jueves, 6 de agosto de 2015

DON CARLOS, UNA ÓPERA POLÍTICA Y ESPAÑOLA DE VERDI



A lo largo de su dilatada vida, Verdi escribió más de mil cartas. En muchas de ellas anota que la mejor música que compuso se encuentra en “Don Carlos”- una majestuosa ópera de  más de tres horas – que es la más larga de las suyas, la más comprometida políticamente (a sinistra, lógico tratándose de Verdi) y la más española. Trata nada menos que sobre Felipe II y su malhadado hijo el príncipe Carlos. Traicionando absolutamente la Historia, ya que se basa en el tragedia homónima del gran poeta, historiador, filósofo, novelista y dramaturgo alemán Friedrich Von Schiller. Una obra de romanticismo desaforado,  en la que los enemigos de la libertad no son otros que el absolutismo del tiránico monarca “que en sus dominios nunca se ponía el sol” y la brutal Inquisición de la Iglesia Católica. No falta ni un sangriento auto de fe y unos personajes – Felipe II, el infante Don Carlos, la reina Isabel de Valois, la princesa de Eboli, el Emperador Carlos V - bien conocidos ,aunque convenientemente desfigurados para los intereses de Schiller y Verdi. Con una sola excepción inventada: el marqués de Posa. En ninguna otra ópera del genial maestro de Busetto escucharemos tantas veces la palabra LIBERTAD, y para colmo se llega hasta insinuar algo tan proscrito en la ópera decimonónica italiana como la homosexualidad. Porque, en efecto, el manipulador marqués de Posa está evidentemente enamorado de Don Carlos. Le abraza, le besa y siempre le llama CARLO MIO. Y no en un sentido amistoso ni fraternal.


“Don Carlos” fue, en principio, un encargo de Francia para la Exposición Universal de Paris de 1867. Verdi ya era entonces un compositor famosísimo y con, al menos, cuatro obras maestras en su haber: “Macbeth”, “Rigoletto”, “Il trovatore” y “La traviata”. No le satisfizo demasiado el libreto de Mery y Locle, pero él amaba a Schiller – la excelente y algo preterida “Luisa Miller” – casi tanto como a Shakespeare. Es curioso lo acaecido con el escritor alemán a quién hoy poca gente lee. Y ello es una aberración: no solo fue un magnífico poeta, sino también un imponente dramaturgo autor de tragedias revolucionarias en su época: “Los bandidos”, “María Estuardo”, “Guillermo Tell” y, justamente, “Don Carlos”. Además fue un hombre apuesto, riquísimo y…….adorado por el gran padre de las letras germanas: Johann Wolfgang Goethe. A pesar de la diferencia de edad, el autor de “Fausto” consideraba a Schiller como su más querido amigo y cuando éste murió con tan solo  46 años de edad, Goethe anotó en su diario: “ha muerto Schiller y con él se va la mitad de mi vida”. Más aún: Goethe pediría ser enterrado en Weimar junto a su tumba y se cumplieron sus deseos. Nada hace pensar que Schiller vaya a ser redescubierto después de más de doscientos años de su muerte en 1806.. Pero las cosas eran muy distintas en la segunda mitad del siglo XIX.


“Don Carlos” se convertiría en una auténtica obsesión para Verdi y en la ópera que más veces más veces revisó, junto a “Macbeth” y “Simone Boccanegra”. Nunca quedó satisfecho. Le disgustaba sobremanera el final, con la aparición del Emperador Carlos V en tanto que “deus ex machina”, y tampoco comulgaba con el desmesurado baño de sangre de Schiller. A su muerte, en 1900, Verdi había traducido al italiano el libreto francés original e incluso había suprimido el primer acto, el comúnmente llamado “Fontainebleau”. Consecuentemente prohibió a su gran valedor Arturo Toscanini el estreno de la ahora “Don Carlo” en la Scala de Milán. En 1867, en el Palais Garnier, había constituido un gran fracaso. “Don Carlos” o “Don Carlo“durmió el sueño de los justos hasta la segunda década del pasado siglo. A partir de entonces, y gracias sobre todo al fabuloso director Carlo Maria Giulini – y a Herbert Von Karajan -, los más importantes maestros de la dirección orquestal interpretaron en los coliseos operísticos más exigentes del mundo la genial obra proscrita. Y llegaron asimismo infinidad de grabaciones discográficas. Y en esas continuamos sin que el entusiasmo por la excepcional ópera decaíga.  Todo ello, pese a las extremas dificultades que presenta una representación o una grabación digna de la, para mí y no estoy solo en esta apreciación, cima absoluta de la ópera italiana. Continuará.


Naturalmente los deseos de Verdi tiempo ha que han sido traicionados. Y, encabezando el pelotón Riccardo Muti,  hace ya como algo más de una década que “Don Carlo” ha vuelto a ser “Don Carlos” representándose la versión francesa original en 5 actos. Un disparate que priva además a la magna creación verdiana de su “italianitá”, la convierte en una ópera de longitudes desmesuradas y rescata el acto I – Fontainebleau – que Verdi detestaba (con razón) y suprimió. Se precisan nada menos que 5 voces de primer orden para que esta magna creación verdiana alcance toda su potencia y dimensión. Además, 3 de ellas han de poseer auténtico talento actoral. Porque si el Príncipe no deja de ser un bobalicón fácilmente manipulable y la Reina Isabel de Valois es un personaje desvaído, no sucede lo mismo con los intrigantes Posa y Eboli y los tremendos Felipe II y el Gran Inquisidor. El enfrentamiento, en un tremendo e inigualado dúo, entre estos dos tiranos despiadados es uno de esos momentos sublimes que de vez en cuando se dan en la ópera y que permanece inmutable en su modernidad. El poder terrenal – que al fin y al cabo tiene su corazoncito – deberá ceder ante el poder de la más tridentina y sangrienta Iglesia Católica .…..


Para Don Carlo basta con un tenor lírico – Bergonzi (el mejor), Pavarotti, Carreras, Aragall -; Isabel de Valois cuenta con una aria que exige una voz de notable volumen y gran belleza tímbrica – Caballé. Tebaldi, Brouwjenstein, Fleming; el Marqués de Posa es uno de los mejores papeles para el barítono verdiano que además ha de ser un actor convincente – Gobbi, Capuccilli, Bruson, Hampson - ; Eboli es una mezzo con arrestos, ha de batirse el cobre con la formidable aria “o don fatale” – Simionato, Barbieri (la mejor), Cosotto, Zajick -.. Felipe II precisa de un bajo que matice hasta lo casi inalcanzable su bellísima aria “ella giammai m’amo” y que sea capaz de resultar brutal y temible – Christoff (nadie le ha superado), Ghiaurov, Ramey, Van Dam – y, finalmente, El Gran Inquisidor, descrito por Schiller y Verdi como un anciano ciego de 90 años, tiene que causar auténtico pavor – Talvela, Salminen, Korchega……


En estas condiciones, y más en los tiempos que corren, una velada operística presidida por “Don Carlos” no será nunca perfecta. Tampoco lo fue en el pasado. Dos son las grabaciones que, en mi opinión, han hecho justicia a esta obra maestra: 1) 1965: Dirección: sir Georg Solti (Coro y Orquesta del Covent Garden londinense), Carlo Bergonzi, Renata Tebaldi, Grace Bumbry, Nicolai Ghiaurov, Dietrich Fischer-Dieskau (¡¡inconmensurable Posa¡¡), Martti Talvela. 2) 1970: Dirección: Carlo Maria Giulini (Coro y Orquesta del Covent Garden londinense), Plácido Domingo, Montserrat Caballé, Shirley Verrett, Ruggero Raimondi, Sherril Milnes, Giovanni Foiani. Preferible la de Solti. En la de Giulini (máxima dirección orquestal), ni Domingo, ni Milnes ni Foiani dan la talla en el Infante, Posa y el Inquisidor respectivamente. No hay que extrañarse de que la orquesta sea la misma en ambas. La Royal Opera House Covent Garden fue en el siglo XX el coliseo operístico más adicto a esta cumbre de Verdi. Y es que allí se estrenó en 1961 la mítica puesta en escena del genial cineasta Luchino Visconti, que ha dejado imperecedera huella.

Luis Betrán

Pdta: ARIA MARQUES DE POSA DMITRI HVORTOKSKY
ARIA ISABEL DE VALOIS ANJA HATEROS
DUO DON CARLOS Y POSA JONAS KAUFFMAN Y THOMAS HAMPSON
ARIA FELIPE II BORIS CHRISTOFF
ARIA EBOLI MARIA CALLAS

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