Inesperado en su obra,
extravagante en la vida. Joao César Monteiro es uno de los más originales
cineastas portugueses y ha visto su trabajo reconocido a nivel internacional,
habiendo además recibido la bendición urbi et orbe del Papa Lusitano don Manoel
de Oliveira…después de muerto. La cinta suya más polémica ha sido Blancanieves:
en la mayor parte de la película, estrenada en noviembre del año 2000, la
pantalla aparece y permanece negra. Sin ninguna imagen. "Con una pequeña
pérdida, es una gran película para los invidentes", comentaba el
realizador, que abría una guerra con el productor Paulo Branco a causa de esta
propuesta osada. En Blancanieves, cuando hay imágenes no hay texto, y cuando
hay texto desaparecen las imágenes.
Joao César Monteiro (1934-2003)
integra el grupo de jóvenes realizadores del movimiento Nuevo Cine y es de los
pocos que no prosigue los estudios universitarios - tal vez por considerar la
escuela como "el retrete cultural del opresor". Comienza a trabajar
como asistente de realización. En 1963, una bolsa de la Fundación Gulbenkian le
permite viajar a Inglaterra, estudia en la London School of Film Technique. Dos
años después, regresa e inicia el rodaje de su primera obra, ""Quien
espera zapatos de difunto muere descalzo". En 1989, "Recuerdos de la
Casa Amarilla" fue distinguida con el León de Plata en el Festival de
Venecia. Aquí, volvería a ser premiado, en 1995, con el Gran Premio Especial
del Jurado por "La Comedia de Dios". Fue también actor y hombre de
grandes rebeldías. Siempre mordaz. En una entrevista con Cienfuegos en el
Festival de Gijón donde fue homenajeado en 1997 (yo estuve allí), confiesa su
gusto inmenso por la expresión "hijo de puta". "Mi sueño es ser
juzgado, y cuando el juez diga" levántese el reo ", mi respuesta
es": levántate tú, hijo de puta. Ahora bien, como llegar hasta el tribunal
es una pesadez, estoy pensando en meterlo en una película.
La “casa amarilla” de João César
Monteiro es el punto de llegada de un personaje perdido en las calles de una
Lisboa sucia pero verdadera, sin su embellecida luz blanca. Una casa destinada
a los últimos de la vida, refugiados en la imaginación y fantasía de su
universo, que los protege de la insensibilidad anónima de la vida rutinaria de
la ciudad. Una “casa amarilla”, por supuesto, que es un manicomio, pero también
el pasaje definitivo de la pobre realidad de la vida de João de Deus, el alter
ego de Monteiro, al universo sombrío e infinito de un nuevo Nosferatu, su
resurrección final después del rechazo social que vive en Lisboa.
El personaje de João de Deus nace
en Recordações da Casa Amarela, la primera parte de una supuesta trilogía que
se completa con A Comédia de Deus (1995) y As Bodas de Deus (1999) –y con un
maravilloso “epílogo” de despedida en Vai e Vem (2003)–, pero sus orígenes
pueden encontrarse en el primer largometraje de César Monteiro: Fragmentos de
um Filme Esmola, realizado en 1972 (Monteiro tenía 34 años). Con trazos que nos
recuerdan Le Père Nöel a les yeux bleus (1969) de Jean Eustache, encontramos a
Lívio, personaje misterioso que busca su supervivencia entre un paisaje urbano
asfixiante y un experimentalismo estético inspirado en la fantasía de su
pensamiento. Lívio será también, más tarde, habitante de la “casa amarilla”, el
manicomio lisboeta que recibe a João de Deus en la conclusión de Recordaçoes da
Casa Amarela. João de Deus sigue el camino ya tomado por Lívio, pero con el
peso de su vejez. Interpretado por el propio João César Monteiro, João de Deus
vive en la pensión lisboeta de Dona Violeta (Manuela de Freitas, actriz
recurrente en el cine de Monteiro), presencia autoritaria, represiva y representante
de un fatalismo portugués conservador en el estilo de vida.
João de Deus lucha por una
independencia que la indignidad social estructurada por los otros no le
reconoce. Sus días se dividen entre la tímida cohabitación con otros perdidos
habitantes de la vida lisboeta, perforando los laberintos de una Lisboa medieval
y pobre, y sus deseos por una joven ninfa, Julieta, una imagen de pureza y
música dentro de la decadencia de su ciclo de vida, reflejada en el propio
estado físico de João de Deus. Su despertar se produce en momentos iluminados
que lo distancian de una humillación física cotidiana, creando una deificación
del cuerpo, de los gestos y de los sentidos de la schubertiana Julieta,
ofreciéndole la oportunidad de escapar de una triste realidad para aventurarse
en el placer de los sentidos de su mirada sobre una Julieta inspirada en la más
pura pintura renacentista o flamenca. Pero el último rechazo – el del placer
físico que rompe las rígidas normas morales de sus relaciones sociales (Julieta
es la hija de Dona Violeta) – lo dejará sin espacio para vivir en el pobre
escenario de los comunes mortales. Su lugar estará entre los inadaptados,
miembros alienados de una sociedad que vive por el juicio de sus criaturas y
por la reproducción terrena del infierno que tanto refieren en sus desesperados
lamentos.
Pero la riqueza de la experiencia
del universo del alter ego de Joao César Monteiro está en la tensión entre la
triste pero cómica realidad de sus personajes y un puente hacia la fantasía de
las palabras, gestos y narrativas conducidos por João de Deus (y malinterpretados
por las figuras de autoridad). Como un cierto ovni en una ciudad sin tiempo, la
revolución de João de Deus (y de Joao César Monteiro en su cine) es una mirada
entre la tensión de un retrato lisboeta realista y decadente y una fábula
puramente cinematográfica, juegos de palabras, referencias luminosas, musicales
y poéticas de sus espacios, un escenario para la extraña forma de vida de un
incomprendido en su forma y discurso, pero que nunca busca la comprensión del
mundo exterior a sus impulsos.
La vida de João de Deus, pues,
existe a nuestros ojos exclusivamente por la capacidad de expresión del cine,
su propio paraíso en la tierra: un monumento a su idioma y un reconocimiento de
la capacidad del espectador de seguir y fantasear en los caminos reales y
ficticios del propio artista – João César Monteiro o João de Deus – en su
propia pantalla. La posición de Monteiro en el cine portugués y su puesta en
escena son de una libertad individual total: un encuentro entre la realidad de
las asfixiantes calles lisboetas y un mundo de fantasía sugerido por sus actos
y miradas. El renacimiento de João de Deus por la vampírica presencia de
Nosferatu nos dice que, al final, solo nos queda el cine como la posibilidad
más próxima de una felicidad individual, sin compromisos con ninguna otra
realidad de autoridad y censura moral.
Recordações da Casa Amarela
funciona hoy, también, como pieza de memoria (“recordações” como “recuerdos”,
luego, imágenes de cine) sobre un artista que ha hecho siempre su camino solo,
distanciado de las formalidades de vida y trabajo, pero con una visión única
sobre cierto sentimiento de la vida lisboeta (como en la presentación de “una
película lusitana” en sus créditos y su magistral plano de introducción sobre
Lisboa, con un discurso sobre su sufrida vida cotidiana. Y Joao César Monteiro
es, en nuestra época, un cineasta que ejerce una tremenda influencia sobre el
espíritu de creación contemporánea del cine portugués: autores como João
Nicolau o Miguel Gomes hablan de Recordações da Casa Amarela como la mejor
película hecha en Portugal, señal de reconocimiento a la creación de un
universo fantasioso anclado en la realidad física de un barrio, una ciudad o un
país. Pero Joao César Monteiro ha superado cualquier figura canónica de
inspiración: su presencia se ha instalado, como la de todos los grandes
artistas, en el movimiento eterno del imaginario cinematográfico. Cuando
Monteiro falleció, un cineasta - muerto también recientemente - tan lejano en
todo como el iraní Abbas Kiarostami escribió: ha muerto el mejor cineasta del
mundo. Oliveira, por su parte, anotó "ya nunca más volveré a reirme de
todo aquello que merece risa y no odio". "Recuerdos de la casa
amarilla" es una fiesta cinematográfica.
Luis Betrán
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