miércoles, 15 de junio de 2016

DOSSIER MAX OPHÜLS 2


EL CINEASTA PERIPATÉTICO


La voluntad de Ophüls de “mirar el retrovisor” a la que aludía anteriormente se materializó en su interés por incorporar a su cine alguno de los hallazgos de las artes preexistentes, reivindicando al tiempo la especificidad del cine como medio de expresión artística que él concebía separada del teatro y de la vida. De la música, tomó el interés por el tempo como modulador del film (en sus guiones, Ophüls añadía acotaciones musicales para reseñar el rimo de una escena), que culmina en la creación de una serie de filmes coreográficos, en los que el movimiento al son de la música se convierte en la forma idónea de mostrar el tránsito de los sentimientos. Así lo vemos en los famosos bailes de Madame de... (id., 1953), La mujer de todos (1934) o el primer episodio de El placer; en las numerosas escenas en la pista de circo de Lola Montes (Lola Montès, 1956); o en la escena del tiovivo de La Ronda (La Ronde, 1950). Del teatro, tomó las convenciones de la arquitectura del relato (llegando incluso a segmentar el film en actos, como hace en La mujer de todos). También la literatura sirvió idealmente a sus propósitos ofreciéndole la urdimbre de una historia, el resorte creativo que dará lugar a la sucesión de imágenes que guiará la posterior búsqueda del estilo de la película. Sus querencias literarias quedan convenientemente reflejadas en algunos de sus últimos films, en los que adapta novelas y cuentos de Stephen Zweig, Arthur Schnitzler, Guy de Maupassant o Louise de Vilmorin. Pero, sobre todo, en su cine parecen emerger las preocupaciones de un filósofo, o al menos de un ensayista, las mismas que tiene el Stendhal de Del amor [11] cuando aborda el asunto amoroso como un objeto de estudio.   


A Ophüls le interesa filmar el “metafísico injerto” que describe José Ortega y Gasset en Amor en Stendhal [12] como “el amor en el que un ser queda adscrito de una vez para siempre y del todo en el otro ser.” Sus filmes nos muestran a personajes zozobrados por el discurso amoroso que les sobreviene como una enfermedad, como una fuerza que les arrebata la voluntad. En sus largos travellings dedicados al baile asistimos a la reveladora transformación del “amor placer” –ese amor delicado, de buen tono, un amor color de rosa que excluye la pasión y la espontaneidad, representado ejemplarmente por las convenciones del vals – al “amor pasión”, que arrebata a los ingrávidos amantes, mientras el mundo parece esfumarse a su alrededor. La cristalización amorosa descrita por Stendhal es mostrada en todo su éxtasis en la cristalización del estilo del director que supone el movimiento circular alrededor de los amantes, concentrados únicamente uno en el otro. El deseo cristaliza, pues, en lenguaje cinematográfico, mientras las imágenes describen las distintas épocas del amor categorizadas por Henri Beyle. A la cristalización amorosa, sigue la duda o el remordimiento - es decir, los cristales rotos del amor - y, a causa de ello, sus personajes quedan desamparados mostrando su sufrimiento desnudo ante el espectador a causa de la inesperada reacción del amante, como ocurre en películas como Madame de...o Carta de una desconocida (Letter from an unknown woman, 1948). En ocasiones, el sufrimiento incluso se plasma en lo físico, como podemos observar en el cuerpo sacudido por el espasmo de la ira y el dolor del multimillonario Smith Ohlrig (Robert Ryan) en Atrapados (Caught, 1949); o en el cuerpo doliente, postrado en el quirófano, de la estrella Gaby Doriot (Isa Miranda) en La mujer de todos (La signora di tutti).


Quizá, a causa del empeño de Ophüls por reflejar algo tan intangible como ese mágico momento de la cristalización stendhaliana y su posterior desvanecimiento, Martin Scorsese confiesa que no entendió nada de Madame de... la primera vez que la vio, siendo aún estudiante. En un breve texto sobre el director, Scorsese hace suya la afirmación del crítico Andrew Sarris, quien afirma que nunca debería mostrarse una película de Ophüls a alguien menor de treinta años[13]. Seguramente, sus películas sólo puedan ser entendidas realmente por aquellos que, como dice Stendhal en el primer ensayo de prólogo de Del amor, ya “tuvieron o buscaron tiempo para hacer locuras”14], las locuras del amor.

El caso de Lola Montes


En Cannes, el Museo de Cine de Munich fue a presentar su restauración de la edición premier de Lola Montes. El lugar de la proyección fue bloqueado por el hijo de Max Ophüls, Marcel. Lo que el público vio en diciembre-enero, 1955 a 1956, difería de copias en circulación desde 1969. Estas primeras ediciones eran seis minutos más largas  y tenían colores mucho más brillante. También varios idiomas. Loa personajes hablaban francés, alemán o inglés, con subtítulos en su caso. Estas ediciones fueron un desastre. El público en París protestó ruidosamente por lo que la policía tuvo que ser llamada. En “Le Figaro”, Cocteau, Rossellini, Becker, Tati, Kast y Astruc protestaron. Después de unas semanas, Lola fue retirada, se realizaron cortes, y se sustituyeron secciones subtituladas (a mano, en cada impresión) de manera que todo el mundo hablaba un idioma, francés o alemán, dependiendo de la edición, Lola Montez o Lola Montés. En vano. Después de la muerte de Ophüls en 1957, Lola fue cortada por tercera vez, en secuencia cronológica con 15 o 20 minutos eliminados. Finalmente en 1968 el productor Pierre Braunberger adquirió Lola y emitió un duplicado de la segunda edición francesa - el único Lola que la mayoría de nosotros hemos visto alguna vez -  en que faltan algunas de las imágenes, algunas de la parte izquierda (recortada de sonido óptico monoaural), algunos de los sonidos, y algunos de los colores. Es esta última edición que Marcel Ophüls ha declarado sagrada.

Luis Betrán
Las mismas fuentes que en la parte 1 de este dossier.

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