jueves, 23 de junio de 2016

DOSSIER MAX OPHÜLS 3


EL CINEASTA PERIPATÉTICO

LAS MEJORES PELÍCULAS DE MAX OPHÜLS

Carta de una desconocida (Letter from an Unknown Woman, 1948)
 
Una de las historias de amor más hermosas, elegantes, acongojantes, desgarradoras y sutiles que ha dado el cine. Lo es ya su argumento, obra del gran Stefan Zweig. Pero si se puede considerar obra maestra la novelita corta, lo es también en su terreno la película en la que Max Ophüls despliega por primera vez en todo su esplendor su inigualable expresividad con los grandes movimientos de cámara. Una película con dos protagonistas extraordinarios, Joan Fontaine y Louis Jourdan, que resulta tan conmovedora por lo que cuenta (el recuerdo de una mujer de lo que fue un amor tan fugaz como intenso, el milagro de que dos personas hechas la una para la otra coincidan o no en un tiempo y un lugar) como por la propia evolución de las imágenes, por el puro disfrute de los encuadres, las miradas, la perfecta armonía entre los decorados, los personajes y los movimientos de cámara, algo por otra parte común a las otras obras maestras que Ophüls haría después. Sencillamente sublime.

Madame de… (1953)


El crítico Andrew Sarris dijo que era la película más perfecta jamás realizada, aunque ese tipo de maximalismos pueden perjudicar a un film que simplemente se sitúa también entre las cimas del melodrama de todos los tiempos. Un gran retrato de mujer, la esposa de un general con el que convive sin amor (magnífica la secuencia que los muestra cada uno en su alcoba) y la historia de unos pendientes que hacen un rocambolesco recorrido, paralelo a los amores furtivos de la protagonista y el esposo. La secuencia inicial con el recorrido por el joyero de la adinerada mujer mientras habla para sí misma, hasta que se enfrenta al espejo, ya es una maravilla. Otro momentazo es el encadenado de bailes en el salón de la mujer y su amante para mostrar el afianzamiento de su relación.

La ronde (1950)


Otro de los grandes autores de la vivísima cultura vienesa de las primeras décadas del siglo XX, Arthur Schnitzler, ideó esa estructura circular para su obra de teatro, en la que un personaje se relaciona amorosamente con otro y éste con el siguiente. Así se construyen una serie de pequeñas pero intensas historias concatenadas, de amor y desamor. A pesar de ese origen teatral, como en el caso de Stefan Zweig, Max Ophüls consigue que el resultado sea absolutamente cinematográfico y que todo encaje en ese ritmo de vals que parece recorrer muchas de las películas del director, con más melancolía y seducción que euforia danzante.

Almas desnudas (The Reckless Moment, 1949)


De las cuatro películas que realizó en Estados Unidos (más una quinta que no terminó), dos se inscriben de una forma muy particular en la estética del cine negro, aunque sin abandonar su corazón de melodrama. Esta es estupenda, aunque también la otra, Caught (1949). Demuestra cómo Ophüls, después de haber huido de Austria, pasando por Italia, Francia y Holanda (y realizando películas en esos países) logró adaptarse a la industria de Hollywood manteniendo sus propias señas de identidad como en Carta de una desconocida, pero también entrando en el cine de género y evitando el producto rutinario o aséptico. No sólo la presencia de Joan Bennett puede hacer recordar al cine de Fritz Lang, también el peso del destino y el ambiente opresivo y sin salida para su protagonista, una madre que intenta salvar a su hija cuando el novio de ésta aparece muerto. La vi por primera vez en televisión hará unos 30 años; llegué con la película ya empezada unos minutos, pero la imagen de esa madre burguesa buscando con una linterna en el embarcadero, y haciendo lo que hace a la mañana siguiente, tenía algo hipnótico que me atrapó de inmediato y me mantuvo mucho tiempo deseoso de poder ver la película otra vez desde el primer fotograma. La ocasión tardó años en llegar.

Le plaisir (1952)


Partiendo de un escritor muy distinto, Guy de Maupassant, Ophüls realiza una película en la línea de La ronda a merced de su personal estilo, de nuevo engarzando tres historias distintas a través de la búsqueda del amor sublime y los placeres de la vida. Una película admirada por Stanley Kubrick y Todd Haynes, dos de los muchos cineastas devotos de Ophuls influenciados por su manera de filmar. De hecho, la relación materno-filial de Almas desnudas (The Reckless Moment) puede recordar un poco a Mildred Pierce, la novela de James M. Cain que Todd Haynes llevó de forma magistral al formato miniserie. y en una de las historias de Le plaisir hay un baile de máscaras que indudablemente debía fascinar al director de Eyes Wide Shut. Todo conecta.

De Mayerling a Sarajevo  (De Mayerling à Sarajevo, 1940)

La vida aristocrática en el final del imperio austrohúngaro y el modo en que cambió esa sociedad con su decadencia y la llegada de la Primera Guerra Mundial, a través de una relación amorosa a contracorriente de las normas imperantes. Pura elegancia formal, la que luego heredarían el Luchino Visconti de El Gatopardo o el Stanley Kubrick de Barry Lindon.

La mujer de todos (La signora di tutti, 1934)


La película que Ophüls hizo al refugiarse en Italia huyendo de la ascensión de Hitler al poder se construye como un gran flashback a partir del intento de suicidio de una estrella de cine. Con esa técnica de recuperar el pasado que tantas veces utilizaría luego el cineasta, se reconstruye la azarosa vida amorosa de una mujer, marcada por la tragedia y el éxito al mismo tiempo, y con una relación con un joven y su padre, nada menos. Aparte de esos atrevimientos morales para la época, La mujer de todos ya contiene ideas visuales esplendidas, como la utilización de la impresión de los carteles de la actriz en el final.

Amoríos (Liebelei, 1932)

Tras sus tres primeras películas más balbuceantes, Liebelei supone el afianzamiento en lo que serían su estilo y sus temas favoritos: la Viena imperial, una relación amorosa furtiva, y la incursión en el melodrama contenido y elegante a partir de otra obra de Arthur Schnitzler.

Yoshiwara (1937)

Entre las películas menos conocidas de su primera etapa, Yoshiwara es también una de las más curiosas de su filmografía, rodada en Francia, aunque ambientada en Japón. Una mujer joven de clase alta pero obligada a prostituirse por la ruina de su familia, un oficial ruso que la enamora y un conductor de rickshaw fascinado por la chica y tratando de salvarla. La vida como representación, una idea recurrente en del cine de Ophüls, aparece en primer plano en la llamativa secuencia en la que los protagonistas imaginan su futuro.

Komedie om Geld (1936)
En esa etapa menos conocida de los años 30, la obra de Ophüls también incluye esta comedia que, como la posterior La conquista de un reino (1947), una aventura de capa y espada, se encarga de recordar que  el cineasta no sólo practicó el melodrama. Sarcasmo en torno a la crisis, los bancos y el paro, su temática tan de actualidad nos recuerda la gloriosa frase que 20 años más tarde Ophüls incluiría en Lola Montes (1955): “Los banqueros envejecen menos que sus clientes”. Por eso y por todo lo demás, Ophüls aparece como un cineasta absolutamente vigente, y cuyo cine se puede disfrutar una y otra vez, porque está cargado de belleza, ideas y sentimientos.

Excelentes asimismo: Los traficantes de opio (Divine, 1935; literalmente, Divina).

La tierna enemiga (La tendre ennemie, 1936).
Werther (Le roman de Werther, 1938) basada en Las desventuras del joven Werther de Goethe.

Suprema decisión (Sans lendemain, 1939) protagonizado por Edwige Feuillère.


Y, claro, la inconmensurable “Lola Montes” (1955)

Luis Betrán

Fuentes: las citadas en “el Cineasta peripatético”

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