hungría en 1956, pero también todas las
demás que uno pueda imaginar).
Luis Betrán
No hay comentarios:
Publicar un comentario