Gran Torino. Los bises de Clint Eastwood
Clint Eastwood, 2008
Tras más de cincuenta años delante de las cámaras, además de la dirección, la producción y la composición, el buen hombre ha decidido que ya ha cumplido con creces.

Tengo en mente aquella película inglesa, Los amigos de Peter (Kenneth Branagh,
1992), en la que el protagonista hacía una reunión de fin de semana en
su casa para informar a sus amigos y celebrar con ellos cierta suerte de
despedida (seguir sería un spoiler). Algo así ocurre con Gran Torino, película que se estrena en España el próximo 20 de febrero, y con la cual Clint Eastwood
ha anunciando su retiro de la interpretación, su corte de coleta, su
cuelgue de hábitos… aunque no de la dirección, campo en el que de
momento sigue para regocijo del respetable, que como ya debe saber, está
preparando su próximo trabajo, The human Factor. (la filmó con pésimos resultados el venerable Otto Preminger. Tras más de cincuenta años delante de las
cámaras, además de la dirección, la producción y la composición, el
buen hombre ha decidido que ya ha cumplido con creces, y va siendo
momento de aflojar un poco, y dejar de actuar, y en su última faena ha
querido rendir homenaje póstumo a lo que su figura ha sido en la
pantalla, sus más icónicos personajes, los más representativos y
selectos de su filmografía.
Este digno tributo, como productor y
director que es, se lo ha podido permitir en forma de película y se
llama Gran Torino. En ella da vida a Walt Kowalsky, un viejo ex marine y
combatiente en la guerra de corea, gruñón, viudo, renegado de su
familia, y hostil con sus vecinos, inmigrantes asiáticos precisamente.

A medida que avanza la trama, y empezamos
a conocer a este individuo más de cerca, vamos reconociendo en él todos
los vicios y grandezas que parecen haber dejado en el actor los posos
de sus, en otro tiempo, arraigados personajes Josey Walles, Harry
Callahan, William Munny, o Frankie Dunn: el tipo duro, solitario,
renegado, fascistoide a la vez que anárquico y desafiante con la
sociedad y el sistema y, a la sazón, renqueante por el peso de sus
pecados del pasado, debido a que, no obstante y muy a su pesar, en el
fondo tiene buen corazón.
Pero no sólo es ese fondo el que está
retratado en Kowalsky, sino también el envoltorio, la forma visual,
gestual, icónica con que solía vestirse como extensión a a la particular
idiosincrasia de sus personajes. Por eso Eastwood director aprovecha
la mínima ocasión para hacer a Eastwood actor escupir con desprecio,
apuntar con la mano sin necesidad de empuñar el Mágnum (genial la
escena), apadrinar o respaldar a indefensas damiselas y novatos
idealistas de los caciques de pacotilla en guerras que están a mil
millas de tener algo que ver con él, o mandar al carajo y sin pasar por
la casilla de salida a los reiterados intentos de la Iglesia de hacerse
un hueco en la foto de este agrio personaje.
Llegados a este punto, ¿es Gran Torino la
excusa para el auto-homenaje o viceversa? La respuesta no es fácil,
pues el resultado final no solo es redondo, sino indivisible. Decir que
la película es un traje a la medida de su protagonista, es tan cierto
como injusto, aun dejando claro que se trata de un traje de alta
costura. Ciertamente, me cuesta imaginarme Gran Torino protagonizada
por otro actor, cualquiera fuera su rutilancia o solvencia, y cuando
finalmente lo consigo, poniendo otra percha a ese traje, el resultado no
se me antoja con el sentido de homogeneidad que podemos disfrutar en
esta genuina obra de Eastwood, puro Clint.

Y digo que es injusto, porque supone
hundir la cabeza de lleno en el topicazo que a menudo se repite cuando
te metes entre pecho y espalda alguna película hecha a la medida de tal o
cual galán o damisela de la interpretación, para mayor lucimiento de su
figura, bolsillo y/o ego, solo que en ese caso suele ocurrir que el
vehículo de pompa circula en un sentido que no busca vínculo alguno con
la figura o la presencia de su protagonista (persona), sino un elaborar
un producto puramente comercial, tanto para la mayor como para la figura, que a veces tanto monta-monta tanto.
Gran Torino nos ofrece además, también
argumentalmente, todo aquello que los personajes de Clint Eastwood han
ido dejando ver por el camino a lo largo de los años, y busca echar la
llave a las puertas que, cada vez menos, iban quedado entornadas.
Eastwood busca en esta obra el retiro, la paz interior y el exorcismo
de los fantasmas que sus pecados llevan grabados a fuego en su alma
aparentemente pétrea, mediante una purga en la que en el más difícil
todavía que puede suponer buscar la absolución hacia uno mismo, como
modo de aprender a perdonar y tolerar a los demás. Por eso, aunque no
es necesario, es aconsejable conocer la trayectoria de este actor, para
disfrutar plenamente de la delicia que supone Gran Torino.
Como si después de su anterior Million Dollar Baby le hubiéramos pedido los bises, Walt Kowalsky sale al escenario y
compone su mejor recopilatorio para despedirse de su público, a quien se
entrega con sincero amor y generosidad. Él es Clint Eastwood. O mejor, fue Clint Eastwood. Lo que vino despues de "Gran Torino" fue lamentable. Y el cineasta exhibió sin pudor alguno su fascismo republicano, ya visto como actor en "Harry el sucio" y como director en la sobrevaloradísima "Sin perdón". Eastwood apendiño a hacer cine poco a poco. En u fimografía no llegan a la la decena las buenas películas.
Luis Betrán
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