"No hay que hacer cine político sino políticamente" (Jean-Luc Godard)
El nulo encanto del falso anarquista con la cámara
Godard era ya en 1966, el padre y
aún la madre, del cine moderno. Al menos eso decían en "Cahiers du
Cinéma" y en la sucursal piojosamente celtíbera "Film Ideal"
(1). Para España un descubrimiento en la "primavera de Praga". Para
determinados cinéfilos, el primer héroe "a pasar la frontera" en unos
años en los que el turismo cinematográfico no era moneda de cambio. Para Louis
Aragon "Godard era el Cine". Para la crítica de izquierdas
(Positif/Nuestro Cine), un farsante intolerable que conseguía el milagro de
hacer aburridos a los Rolling Stones. Para el público, un pequeño agresor del
cine clásico. En 1966, Godard ya era muchas impresiones, insultos o alabanzas
en lo absoluto. La trayectoria de este "anarquista simpa" en la jerga
de "Salut les copains", va por completo ligada a la remake política
del general De Gaulle. En paralelo, Godard desarrolla otra V República
Cinematográfica y resulta ser el listo y el intelectual, el amante de las
buenas costumbres del clasicismo americano y el destructor de las mismas. Una
fecha clave en la moderna historia de Francia metamorfoseará la vida y milagros
de ambos: el ya legendario mayo de 1968 (pero menos).
De Gaulle favoreció una sociedad,
un estado de ideas, sobre todo en la juventud, que, con la inapreciable
colaboración de Malraux, halló su culminación en el "joli mai".
Godard arribó a esa fecha "a bout de souffle". Como un nuevo Poicard,
el cineasta suizo-francés llegaba desnudo con una cámara ante las multitudes
del barrio latino a filmar lo que probablemente era la apoteosis de su mundo
cinematográfico. No filmó nada, lo hizo por él Chris Marker pero, ¡¡helas!!,
con Godard en primera fila para que se comprobase lo rojo que era. En las
calles de las barricadas acabaron por difuminarse los personajes que soñaban un
mundo "á part". Fue el fin de la generación de Nana ("Vivre sa
vie") y del resto de bobas/bobos, Fue para Godard un punto de inflexión a
partir del cual, como si su peculiar universo hubiera perdido la razón de ser -
de hecho, había detenido su motor de la Historia -, solo el despiste y la
marginación serán los atributos que acompañaran ya su obra.
Godard vivió un cine de fiebre y
hielo. No supo o no quiso que la pasión de sus admirados maestros americanos
inundara su obra. Su rebelión sentimental, o calculada, consintió en romper la
estética que amaba el intelectual burgués, pero con una particularidad
sorprendente. Manifestando en todo momento que esa estética había sido la
esencia última de su conformación cinematográfica. Fingía destruir una estética
de la cual había sido su mayor defensor. La ética no puede ni mencionarse en el
caso de Godard: no existió, ni existe, ni existirá. Así sus películas a veces
son retazos descoloridos de obras anteriores a las que previamente había
quitado la luz y el color para rellenarlas no con sus obsesiones particulares,
que Godard no pareció tenerlas, sino con el deseo de construir el héroe nuevo
sobre las cenizas del antiguo, pero sin que jamás mirara hacia atrás con ira.
Sus personajes, infantiles o
adultos, seres del mundo de los fans de Johnny Hallyday o Claude François,
parecieron lectores de L'Equipe o Salut les Copains, poseídos al pronto por una
fiebre trascendentalista por la cual iban a actuar en el mágico mundo de la
acción. Se sienten conscientes de ser imitadores de Humphrey Bogart (A bout de
souffle) o de la mentada protagonista de "Vivre sa vie". La otra cara
de los viejos héroes, más cansados y por contradicción más infantiles que
nunca, jugando a llevar a sus últimas consecuencias algunos aspectos de los
originales. Y es que, para este filósofo de la rebeldía de cuatro paredes y una
pantalla, las mas de las veces la vida imita al arte, y su obra, pacientemente
doméstica al gusto francés, a los auténticos "losers" (2) de las
calles de Amerika. Y todo ello para que el resultado final produzca asombro a
quienes aguardan eternamente la revolución de la estética y las costumbres.
Revolución que no vino de este
espíritu inquieto que, no hay razones de peso para negárselo, supo inventarse
una nueva narrativa, un cine de la nada, ser hijo del momento en que surgió
como presunto artista, y decir que antes que él existió el existencialismo y
Nicholas Ray (el John Huston de la ingenuidad) y otros muchos con los que vivió
un perenne sueño de adolescente que pensaba (o calculaba, otra vez)
revolucionar su medio provisto, a decir de sus exégetas, de un impertinente
talento, pero, a no decir por sus exégetas, con unas armas que procedían de una
amable visión de la cultura popular antes que de cualquier agresividad
inherente al empeño.
Luis Betrán
1) "A bout de souffle"
no dejó de ser una influencia efímera. La revolución de la narrativa vino de la
mano de Michelangelo Antonioni y "L'avventura"...........y dura hasta
2016 y quién sabe hasta cuándo.
2) Lamento el uso de anglicismos
horribles pero nuestra España actual, no es un estado independiente. Es una
colonia U.S.A.
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