martes, 19 de febrero de 2019

Duelo an la Alta Sierra, de Sam Peckimpah

DUELO EN LA ALTA SIERRA, 1962

A Joel Mac Rea los puños de la camisa rota se le venían deshilachando desde “Al sur de San Louis”. En su decadencia, su figura desgarbada le hacía parecer aún más desgarbado y decadente. O sea, que tenía el patetismo del señor venido a menos, y no es que este viaje hubiera sido precisamente el paraíso del star-system. Lo que ocurre es que en su andadura, ni brillante ni lo contrario, Mac Rea fue un reflejo de otros muchos actores de quienes fue asimilando las facetas que tenían valor de cambio. Se pueden apreciar atisbos de la elegancia de la escuela Cary Grant, de la bonhomía de James Stewart o del “man of the west” de Gary Cooper. A veces parecía el bueno de un guión de Robert Riskin y a veces el sheriff de “Solo ante el peligro” (ya lo fue en “Wichita”) y muchas otras el jovencito del oeste vestido con la fanfarria propia del caso en que llega a Nueva York o a cualquier ciudad de los sueños. Sobre tan movedizo historial no se edifica un mito pero si un tipo más o menos representativo de un cine medio cuya mayor utilidad consiste en servir de apoyo – brazos, piernas y cabeza – a los héroes de la primera plana a los que el gran público recordará y amará.
Randolph Scott conectaba directamente con el cine mudo. Parecía un zombi que hubiera dado un salto en el tiempo o un Tom Mix o Ken Maynard que reviviera en films tan primitivos como “Colt 45” y similares. Su rostro pétreo derrotó a todos los rostros pétreos - ¡y cuidado que han sido! – de Hollywood. La dureza de la carne de su faz hacía temer por el puño del contrario – las películas de Randolph siempre tuvieron abundantes puñetazos quizá aprovechando esta facultad de ser indestructible -. Fue más cara de palo que los indios con que se encontraba en su camino. Sus besos serían como las Rocosas y sus sentimientos obligaban a un comportamiento “behaviorista” pues de lo contrario, y si nos fijábamos en su rostro, no nos enteraríamos de si amaba o sufría. Pero el éxito de este medio Keaton del western estaba en ser una piedra inmóvil de un paisaje solo hecho de piedras y polvo. Los ideales de justicia y libertad más o menos inherentes al héroe del western aparecían como cualidades de esta figura oscura del far-west cuyas arrugas siempre suscitaban la duda de si no serían surcos tajados a cuchillo. Randolph Scott fue un peueño rey de la serie B y pudo llamar la atención cuando cabalgó sobre la pobreza de medios de Budd Boetticher: aún con todo “The tall T” es uno de los mejores westerns de la historia y en el resto de la serie si no apuntó novedades si acentuó sus caracteres hasta dar con un tipo que no no necesitaba decorados para moverse (ahorro de escenografía) ni escritor de diálogos, porque este “Pickpocket” del desierto era la esencia bressoniana – y más divertida – del cine de acción.

Sam Pechimpah tuvo la feliz idea de hacer un film con la camisa rota de Mac Rea y el polvo del camino de Scott y no remendó a aquel ni lavó a éste. Les dejó en estado puro para que el efecto fuese incontaminado. El argumento que les ideó fue una recopilación de temas morales del western y les puso de viaje para llevar oro. Viaje que ambos, de muy distinta manera, habían ya realizado en numerosas ocasiones. 

A Mac Rea por el camino se le aparece el fantasma de Sullivan, que era su otro yo en épocas más felices, y si no en el aspecto material – Sullivan era rico – si en el moral y entonces recordaba que es un hombre bueno y debe obrar como tal defendiendo el oro de los mineros. Randolph Scott desempeña el papel de villano y aunque durante el viaje deja entrever su ambición, no es el malo de una pieza y justifica sus intenciones lejos del rufianismo. “En tantos años no has sacado sino unas botas rotas” le dice a Mac Rea, frase que suena como una invitación a vaya usted a saber qué revolución. Pero al final Mac Rea y Scott aceptarán las leyes no escritas del western y harán causa común contra los auténticos caras de palo, fríos e inexpresivos, la banda de verdaderos forajidos que intentan robar el oro. 

Sobre todo el film planea la mirada irónica de un director que por mucho que parece amar a sus personajes, no deja de considerar que el destino de estas segundas series que serían los teloneros del espectáculo en la historia del western, es un mal chiste lleno de hambre, polvo y sangre. Y es que sabe que en esa historia cinematográfica fueron dos piedras rodantes con voluntad de protagonismo pero con resultados de “guest stars”. Ni actores ni personajes fueron más allá del pelotón de cola. De esa fila que sirve para efímeros descubrimientos intelectuales pero no para mover las taquillas ni figurar en los hits-parades.

De la adecuación de actores y personajes “Duelo en la alta siarra” obtiene una sinceridad poco común en un cine que empezaba a vivir de si mismo anunciando los sofisticados años sesenta. Peckimpah ordena la película al estilo clásico aceptando plenamente las convenciones del género. No podía ser de otra manera con el punto de partida Mac Rea-Scott. Y no digo revitalizándolas porque los avatares del viaje, cabalgadas, persecuciones, meditaciones y tiroteos son la esencia de una obra que acepta el cine tal y como lo contaron sus mayores. Si Sam Peckimpah se hubiera quedado en el simple juego de lanzar al vuelo a los veteranos de guerras anteriores estaríamos ante Andrew McLaglen, pero Peckimpah amplifica los westerns de veteranos paupérrimos – Rod Cameron, Spencer Bennett, Dan Duryea, Frank Lovejoy, etc.- para alumbrar y alcanzar una dimensión sobre todas las modas.

Western individualista, película original llena de una poesía de páginas amarillas rodada entre nieves y paisajes de otoño, “Duelo en la alta sierra” no anunció al hijo de John Ford pero creo que solo en mínima parte al autor que vendría después: la espléndida “Grupo salvaje”, la mediocre “La balada de Cable Hogue” o la discutible “Pat Garret y Billy the Kid”. El futuro fue distinto porque para fortuna o desgracia de sus autores “Duelo en la alta sierra” fue un film irrepetible.

Luis Betrán

Pdta: en 1963, un año después, Sergio Leone filma “Por un puñado de dólares”

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