EL CINEASTA PERIPATÉTICO
LAS MEJORES PELÍCULAS DE MAX OPHÜLS
Carta de una desconocida (Letter
from an Unknown Woman, 1948)
Una de las historias de amor más
hermosas, elegantes, acongojantes, desgarradoras y sutiles que ha dado el cine.
Lo es ya su argumento, obra del gran Stefan Zweig. Pero si se puede considerar
obra maestra la novelita corta, lo es también en su terreno la película en la
que Max Ophüls despliega por primera vez en todo su esplendor su inigualable
expresividad con los grandes movimientos de cámara. Una película con dos
protagonistas extraordinarios, Joan Fontaine y Louis Jourdan, que resulta tan
conmovedora por lo que cuenta (el recuerdo de una mujer de lo que fue un amor
tan fugaz como intenso, el milagro de que dos personas hechas la una para la
otra coincidan o no en un tiempo y un lugar) como por la propia evolución de
las imágenes, por el puro disfrute de los encuadres, las miradas, la perfecta
armonía entre los decorados, los personajes y los movimientos de cámara, algo
por otra parte común a las otras obras maestras que Ophüls haría después.
Sencillamente sublime.
Madame de… (1953)
El crítico Andrew Sarris dijo que
era la película más perfecta jamás realizada, aunque ese tipo de maximalismos
pueden perjudicar a un film que simplemente se sitúa también entre las cimas
del melodrama de todos los tiempos. Un gran retrato de mujer, la esposa de un
general con el que convive sin amor (magnífica la secuencia que los muestra
cada uno en su alcoba) y la historia de unos pendientes que hacen un
rocambolesco recorrido, paralelo a los amores furtivos de la protagonista y el
esposo. La secuencia inicial con el recorrido por el joyero de la adinerada
mujer mientras habla para sí misma, hasta que se enfrenta al espejo, ya es una
maravilla. Otro momentazo es el encadenado de bailes en el salón de la mujer y
su amante para mostrar el afianzamiento de su relación.
La ronde (1950)
Otro de los grandes autores de la
vivísima cultura vienesa de las primeras décadas del siglo XX, Arthur
Schnitzler, ideó esa estructura circular para su obra de teatro, en la que un
personaje se relaciona amorosamente con otro y éste con el siguiente. Así se
construyen una serie de pequeñas pero intensas historias concatenadas, de amor
y desamor. A pesar de ese origen teatral, como en el caso de Stefan Zweig, Max
Ophüls consigue que el resultado sea absolutamente cinematográfico y que todo
encaje en ese ritmo de vals que parece recorrer muchas de las películas del
director, con más melancolía y seducción que euforia danzante.
Almas desnudas (The Reckless Moment, 1949)
De las cuatro películas que
realizó en Estados Unidos (más una quinta que no terminó), dos se inscriben de
una forma muy particular en la estética del cine negro, aunque sin abandonar su
corazón de melodrama. Esta es estupenda, aunque también la otra, Caught (1949).
Demuestra cómo Ophüls, después de haber huido de Austria, pasando por Italia,
Francia y Holanda (y realizando películas en esos países) logró adaptarse a la
industria de Hollywood manteniendo sus propias señas de identidad como en Carta
de una desconocida, pero también entrando en el cine de género y evitando el
producto rutinario o aséptico. No sólo la presencia de Joan Bennett puede hacer
recordar al cine de Fritz Lang, también el peso del destino y el ambiente
opresivo y sin salida para su protagonista, una madre que intenta salvar a su
hija cuando el novio de ésta aparece muerto. La vi por primera vez en
televisión hará unos 30 años; llegué con la película ya empezada unos minutos,
pero la imagen de esa madre burguesa buscando con una linterna en el
embarcadero, y haciendo lo que hace a la mañana siguiente, tenía algo hipnótico
que me atrapó de inmediato y me mantuvo mucho tiempo deseoso de poder ver la
película otra vez desde el primer fotograma. La ocasión tardó años en llegar.
Le plaisir (1952)
Partiendo de un escritor muy
distinto, Guy de Maupassant, Ophüls realiza una película en la línea de La
ronda a merced de su personal estilo, de nuevo engarzando tres historias
distintas a través de la búsqueda del amor sublime y los placeres de la vida.
Una película admirada por Stanley Kubrick y Todd Haynes, dos de los muchos
cineastas devotos de Ophuls influenciados por su manera de filmar. De hecho, la
relación materno-filial de Almas desnudas (The Reckless Moment) puede recordar
un poco a Mildred Pierce, la novela de James M. Cain que Todd Haynes llevó de
forma magistral al formato miniserie. y en una de las historias de Le plaisir
hay un baile de máscaras que indudablemente debía fascinar al director de Eyes
Wide Shut. Todo conecta.
De Mayerling a Sarajevo (De Mayerling à Sarajevo, 1940)
La vida aristocrática en el final
del imperio austrohúngaro y el modo en que cambió esa sociedad con su
decadencia y la llegada de la Primera Guerra Mundial, a través de una relación
amorosa a contracorriente de las normas imperantes. Pura elegancia formal, la
que luego heredarían el Luchino Visconti de El Gatopardo o el Stanley Kubrick
de Barry Lindon.
La mujer de todos (La signora di
tutti, 1934)
La película que Ophüls hizo al
refugiarse en Italia huyendo de la ascensión de Hitler al poder se construye
como un gran flashback a partir del intento de suicidio de una estrella de
cine. Con esa técnica de recuperar el pasado que tantas veces utilizaría luego
el cineasta, se reconstruye la azarosa vida amorosa de una mujer, marcada por
la tragedia y el éxito al mismo tiempo, y con una relación con un joven y su
padre, nada menos. Aparte de esos atrevimientos morales para la época, La mujer
de todos ya contiene ideas visuales esplendidas, como la utilización de la
impresión de los carteles de la actriz en el final.
Amoríos (Liebelei, 1932)
Tras sus tres primeras películas
más balbuceantes, Liebelei supone el afianzamiento en lo que serían su estilo y
sus temas favoritos: la Viena imperial, una relación amorosa furtiva, y la
incursión en el melodrama contenido y elegante a partir de otra obra de Arthur
Schnitzler.
Yoshiwara (1937)
Entre las películas menos
conocidas de su primera etapa, Yoshiwara es también una de las más curiosas de
su filmografía, rodada en Francia, aunque ambientada en Japón. Una mujer joven
de clase alta pero obligada a prostituirse por la ruina de su familia, un
oficial ruso que la enamora y un conductor de rickshaw fascinado por la chica y
tratando de salvarla. La vida como representación, una idea recurrente en del
cine de Ophüls, aparece en primer plano en la llamativa secuencia en la que los
protagonistas imaginan su futuro.
Komedie om Geld (1936)
En esa etapa menos conocida de
los años 30, la obra de Ophüls también incluye esta comedia que, como la
posterior La conquista de un reino (1947), una aventura de capa y espada, se
encarga de recordar que el cineasta no
sólo practicó el melodrama. Sarcasmo en torno a la crisis, los bancos y el
paro, su temática tan de actualidad nos recuerda la gloriosa frase que 20 años
más tarde Ophüls incluiría en Lola Montes (1955): “Los banqueros envejecen
menos que sus clientes”. Por eso y por todo lo demás, Ophüls aparece como un
cineasta absolutamente vigente, y cuyo cine se puede disfrutar una y otra vez,
porque está cargado de belleza, ideas y sentimientos.
Excelentes asimismo: Los
traficantes de opio (Divine, 1935; literalmente, Divina).
La tierna enemiga (La tendre
ennemie, 1936).
Werther (Le roman de Werther,
1938) basada en Las desventuras del joven Werther de Goethe.
Suprema decisión (Sans lendemain,
1939) protagonizado por Edwige Feuillère.
Y, claro, la inconmensurable
“Lola Montes” (1955)
Luis Betrán
Fuentes: las citadas en “el
Cineasta peripatético”
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