lunes, 27 de mayo de 2019

HARAKIRI, DE MASAKI KOBAYASHI (1963)


SEPPUKU

Entre 1960 y 1962), Masaki Kobayashi realiza “La condición humana” (Ningen no joken), un monumento del cine de colosales dimensiones, tanto en lo que se refiere a la calidad como a la duración. Con ella entra ya en la Historia del Cine, no solo japonés sino universal. “La condición humana” es una obra maestra que yo siempre incluiría entre las diez más grandes obras que el cine haya llevado a cabo, amén del más potente alegato antibelicista jamás concebido. Durante muchos años fue el record Guinnes en lo que se refiere a los films más largos, ahora, a 2013, superado por las obras del chino Wang Bing o del filipino Lav Díaz. Películas a contemplar en museos, no en salas, o bien en la comodidad del sillón casero frente al televisor que proyecta el dvd. correspondiente. Y naturalmente en pequeñas dosis. Pero cuando vi por primera vez “La condición humana” en el formato citado en último lugar, confieso que no pude interrumpirla y que prescindí de cenar a mi hora habitual con tal de llegar al trágico desenlace de semejante, y cruel, maravilla. Kobayashi, tras el desmesurado film, – divido en tres partes – se sitúa en la órbita genial de los Mizoguchi, Ozu, Kurosawa, Shimizu, Imai, Kosho……y acaso “La condición humana” tan solo ceda ante “Cuentos de Tokyo” de Ozu o alguna otra película del maestro de maestros del cine japonés clásico. Pero Kobayashi no solo fue el autor de ese portento. Al menos otra obra maestra asoma en su no muy extensa filmografía.

HARAKIRI

“Harakiri nos propuso una bien distinta imagen del samurai a la que estábamos habituados en nuestros escasos encuentros en el cine japonés durante los años 50, 60 y aún 70. El samurai, en tanto que antiguo superviviente de una nobleza guerrera en el Japón feudal, conserva hasta los límites que le son tolerables una dignidad que nada tiene que ver con la mezquindad de otros traidores a su casta convertidos en vulgares guardias pretorianos. Pero el samurai tiene que comer en su lucha por la supervivencia y la de su familia. Se encuentra atrapado en una tela de araña  que no le deja otras alternativas más que la prostitución o el suicidio. Si elige la segunda ha de solicitar permiso a los amos para llevar a cabo el ritual sangriento del harakiri. A veces el samurai ha llegado a un tan absoluto estado de miseria que no posee siquiera su mas preciado emblema: la espada o catana. El joven samurai protagonista de la primera parte del film practicará en su cuerpo el bárbaro suicidio con una espada de bambú, ante las risas y la indiferencia de los mercenarios.

Pero la venganza no se hará esperar y otro samurai envejecido y harapiento solicitará de nuevo permiso para practicar el sepukku ante los mismos espectadores. Tatsuya Nakadai, en cuyo rostro se reflejan simultáneamente el odio, la honradez y un inexorable fatum, revelará la baja condición moral de los samurais traidores, los desenmascarará y deshonrará – con el simbólico corte de coleta – y exterminará a los sicarios entes de hacerse él mismo el harakiri con una sonrisa en los labios, última expresión de dignidad sostenida hasta el fin en un nuevo orden que ya no necesita nobles guerreros sino asesinos sin escrúpulos ni honor.

Resulta difícil acceder a determinadas claves de “Harakiri” por cuento nada conocemos en tanto que occidentales de la historia del Japón medieval salvo algunas tópicas imágenes repartidas en películas de serie que han llegado a las pantallas europeas. “Harakiri” deja vislumbrar una imponente tragedia, solemne y salvaje, que remite a una cultura que nos es prácticamente desconocida. No obstante los personajes de esta película – como los de todo gran drama clásico – adquieren dimensiones universales porque manejan conceptos eternos – la dignidad, la honra, la venganza, la miseria – fácilmente generalizables. “Harakiri” posee asimismo un tono crítico cercano a “La condición humana” y que en vano buscaríamos en muchos films de Kurosawa. Mizoguchi y Ozu jugaron en otras ligas bien distintas.

Masaki Kobayashi – que surgió en las pantallas españolas como un fugaz meteoro del que nada sabíamos y del que nada supimos después de 1968 – filma esta poderosa tragedia en larguísimos planos secuencia que refuerzan el carácter teatral de la película. Un esplendoroso blanco y negro proporciona una intensa luz al peculiar tempo abrumadoramente pausado de “Harakiri”. Imágenes estudiadas y elaboradísimas, a un paso del vulgar esteticismo, de quietud infinita que de repente estallan en violentas sacudidas cuando la pantalla se impregna de sangre. En el arte refinado de Masaki Kobayashi parece reflejarse toda una tradición cinematográfica y teatral – Mizoguchi como más socorrida referencia – despojada de folklorismo y rebosante de emoción, más también el estilo de Kurosawa exento de latiguillos humanistas, e incluso el ya fallecido Oshima avant-la- lettre si pensamos que “Kwaidan” mostró unos fantasmas mucho más bellos que los de “El imperio de la pasión”.

Desgraciadamente no parece que vayamos a conocer otra cosa que no sean los tres films  - “Harakiri” y las muy notables “Kwaidan” y “Rebelión” – que se proyectaron a finales de los años sesenta. Este precario conocimiento de la obra de un presumiblemente muy grande artista, no supone por otra parte menoscabo alguno en la calidad de una película tan extraordinaria como “Harakiri”

Luis Betrán
Zaragoza, 19 de febrero de 1979 (puesto al día con algunas correcciones)

Postscriptum:

Es obvio que a 19 de enero de 2013 sabemos mucho mas de la historia de Japón gracias al cine y, sobre todo, a la literatura y hemos visto otras obras de Kobayashi. Incluso el innecesario remake que perpetró el todoterreno contemporáneo Takashi Mike en unas absurdas 3D. No le quedó mal del todo, pero la emoción está ausente y, aunque se haga muy a menudo, no dejo de pensar que las cimas del clasicismo – acá, allá y acullá – no se deberían tocar jamás,

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