A lo largo
de su dilatada vida, Verdi escribió más de mil cartas. En muchas de ellas anota
que la mejor música que compuso se encuentra en “Don Carlos”- una majestuosa
ópera de más de tres horas – que es la
más larga de las suyas, la más comprometida políticamente (a sinistra, lógico
tratándose de Verdi) y la más española. Trata nada menos que sobre Felipe II y
su malhadado hijo el príncipe Carlos. Traicionando absolutamente la Historia,
ya que se basa en el tragedia homónima del gran poeta, historiador, filósofo,
novelista y dramaturgo alemán Friedrich Von Schiller. Una obra de romanticismo
desaforado, en la que los enemigos de la
libertad no son otros que el absolutismo del tiránico monarca “que en sus
dominios nunca se ponía el sol” y la brutal Inquisición de la Iglesia Católica.
No falta ni un sangriento auto de fe y unos personajes – Felipe II, el infante
Don Carlos, la reina Isabel de Valois, la princesa de Eboli, el Emperador
Carlos V - bien conocidos ,aunque convenientemente desfigurados para los
intereses de Schiller y Verdi. Con una sola excepción inventada: el marqués de
Posa. En ninguna otra ópera del genial maestro de Busetto escucharemos tantas
veces la palabra LIBERTAD, y para colmo se llega hasta insinuar algo tan
proscrito en la ópera decimonónica italiana como la homosexualidad. Porque, en
efecto, el manipulador marqués de Posa está evidentemente enamorado de Don
Carlos. Le abraza, le besa y siempre le llama CARLO MIO. Y no en un sentido
amistoso ni fraternal.
“Don Carlos”
fue, en principio, un encargo de Francia para la Exposición Universal de Paris
de 1867. Verdi ya era entonces un compositor famosísimo y con, al menos, cuatro
obras maestras en su haber: “Macbeth”, “Rigoletto”, “Il trovatore” y “La
traviata”. No le satisfizo demasiado el libreto de Mery y Locle, pero él amaba
a Schiller – la excelente y algo preterida “Luisa Miller” – casi tanto como a
Shakespeare. Es curioso lo acaecido con el escritor alemán a quién hoy poca
gente lee. Y ello es una aberración: no solo fue un magnífico poeta, sino
también un imponente dramaturgo autor de tragedias revolucionarias en su época:
“Los bandidos”, “María Estuardo”, “Guillermo Tell” y, justamente, “Don Carlos”.
Además fue un hombre apuesto, riquísimo y…….adorado por el gran padre de las
letras germanas: Johann Wolfgang Goethe. A pesar de la diferencia de edad, el
autor de “Fausto” consideraba a Schiller como su más querido amigo y cuando
éste murió con tan solo 46 años de edad,
Goethe anotó en su diario: “ha muerto Schiller y con él se va la mitad de mi
vida”. Más aún: Goethe pediría ser enterrado en Weimar junto a su tumba y se
cumplieron sus deseos. Nada hace pensar que Schiller vaya a ser redescubierto
después de más de doscientos años de su muerte en 1806.. Pero las cosas eran muy
distintas en la segunda mitad del siglo XIX.
“Don Carlos”
se convertiría en una auténtica obsesión para Verdi y en la ópera que más veces
más veces revisó, junto a “Macbeth” y “Simone Boccanegra”. Nunca quedó
satisfecho. Le disgustaba sobremanera el final, con la aparición del Emperador
Carlos V en tanto que “deus ex machina”, y tampoco comulgaba con el desmesurado
baño de sangre de Schiller. A su muerte, en 1900, Verdi había traducido al
italiano el libreto francés original e incluso había suprimido el primer acto,
el comúnmente llamado “Fontainebleau”. Consecuentemente prohibió a su gran
valedor Arturo Toscanini el estreno de la ahora “Don Carlo” en la Scala de
Milán. En 1867, en el Palais Garnier, había constituido un gran fracaso. “Don
Carlos” o “Don Carlo“durmió el sueño de los justos hasta la segunda década del
pasado siglo. A partir de entonces, y gracias sobre todo al fabuloso director
Carlo Maria Giulini – y a Herbert Von Karajan -, los más importantes maestros
de la dirección orquestal interpretaron en los coliseos operísticos más exigentes
del mundo la genial obra proscrita. Y llegaron asimismo infinidad de
grabaciones discográficas. Y en esas continuamos sin que el entusiasmo por la
excepcional ópera decaíga. Todo ello,
pese a las extremas dificultades que presenta una representación o una grabación
digna de la, para mí y no estoy solo en esta apreciación, cima absoluta de la
ópera italiana. Continuará.
Naturalmente
los deseos de Verdi tiempo ha que han sido traicionados. Y, encabezando el
pelotón Riccardo Muti, hace ya como algo
más de una década que “Don Carlo” ha vuelto a ser “Don Carlos” representándose
la versión francesa original en 5 actos. Un disparate que priva además a la
magna creación verdiana de su “italianitá”, la convierte en una ópera de
longitudes desmesuradas y rescata el acto I – Fontainebleau – que Verdi
detestaba (con razón) y suprimió. Se precisan nada menos que 5 voces de primer
orden para que esta magna creación verdiana alcance toda su potencia y
dimensión. Además, 3 de ellas han de poseer auténtico talento actoral. Porque
si el Príncipe no deja de ser un bobalicón fácilmente manipulable y la Reina
Isabel de Valois es un personaje desvaído, no sucede lo mismo con los
intrigantes Posa y Eboli y los tremendos Felipe II y el Gran Inquisidor. El
enfrentamiento, en un tremendo e inigualado dúo, entre estos dos tiranos
despiadados es uno de esos momentos sublimes que de vez en cuando se dan en la
ópera y que permanece inmutable en su modernidad. El poder terrenal – que al
fin y al cabo tiene su corazoncito – deberá ceder ante el poder de la más
tridentina y sangrienta Iglesia Católica .…..
Para Don
Carlo basta con un tenor lírico – Bergonzi (el mejor), Pavarotti, Carreras,
Aragall -; Isabel de Valois cuenta con una aria que exige una voz de notable
volumen y gran belleza tímbrica – Caballé. Tebaldi, Brouwjenstein, Fleming; el
Marqués de Posa es uno de los mejores papeles para el barítono verdiano que
además ha de ser un actor convincente – Gobbi, Capuccilli, Bruson, Hampson - ;
Eboli es una mezzo con arrestos, ha de batirse el cobre con la formidable aria
“o don fatale” – Simionato, Barbieri (la mejor), Cosotto, Zajick -.. Felipe II
precisa de un bajo que matice hasta lo casi inalcanzable su bellísima aria
“ella giammai m’amo” y que sea capaz de resultar brutal y temible – Christoff
(nadie le ha superado), Ghiaurov, Ramey, Van Dam – y, finalmente, El Gran
Inquisidor, descrito por Schiller y Verdi como un anciano ciego de 90 años, tiene
que causar auténtico pavor – Talvela, Salminen, Korchega……
En estas
condiciones, y más en los tiempos que corren, una velada operística presidida
por “Don Carlos” no será nunca perfecta. Tampoco lo fue en el pasado. Dos son
las grabaciones que, en mi opinión, han hecho justicia a esta obra maestra: 1) 1965:
Dirección: sir Georg Solti (Coro y Orquesta del Covent Garden londinense),
Carlo Bergonzi, Renata Tebaldi, Grace Bumbry, Nicolai Ghiaurov, Dietrich Fischer-Dieskau
(¡¡inconmensurable Posa¡¡), Martti Talvela. 2) 1970: Dirección: Carlo Maria
Giulini (Coro y Orquesta del Covent Garden londinense), Plácido Domingo,
Montserrat Caballé, Shirley Verrett, Ruggero Raimondi, Sherril Milnes, Giovanni
Foiani. Preferible la de Solti. En la de Giulini (máxima dirección orquestal),
ni Domingo, ni Milnes ni Foiani dan la talla en el Infante, Posa y el
Inquisidor respectivamente. No hay que extrañarse de que la orquesta sea la
misma en ambas. La Royal Opera House Covent Garden fue en el siglo XX el
coliseo operístico más adicto a esta cumbre de Verdi. Y es que allí se estrenó
en 1961 la mítica puesta en escena del genial cineasta Luchino Visconti, que ha
dejado imperecedera huella.
Luis Betrán
Pdta: ARIA
MARQUES DE POSA DMITRI HVORTOKSKY
ARIA ISABEL
DE VALOIS ANJA HATEROS
DUO DON
CARLOS Y POSA JONAS KAUFFMAN Y THOMAS HAMPSON
ARIA FELIPE
II BORIS CHRISTOFF
ARIA EBOLI
MARIA CALLAS
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