EL MELODRAMA FAMILIAR
El melodrama familiar contaba historias cuyos
conflictos se desarrollaban en la familia, entendiendo ésta no solo como un
estado sino como ambición, objetivo o nostalgia se esté fuera, se tienda hacia,
o por haberla perdido. Las actividades conflictivas de sus miembros están lejos
de poseer el carácter individualista y romántico de otros tipos de melo.
En las clasificaciones anteriores podemos advertir que el rol social de
los personajes no condicionaba en absoluto el peregrinaje de los mismos por el
mundo del sentimiento, salvo como elemento real para a utilizar para su
ambición. Pero ambición de riquezas y poder, entendida en función del objetivo
principal: el amor (y por ello se luchaba y se mataba). Pero no existía en
ellos dualidad entre persona y rol social, y cuando éste amenazaba con tener un
papel molesto para el libre albedrío de aquella era violentamente arrojado de
la obra. Eran auténticos personajes de una pieza en aras del logro de
satisfacer su pasión. Por el contrario los personajes del melodrama familiar
aparecen mediatizados por la sociedad, viven el “american way of life” al
completo. La acentuación del vínculo familiar les lleva a la aceptación de
aquellas instituciones que junto a la familiar sostienen el entramado social
tal y como se conocían.
Aparecen conflictos familiares que producen
problemas colaterales en puntos tan definidos como el trabajo, la propiedad, el
orgullo, la patria, etc. Estos melodramas necesitaban de directores capaces de
organizar una realización sensible y romántica pero sin que traicionase
los presupuestos de partida. Tarea no fácil en un tipo de cine siempre al borde
del ridículo o del aburrimiento. Un cine que requería actores y no estrellas,
lejos del genial histrionismo de miss Davis o del estilo absorbente de miss
Garbo o miss Dietrich. Los intérpretes del melodrama familiar requerían un
temperamento delicado, una elegancia cerca de los cánones pequeñoburgueses, una
belleza no sublime, rostros en que millones de esposas, hijos, maridos y
hermanos pudieran identificarse. Y así llegaron Irene Dunne (maravillosa
actriz), Carole Lombard (exquisita), Greer Garson, Kay Francis, Frances Dee,
Phyllis Thaxter, Sylvia Sidney….., y Walter Pidgeon siempre, y Cary Grant (no
era lo suyo), Ronald Colman, Spencer Tracy (extraordinario en cualquier
menester exceptuando villanos), Clark Gable ocasionalmente, James Stewart
todoterreno…. Y para estructurar las narraciones fílmicas – algunas de ellas
hijas de Griffith puestas al día – se tuvo al gran Frank Borzage, Tay Garnett,
John Cromwell, George Stevens, Michael Curtiz, Sam Wood…….y un largo etcetera.
Fue un cine basado en un sentimentalismo que fue
estimado como positivo en su momento y que ahora nos parece enfermizo. Las
obras se salvan con independencia del mensaje, porque la intensa emoción
de “El lazo sagrado” o de alguna de las “señoras” del dúo Garson/Pidgeon
devenía en una grado de pureza comparable a los grandes momentos de de los
viejos films de Griffith, cuyo eco atravesó los años del cine mudo y cuyo
recuerdo se disecó en las enciclopedias de cine. Películas hechas a ritmo
pausado, contadas casi sotto voce, trasladadas con fuerza a todos los mitos de
nuestra sociedad de entonces hasta hacerlos deseables, todo ello por el camino
de la identificación sentimental. Con “El lazo sagrado” se enseñó la
belleza de acceder a honestos puestos de trabajo en la empresa privada mediante
una vida de entrega y trabajo que solo se verá interrumpida por un problema
filial.
“Qué bello es vivir” nos decía que el bien
es siempre recompensado y que al final la familia, junto al árbol de Navidad,
veía desfilar calidoscópicamente a una sociedad que homenajea la bondad
en aquellos de sus hijos que desde la pobreza han mantenido el corazón puro y
generoso. “Serenata nostálgica” que el principio “creced y multiplicaos” es una
fuente de felicidad. “La actriz” que el trabajo común en familia produce
vocaciones que fructificarán en nuevos artistas. Y todo ello con lágrimas en
los ojos, y todo ello lleno de razones del corazón. Pero ahí es donde surge su
verdadera grandeza. La que contienen algunas cuasi obras maestras como las que
- ¡citadas precisamente en función de lo poco apetitoso de sus contenidos! –
aparecen unas líneas más arriba.
MELODRAMA
BIOPIC
El melodrama familiar tiene un hijo más o menos
natural: el biopic. Cierto que la biografía fílmica no tenía porque ser ni
melodramática ni, aún admitiendo el serlo, en este subgrupo de melodramas. Pero
la realidad es que Hollywood fabricó un esquema que aplicó férreamente sea cual
fuere la ideología, extracción social o carácter de la persona biografiada , en
la cual invariablemente se daban los siguientes denominadores comunes:
extracción social paupérrima, fuerte sentido de familia en aquella en cuyo seno
venía al mundo, sacrificios familiares para que el futuro héroe o artista
pudiera llevar a cabo su vocación, consecución del triunfo y consiguiente
desarraigo familiar, amores que representaban el futuro familiar entendido como
el protagonista lo había conocido en sus orígenes, amores que representaban un
estilo de vida no familiar y que llevaban irremisiblemente a la perdición,
triunfo resonante y ya de forma clara olvido del núcleo familiar y
correspondiente castigo, reconocimiento del error, perdón desde y en nombre de
la célula familiar, nuevamente el triunfo terrenal o la salvación eterna según
los casos. Así planteadas las cosas, nos encontramos con una variación
del melodrama familiar. Y la bondad de las obras no vendría por la fidelidad a
la realidad sino por toda la posible belleza a extraer de un universo poético y
sentimental en que la figura biografiada era el rey absoluto.
Otro punto a destacar en este tipo de películas
fue que la biopic tuvo siempre un carácter fuertemente oportunista. Se
realizaba con objeto de elevar la moral de las plateas en periodos difíciles.
Así, durante la Segunda Guerra Mundial florecieron como hongos las biografías
fílmicas que, fuera cual fuera la idiosincrasia del personaje, contenían
una notable carga de elementos juzgados como positivos y deseable su imitación
por el público. Soldados, médicos, músicos o deportistas personificaban el
orgullo de ser americano y quintaesenciaban las supuestas virtudes de la raza.
Se tipificaban los mitos más vendibles – vender periódicos en la miseria,
sufrir algún impedimento físico que a fuerza de voluntad se superaba,
considerarse “pueblo” y “pueblo americano” por encima de todo-. Resultaba
destacable que fuera a través del melodrama como se hicieron llegar a las
gentes de U.S.A. Estos mensajes obviamente políticos. Fue el melodrama,
sin duda posible, el vehículo en el que todos iban a reconocer, comprender y
amar aquello que les proponían.
Luis
Betrán