Nunca fui amigo de Eric Rohmer. Jamás le conocí ni cené con él. Solo vi sus películas. Todas, creo, salvo algún que otro cortometraje. Tampoco he profesado un especial amor a la "nouvelle vague", ni creo que fuese un "movimiento" que cambiara el cine como sí lo fue el neorrealismo. Pero hoy no quiero escribir de eso porque me conozco y se que mis dedos no obedecerán las ordenes que dicten mis neuronas e, inevitablemente, saldrá el nombre de Godard y descargaré toda mi artillería pesada sobre el Zeus omnipotente de Cahiers du cinéma, a quién me permito detestar por más que Carlos Heredero escribiese en El País que todos somos hijos de la más famosa revista de cine. Y como sucede que en todas las familias numerosas hay un garbanzo negro, yo me autodeclaro leguminosa dura y si de algo o alguien soy hijo es, evidentemente, de mis fallecidos padres. Y si de cine hablamos, acaso de Positif pero sobre todo de la Independencia.
No. Quiero redactar algo sobre Eric Rohmer que es el que se ha muerto. Y si titulo este texto como "au revoir mon ami", es porque me fui haciendo amigo cinéfilo de E.R. que ni se llamaba Eric ni se apellidaba Rohmer (1). Pero no era un tramposo y siempre fue fiel -no me olvidaré de sus escasos devaneos con la alta cultura- a si mismo, a su estilo y a su cosmovisión aparentemente ligera, llena de "politesse" (cortesía), de "charme" (encanto), pero ayuna de la cursilería que tanto ha edulcurado -antes y ahora- el cine francés. Las aparentemente ligeras historietas de este cineasta distinto a todos me fueron conquistando poco a poco. Así que le estreché la mano -cinéfilamente hablando repito- en su serie de Comedias y Proverbios, se la pasé por el hombro ya amistosamente en sus Cuentos de las 4 estaciones y me despedí de él con un abrazo en el Romance de Astrea y Celadon. No habrá más películas de Rohmer -como le dijo Wyler a Wilder en el sepelio del irrepetible Lubitsch- más al igual que herr Ernst, monsieur Eric se lleva su secreto a la tumba porque tampoco habrá otro Rohmer por más que se intente.
Mi intermitente idilio con E.R. comenzó con otros cuentos: "los morales" y, especialmente, con Ma nuit chez Maud (1969) que ví en el cine Elíseos cuando era Sala de Arte y Ensayo hace un montón de años, que la habré revisado al menos tres veces y que todavía la sigo considerando la única obra maestra en el "corpus" rohmeriano. Puro subjetivismo, dado que me aburrí mucho con Le genou de Claire (1971) y mi tedio no se ha alegrado con los años. ¡¡Pero hombre!!, si esa película con el obseso voyeur que interpretaba Jean Claude Brialy rebosa sutileza, diálogos de fina ironía y Aurora Cornu, con su inenarrable francés de fuerte acento rumano era una presencia potentísima. Sencillo: a cada uno su Rohmer y que sea feliz con el que más disfrute dado que se parecen los unos a los otros como las gotas de agua. Nuestro hombre, como tantos, hizo siempre la misma película, salvo contadas ocasiones que no obviaremos.
Ma nuit chez Maud me cautivó por sus brillantísimos diálogos, por su original asunto religioso visto desde una perspectiva racionalista, y por... Françoise Fabian, realmente inconmensurable en esta película. No era el primero de "les six contes moreaux", pero sí el mejor aunque aprecie Le signe du lion (1959, que ni es cuento ni es moral pero como si lo fuese), La carrière de Suzanne (1963), La boulangère de Monceau (1963), no tanto La collectionneusse (1967) y ya me he referido a mis problemas con la dichosa rodilla de la insulsa Clara. Por el contrario, el último de la serie L'amour l'aprés-midi (1972) me encanta y, aunque lejos de la complejidad de Maud, anuncia el Rohmer venidero. Ese cineasta eternamente fresco y joven, siempre igual a si mismo, tejiendo su particular "comedie humaine" sin la acritud ni la profundidad de Monsieur Honoré de Balzac, naturalmente, pero sin pretenderlo en absoluto. Porque sus películas siempre parecieron pequeñas y livianas. Craso error. Estaba permitido asomarse al exterior.
Antes de embarcarse en su segunda serie y estimulado por una crítica que había adorado a Maud y a Claire, nuestro hombre quiso demostrar que él era casi tan culto como Godard (en Positif jamás creyeron que Jean-Luc hubiese leído libro alguno, sino que los utilizaba con profusión al estilo de los políticos cuando les da por citas ilustres que llevan apuntadas en un cuadernillo de "chuletas") y se metió en camisa de once varas con resultados opuestos. Si Die Marquise von O (1976) le quedó plomiza, acartonada (no lo afirmo con seguridad; hace muchos años que no la veo) y petrificó el maravilloso texto de Heinrich Von Kleist, Perceval le Gallois (1978) fue/es una preciosa miniatura poco reconocida e injustamente olvidada. Una rareza en autor tan poco dado a extravagancias. Nada que ver con estos escarceos literarios, La femme de l'aviateur (1980) fue un brillante estrambote a los cuentos morales y los hay (yo no) que todavía la consideran la peli más significativa del gran director.
De las "comedias y proverbios" me quedo, sin duda, con la deliciosa Pauline á la plage (1983) la película de Rohmer que más me ha divertido y divierte. Hay que ver esa chica cómo se burla de los varones que la cortejan. Casi parece una obra feminista por lo lista que es ella y lo tontos que son ellos. No olvidemos que en el cine de Rohmer las mujeres son siempre más pillas, trapisondistas y embaucadoras que los varones. Eric era un tanto misógino y bastante conservador, no nos engañemos. No me gustan nada Le rayon vert (1986) ni la extremadamente bobalicona Quatre aventures de Rainette et Mirabelle (1987) en la que surgía impetuosa -por primera y única vez- la francesada: una de las dos chicas enseñaba a la otra el entorno de su casita de campo y la susodicha exclamaba "¡¡¡Oh, la campagne, les fleurs!!!" cuando lo que veíamos era una birria de paisaje con arbustitos y florecillas de tres al cuarto. ¡¡¡Ah, Chauvin, Chauvin, cuantos pecados se cometen en tu nombre aunque este fuese venial!!!
De los "Cuentos" me quedo con el de otoño (Conte d'automne, 1998) y con la señora enóloga que oficia de casamentera con cualquier amiga que se ponga a tiro. ¡¡Vaya tipa!! No quisiera encontrármela, yo que he abrazado la soltería hasta (espero) el resto de mis días. Conste que les contes de printemps (1990), d'été (1996) et d'hiver (1992), l'ami de mon amie (1987)... son sabrosas e intercambiables según pareceres.
Rohmer ya era bastante mayorcito cuando volvió a la "qualité" y casi le creimos senil. Fue en el nuevo milenio con, quizá, sus dos peores películas: L'Anglaise et le duc (2000) y Triple agent (2004). Parecía que se despistaba en asuntos que nada tenían que ver con el personalísimo y juvenil cine que había sido su marca de fábrica (¡¡la política, mon Dieu!!). "L'usine Rohmer", lo único de la nombradísima vague que sí que fue nuevo y distinto junto al zigzagueante itinerario de Godard (¡¡¡he dicho que no le nombraría, mecachis!!!), con la distancia notable que va de lo pedante a lo modesto, de lo falso a lo cierto. Chabrol, Truffaut, incluso Rivette (2) terminaron haciendo cine clásico y hasta "Cinéma de papa". ¿Le iba a suceder lo mismo a mi amigo en sus obras postreras? Brrr...
Y entonces va el de Nancy y se marca una larga cambiada con la adorable Les amours d'Astrée et Celadon (2007) y da la vuelta al ruedo con otro romance medieval (siempre le gustaron, Perceval es Chretien de Troyes) vestido con ropajes de guardorropía teatral pero... con la misma muchachada de siempre. Astrée le toma el pelo al pobre Celadon cuantas veces quiere y con quién hemos estado tratando en esta despedida "en beauté" son los "mismos perros con distintos collares" (perdón por tan fea frase) y sus enredos los conocíamos desde las Comedias y proverbios e incluso antes. Esta bellísima película no siempre fue entendida. Algunos la tomaron por flojita y propia de quién ya tiene 87 años. Miren por donde: discrepo. Pertenece a lo más selecto de su exquisita cosecha.
Rohmer se fue y bien que lo siento. Con sus lógicos altibajos, era/es uno de los grandes del cine europeo (y francés, por supuesto). Y con etiqueta propia y denominación de origen. Desolé.
Bon voyage, mon ami
Notas
(1) Su nombre verdadero era Maurice Scherer.
(2) No incluir jamás en la "nouvelle vague" al genial Alain Resnais. Nada tuvo que ver con ella salvo una coincidencia temporal. Es el que comparte la soledad (88 años) con el sublime poeta luso (100 años) Manoel de Oliveira.
No. Quiero redactar algo sobre Eric Rohmer que es el que se ha muerto. Y si titulo este texto como "au revoir mon ami", es porque me fui haciendo amigo cinéfilo de E.R. que ni se llamaba Eric ni se apellidaba Rohmer (1). Pero no era un tramposo y siempre fue fiel -no me olvidaré de sus escasos devaneos con la alta cultura- a si mismo, a su estilo y a su cosmovisión aparentemente ligera, llena de "politesse" (cortesía), de "charme" (encanto), pero ayuna de la cursilería que tanto ha edulcurado -antes y ahora- el cine francés. Las aparentemente ligeras historietas de este cineasta distinto a todos me fueron conquistando poco a poco. Así que le estreché la mano -cinéfilamente hablando repito- en su serie de Comedias y Proverbios, se la pasé por el hombro ya amistosamente en sus Cuentos de las 4 estaciones y me despedí de él con un abrazo en el Romance de Astrea y Celadon. No habrá más películas de Rohmer -como le dijo Wyler a Wilder en el sepelio del irrepetible Lubitsch- más al igual que herr Ernst, monsieur Eric se lleva su secreto a la tumba porque tampoco habrá otro Rohmer por más que se intente.
Mi intermitente idilio con E.R. comenzó con otros cuentos: "los morales" y, especialmente, con Ma nuit chez Maud (1969) que ví en el cine Elíseos cuando era Sala de Arte y Ensayo hace un montón de años, que la habré revisado al menos tres veces y que todavía la sigo considerando la única obra maestra en el "corpus" rohmeriano. Puro subjetivismo, dado que me aburrí mucho con Le genou de Claire (1971) y mi tedio no se ha alegrado con los años. ¡¡Pero hombre!!, si esa película con el obseso voyeur que interpretaba Jean Claude Brialy rebosa sutileza, diálogos de fina ironía y Aurora Cornu, con su inenarrable francés de fuerte acento rumano era una presencia potentísima. Sencillo: a cada uno su Rohmer y que sea feliz con el que más disfrute dado que se parecen los unos a los otros como las gotas de agua. Nuestro hombre, como tantos, hizo siempre la misma película, salvo contadas ocasiones que no obviaremos.
Ma nuit chez Maud me cautivó por sus brillantísimos diálogos, por su original asunto religioso visto desde una perspectiva racionalista, y por... Françoise Fabian, realmente inconmensurable en esta película. No era el primero de "les six contes moreaux", pero sí el mejor aunque aprecie Le signe du lion (1959, que ni es cuento ni es moral pero como si lo fuese), La carrière de Suzanne (1963), La boulangère de Monceau (1963), no tanto La collectionneusse (1967) y ya me he referido a mis problemas con la dichosa rodilla de la insulsa Clara. Por el contrario, el último de la serie L'amour l'aprés-midi (1972) me encanta y, aunque lejos de la complejidad de Maud, anuncia el Rohmer venidero. Ese cineasta eternamente fresco y joven, siempre igual a si mismo, tejiendo su particular "comedie humaine" sin la acritud ni la profundidad de Monsieur Honoré de Balzac, naturalmente, pero sin pretenderlo en absoluto. Porque sus películas siempre parecieron pequeñas y livianas. Craso error. Estaba permitido asomarse al exterior.
Antes de embarcarse en su segunda serie y estimulado por una crítica que había adorado a Maud y a Claire, nuestro hombre quiso demostrar que él era casi tan culto como Godard (en Positif jamás creyeron que Jean-Luc hubiese leído libro alguno, sino que los utilizaba con profusión al estilo de los políticos cuando les da por citas ilustres que llevan apuntadas en un cuadernillo de "chuletas") y se metió en camisa de once varas con resultados opuestos. Si Die Marquise von O (1976) le quedó plomiza, acartonada (no lo afirmo con seguridad; hace muchos años que no la veo) y petrificó el maravilloso texto de Heinrich Von Kleist, Perceval le Gallois (1978) fue/es una preciosa miniatura poco reconocida e injustamente olvidada. Una rareza en autor tan poco dado a extravagancias. Nada que ver con estos escarceos literarios, La femme de l'aviateur (1980) fue un brillante estrambote a los cuentos morales y los hay (yo no) que todavía la consideran la peli más significativa del gran director.
De las "comedias y proverbios" me quedo, sin duda, con la deliciosa Pauline á la plage (1983) la película de Rohmer que más me ha divertido y divierte. Hay que ver esa chica cómo se burla de los varones que la cortejan. Casi parece una obra feminista por lo lista que es ella y lo tontos que son ellos. No olvidemos que en el cine de Rohmer las mujeres son siempre más pillas, trapisondistas y embaucadoras que los varones. Eric era un tanto misógino y bastante conservador, no nos engañemos. No me gustan nada Le rayon vert (1986) ni la extremadamente bobalicona Quatre aventures de Rainette et Mirabelle (1987) en la que surgía impetuosa -por primera y única vez- la francesada: una de las dos chicas enseñaba a la otra el entorno de su casita de campo y la susodicha exclamaba "¡¡¡Oh, la campagne, les fleurs!!!" cuando lo que veíamos era una birria de paisaje con arbustitos y florecillas de tres al cuarto. ¡¡¡Ah, Chauvin, Chauvin, cuantos pecados se cometen en tu nombre aunque este fuese venial!!!
De los "Cuentos" me quedo con el de otoño (Conte d'automne, 1998) y con la señora enóloga que oficia de casamentera con cualquier amiga que se ponga a tiro. ¡¡Vaya tipa!! No quisiera encontrármela, yo que he abrazado la soltería hasta (espero) el resto de mis días. Conste que les contes de printemps (1990), d'été (1996) et d'hiver (1992), l'ami de mon amie (1987)... son sabrosas e intercambiables según pareceres.
Rohmer ya era bastante mayorcito cuando volvió a la "qualité" y casi le creimos senil. Fue en el nuevo milenio con, quizá, sus dos peores películas: L'Anglaise et le duc (2000) y Triple agent (2004). Parecía que se despistaba en asuntos que nada tenían que ver con el personalísimo y juvenil cine que había sido su marca de fábrica (¡¡la política, mon Dieu!!). "L'usine Rohmer", lo único de la nombradísima vague que sí que fue nuevo y distinto junto al zigzagueante itinerario de Godard (¡¡¡he dicho que no le nombraría, mecachis!!!), con la distancia notable que va de lo pedante a lo modesto, de lo falso a lo cierto. Chabrol, Truffaut, incluso Rivette (2) terminaron haciendo cine clásico y hasta "Cinéma de papa". ¿Le iba a suceder lo mismo a mi amigo en sus obras postreras? Brrr...
Y entonces va el de Nancy y se marca una larga cambiada con la adorable Les amours d'Astrée et Celadon (2007) y da la vuelta al ruedo con otro romance medieval (siempre le gustaron, Perceval es Chretien de Troyes) vestido con ropajes de guardorropía teatral pero... con la misma muchachada de siempre. Astrée le toma el pelo al pobre Celadon cuantas veces quiere y con quién hemos estado tratando en esta despedida "en beauté" son los "mismos perros con distintos collares" (perdón por tan fea frase) y sus enredos los conocíamos desde las Comedias y proverbios e incluso antes. Esta bellísima película no siempre fue entendida. Algunos la tomaron por flojita y propia de quién ya tiene 87 años. Miren por donde: discrepo. Pertenece a lo más selecto de su exquisita cosecha.
Rohmer se fue y bien que lo siento. Con sus lógicos altibajos, era/es uno de los grandes del cine europeo (y francés, por supuesto). Y con etiqueta propia y denominación de origen. Desolé.
Bon voyage, mon ami
Notas
(1) Su nombre verdadero era Maurice Scherer.
(2) No incluir jamás en la "nouvelle vague" al genial Alain Resnais. Nada tuvo que ver con ella salvo una coincidencia temporal. Es el que comparte la soledad (88 años) con el sublime poeta luso (100 años) Manoel de Oliveira.
Pues mira, Luis, a mí sí que me gustó en su momento El rayo verde, sobre todo en aquel final tan hermoso. Luego la volví a ver doblada y no me produjo ni frío ni calor.
ResponderEliminarEso sí, coincido contigo en lo de Paulina en la playa, una delicia. Sí, ya sé que las chicas de Rohmer casi siempre hablan tonterías, pero... ¿Y alguien ha puesto alguna vez una cinta para grabar lo que hablan entre ellas? Coño, como lo que decíamos nosotros cuando hablábamos de chicas. ¿O es que entonces sacábamos a relucir a Marcuse, por poner un ejemplo?
Hasta la más que discutible de La inglesa y el duque tenía su aquel. Aunque no fuera políticamente correcta...
Gracias Fernando por seguir mi blog ahora que ha vuelto a la vida. Películas de Rohmer hay para todos los gustos ya que el hombre parecía que hacía siempre lo mismo pero, a veces, no era así. A mi no me gusta "La inglesa y el duque" ni tampoco "Triple agente", pero me entusiasma "Los amores de Astrea y Celadon". Eso en parlando de los tres últimos films del exquisito francés.
ResponderEliminarUn afectuoso saludo
Vegerus