La utopía y el gesto
Si algo caracteriza a la carrera de
Jacques Audiard es su marcada coherencia. Una coherencia tanto a nivel
interno (el francés siempre ha mantenido constantes en su escritura,
realizada en su mayor parte junto a Thomas Bidegain) como con, al menos
en el caso de The Sisters Brothers (2018), su
última película, un cierto western contemporáneo. Un filme interesante
en la construcción de esa doble cohesión, y que al mismo tiempo presenta
ciertas peculiaridades que, pese a no ofrecer reflexiones
necesariamente nuevas, si impregnan su obra de un hálito de sincero
humanismo, especialmente en dos aspectos: la utopía y el gesto. Presentada en el Festival de Venecia, la película venía acompañada de cierto interés por ser la obra posterior a Dheepan
(2015), sorprendente ganadora de ese año en Cannes. Coproducción
española, rodada entre Almería, Pamplona y Rumanía, adapta la novela de
Patrick deWitt y parte del interés del actor John C. Reilly, que ejerce
como productor y se reserva uno de los papeles más interesantes de la cinta, donde comparte protagonismo con algunos de los
actores anglosajones en mejor forma de la actualidad (Joaquin Phoenix,
Riz Ahmed y Jake Gyllenhaal). Juntos encarnan a los personajes de una
historia solo aparentemente sencilla y transitada por el género: dos
hermanos de fisicidad y caracteres opuestos, el gigantón melancólico
(Reilly) y el tragicómico violento (Phoenix), distintos también en sus
deseos de continuar con una vida violenta o retirarse a una
granja-arcadia. Un contrato para atrapar a un técnico huído (Ahmed),
poseedor de un secreto de vital importancia se antojará como un último
trabajo que permita el parcialmente ansiado retiro. Como telón de fondo,
la transformación de una sociedad que deja atrás el tiempo del wild
west para abrazar con decisión la democracia, la urbanización y los
nuevos avances técnicos. Nada, en principio, no visto en otros últimos
viajes por tiempos crepusculares como los que ofrece Wild Bunch ( Grupo salvaje1969, Sam Pekimpah).
En Venecia, donde el filme alcanzó
cierto reconocimiento crítico y se alzó con el premio a la mejor
dirección, compartía selección con otro western, The Ballad of Buster Scruggs (2018), que se llevaría finalmente el premio al mejor guion. Junto con la película de los Coen - que no he visto - y otros títulos recientes, como Bone Tomahawk (S. Craig Zahler, 2015), en esta ocasión premiado en Sitges, The Sister Brothers
ha ayudado a conformar un pequeño mapa de títulos cuyo lugar común es
su voluntad de tomar caminos menos transitados por el género, optando
para ello por una vía intermedia entre la iconoclastia posmoderna y
respeto reverencial al canon del western. Ya sea desde la violencia más seca y áspera, como en el caso de Bone Tomahawk,
de la diversa y ejemplar antología de los hermanos Coen o el realismo
humanista y pausado de Audiard, todas ayudan a un género siempre en
estado potencial de rejuvenecimiento. En el caso de The Sister Brothers,
el acento se sitúa en un respeto por los tiempos y formas de la época,
que, sin la necesidad incapacitante de veracidad de una recreación
historicista, si intenta mostrar su interés por esquivar ideas
preconcebidas. Impecable en ese sentido la forma de tratar los retrasos
en las comunicaciones o la temporalidad y fisicidad de viajes y
enfrentamientos (estimable el tiroteo nocturno que abre la película). Un
tipo de aproximación que, guardando las distancias de tono, muestra
similitudes con títulos como Open Range (Kevin Costner, 2003).
El resultado no es solo una película en
conexión con cierta vanguardia del western contemporáneo, también es una
obra que tiende puentes con los anteriores filmes escritos por Audiard y
Bidegain. Juntos y pese a las distancias respecto a tema y
ambientación, han desarrollado una filmografía marcada por la
continuidad de muchos de sus personajes: ya sea en un thriller
carcelario como Un prophète (2009), convertido con los años en película de culto; un drama suburbano como Dheepan, con la emigración como telón de fondo o un western como The Sisters Brothers (2018), todas comparten un tipo similar de protagonista: aquel que
intenta huir de forma activa y sin éxito, de la violencia reinante tanto
en su interior como en su entorno más cercano. Una tensión interna compartida por el
grandullón interpretado por Reilly, fascinado como un niño por los
nuevos avances de la técnica (como en la delicada escena del cepillo de
dientes) y en constante huida del camino marcado por su dominante y
violento hermano. Pero también en el caso de Dheepan, ese prófugo de la
violencia sectaria, de nuevo de actualidad en Sri Lanka, que encuentra
un panorama de desoladoras similitudes en los degradados banlieues
franceses. Y no menos célebre el caso de Malik El Djebena, en una
permanente guardia respecto a su habilidad para el mundo criminal tan
bien resumido en el final de Un prophète. The Sisters Brothers
también encuentra espacio para desarrollar un discurso propio, de un
modo interesante, sobre la utopía y el gesto fraternal.
Así, del mismo modo que Inside Llewyn Davis, de los Coen, reflexionaba sobre todos aquellos músicos que, en el Greenwich Village
de los 60 pudieron ser Dylan (y no llegaron a serlo), la película pone
en pantalla aquellos proyectos utópicos de organización colectiva, otras
américas que pudieron ser y quedaron relegadas por el camino. Un proyecto utópico, financiado por un
nuevo método científico de encontrar oro, que transformará las
fidelidades entre perseguidos y perseguidores y que le servirá a Audiard
para reivindicar la expresividad de una de las principales vetas del
género, la amistad y la camaradería masculinas. Sorprende aquí el candor
con el que se exponen las ideas políticas y resulta creíble la
seducción y el vínculo que estas crean progresivamente dentro del
heterodoxo grupo de pioneros.Esta idea fraternal funciona a nivel
político, pero también lo hace en la forma en que la relación entre
ambos hermanos se desarrolla a nivel íntimo. Propiciada por la habilidad actoral
de Phoenix y Reilly, vemos un catálogo de gestos (la forma en que se
agarra una tijera para cortar el cabello durante una conversación
trascendental), miradas (las que suceden en campo, pero también aquellas
que no) y silencios cargados de significado, que dotan de veracidad y
categoría dramática a lo mostrado en pantalla. El resultado final es una película que, a
tenor de lo demostrado por sus datos de taquilla y su repercusión
crítica durante el año, puede ser fácilmente minusvalorada. Pero bajo su
apariencia de título menor y alejado de la épica, a una distancia no
demasiado alejada de la superficie, se esconde una historia de profunda y
sincera verdad, cargada de un cada vez más necesario humanismo.
Luis Betrán
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