viernes, 26 de septiembre de 2014

DOSSIER INSULA VI

ENTRE ESPAÑA E ITALIA

El neorrealismo en España


La llegada del neorrealismo a España es lenta y parcial. Muchos de los títulos importantes se prohíben, como la emblemática Roma, ciudad abierta que no se autoriza hasta 1969, y a otros se les altera su sentido, caso de Ladrón de bicicletas a la que se le cambia el título y tiene un añadido sonoro final. Además, mientras que en Italia el neorrealismo supone la ruptura con el fascismo, en España un sistema totalitario está en el poder limitando algo tan necesario como es la libertad. La difusión del cine neorrealista queda así en los márgenes del circuito alternativo. Es decir, que su acceso y conocimiento es restringido. En este marco encajan las dos Semanas de Cine Italiano, organizadas por el Instituto Italiano de Cultura en Madrid en noviembre de 1951 y marzo de 1953 respectivamente. La importancia de estos ciclos es doble. Por un lado sirve para dar a conocer algunas películas fundamentales. Por otro, la presencia de los directores y guionistas italianos y el intercambio de ideas con los españoles marca decisivamente a éstos. Es destacable sobre todo la figura de Cesare Zavattini, quien trabaja en dos proyectos que iban a ser dirigidos por Berlanga y que finalmente no se llevan a cabo. Curiosamente, Zavattini no está presente en las Conversaciones de Salamanca, pero sí el comunista Guido Aristarco que representa los posicionamientos del llamado realismo crítico, frente al realismo humanista o sentimental del influyente Zavattini, y que señalan la evolución teórica y práctica del cine posterior.

Un caso paradigmático: Surcos


Surcos es la película que siempre se cita cuando se habla de neorrealismo en España. Un caso paradigmático y único que revela la debilidad y la imposibilidad de llevar a cabo algo parecido a lo que sucede en Italia. La película surge en un entorno de falangistas opuestos a la política social de Franco: basada en un argumento de Eugenio Montes, guion de Natividad Zaro, Gonzalo Torrente Ballester y el mismo Nieves Conde, que también dirige, todos ellos falangistas (lo que incide en el mensaje moral de la cinta). Probablemente la película no habría salido adelante de no estar detrás esta serie de personas. Pese a todo, el proyecto es recibido con división de opiniones. Una vez terminado el filme, tiene el apoyo de José María García Escudero, Director General de Cinematografía en ese periodo, y el rechazo del representante eclesiástico. Por otra parte, Nieves Conde siempre ha rechazado la influencia del neorrealismo en su obra, movimiento que en ese momento ni siquiera conoce. Tanto él como Torrente Ballester están más cerca de la tradición realista de Cervantes a Cela, pasando por Baroja, en lo literario, y del Florián Rey de La aldea maldita (1930) e incluso de directores norteamericanos como Jules Dassin o Henry Hathaway en lo cinematográfico, antes que propiamente en el neorrealismo. 


Al margen de estas cuestiones, es indudable que el modo de aproximación a la realidad de la película, muestra aspectos de la sociedad española que hasta ese momento el cine no había enseñado de una manera directa y cruda: la existencia del mercado negro, la prostitución, la explotación laboral, el desarraigo, el mundo criminal o incluso filas de hambrientos a la espera de recibir unas sobras. La propia historia de una familia campesina que emigra a Madrid para mejorar su nivel de vida, sustrato argumental de Surcos, entronca con el éxodo rural que España vive en ese momento. Sin embargo, pese a su acertado reflejo de la vida cotidiana y a su lacerante retrato de una época, el filme contiene un claro mensaje conservador derivado del origen falangista de sus artífices: la ciudad como lugar de corrupción enfrentada al campo como lugar de pureza. Cuestión en absoluto baladí, pues entra en directa contraposición con la vertiente sentimental de Zavattini, el mayor ideólogo del neorrealismo italiano, en cuya mirada no entraría semejante oposición.

Un caso concreto: Las conexiones entre Ladrón de bicicletas y Bienvenido Mr. Marshall


Cualquier aficionado y/o estudioso que lea esto puede pensar qué tienen que ver una película dura y de denuncia social como Ladrón de bicicletas con una comedia de corte costumbrista popular como Bienvenido Mr. Marshall. Para empezar, el contexto de ambos países tiene semejanzas en ese momento, pues los dos viven sendas etapas de pobreza, más aguzada en el caso italiano por estar en plena posguerra pero igual de triste que en España. Así, las dos cintas abordan como tema base aspectos sociales sobre personas de las habitualmente consideradas como poco comerciales por los grandes magnates de la industria, constituyendo otro punto en común: un trabajador que necesita su bicicleta para poder trabajar y al que se la roban y un humilde pueblo español que recibe la noticia de que los norteamericanos (es decir, el progreso, la riqueza) van a parar allí dentro del plan Marshall. En las dos obras hay crudeza, si bien más explícita en la película italiana y más disimulada en la española pero no por ello menos amarga, pues en ambas queda ese poso de derrota e impotencia; una clara metáfora sobre el desinterés de los altos mandatarios por las gentes humildes, la diferencia entre ricos y pobres y la insolidaridad generalizada. Pero por esto los dos directores no rehúyen la ternura hacia sus personajes, representada en el primer caso en el niño que acompaña a su padre en la búsqueda de la bicicleta, y en la ingenuidad del pueblo de Villar del Río con los sueños de la población en el segundo.

Conclusión


Definitivamente, el neorrealismo tuvo una influencia decisiva en el llamado cine de la disidencia representado por directores como Luis García Berlanga o Juan Antonio Bardem. Debido a los condicionamientos industriales y políticos en los que se mueve el cine español, es más un deseo que una realidad. Más allá de la imposibilidad de tratar ciertos temas de un modo directo, al final lo que prevalece es la posición moral de los cineastas, tal como lo plantea Rossellini. Claramente, directores como Bardem o Berlanga tienen un posicionamiento crítico frente a la situación de su país que les aleja del cine oficial y los acerca a los postulados neorrealistas mezclados con la tradición cultural española.

Luis Betrán y Toni Alarcón

DOSSIER INSULA V

ENTRE ESPAÑA E ITALIA

LA INFLUENCIA DEL NEORREALISMO ITALIANO EN EL CINE ESPAÑOL DE LOS AÑOS CINCUENTA

Introducción


Dentro de la historia del cine español, los años cincuenta son una década con numerosos elementos atractivos. Una época en la que conviven la tradición y la renovación. Por un lado, encontramos abundantes ejemplos de ese cine conservador que continua la línea del lapso de tiempo inmediatamente anterior. Así, títulos pertenecientes al cine religioso e histórico como La señora de Fátima (Rafael Gil, 1951), Alba de América (Juan de Orduña, 1951), Jeromín (Luis Lucia, 1953), El frente infinito (Pedro Lazaga, 1956) o Molokai (Luis Lucia, 1959). También se sigue haciendo cine folclórico, que además logra un enorme éxito popular, con obras como El pequeño ruiseñor (Antonio del Amo, 1953), Esa voz es una mina (Luis Lucia, 1955) y, sobre todo, El último cuplé (Juan de Orduña, 1957), protagonizada por la inefable Sara Montiel. El cine policiaco vive su periodo de máximo esplendor con películas tan significativas como Apartado de correos 1001 (Julio Salvador, 1950) y Brigada criminal (Ignacio F. Iquino, 1950). Y se adaptan esquemas del western a la iconografía del bandolero en filmes como Carne de horca (Ladislao Vajda, 1953) o Amanecer en Puerta Oscura (José María Forqué, 1957). 


Al mismo tiempo, son los años del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC) que, fundado en 1947, lanza a su primera promoción en 1951 y en la que podemos encontrar nombres fundamentales como Juan Antonio Bardem, Luis García Berlanga o Carlos Saura; de las Conversaciones de Salamanca en 1955 bajo la dirección de Basilio Martín Patino; o del trabajo del italiano Marco Ferreri que se estrena con El pisito (1958) colaborando con Rafael Azcona, guionista que posteriormente participa en películas de Berlanga. Precisamente, 1951 es el año del intento de aproximación neorrealista que supone Surcos (José Antonio Nieves Conde) y del debut de Bardem y Berlanga con Esa pareja feliz. Poco después, Bardem realiza Muerte de un ciclista (1955) o Calle Mayor (1956) y Berlanga ¡Bienvenido Mister Marshall! (1952), Calabuch (1956) o Los jueves milagro (1957). Este último punto es que el que a nosotros nos interesa y en el que el neorrealismo tiene una clara presencia, muy lastrada por el contexto histórico que vive el país.

Contexto histórico


Tras más de diez años de aislamiento y con un régimen autárquico, España comienza a ser integrada en la comunidad internacional. Esto se debe a su posición estratégica para los Estados Unidos y su cruzada frente al comunismo. De este modo, por la presión ejercida por los norteamericanos, la ONU revoca la resolución para la retirada de los embajadores. Si bien no se contempla el ingreso del país en la OTAN o en el Mercado Común, será admitido en organismos dependientes de la ONU como la FAO y la UNESCO, incorporándose a la ONU a finales de 1955. Derivado del apoyo por parte de Estados Unidos, se instalan bases americanas en territorio español a cambio de ayuda militar y económica. España entra así en el Plan Marshall estadounidense y aunque la aportación es inferior a la que recibieron otros países al finalizar la Segunda Guerra Mundial, éstos con democracias parlamentarias, sus efectos se dejan notar en el desarrollo del país: se suprime el racionamiento y se decreta la libertad de precios así como la circulación de todo tipo de productos alimenticios. Por otro lado, el progresivo desarrollo industrial desemboca en un desequilibrio entre las áreas rurales y urbanas, aumentando de modo muy importante la emigración del campo a la ciudad. Al crecimiento le acompaña una fuerte inflación que da lugar a los primeros movimientos de protesta por parte de los obreros y al aumento de las movilizaciones estudiantiles.


Políticamente pierde peso la presencia falangista en el gobierno, ganando importancia la presencia de grupos católicos. El catolicismo cada vez influye más hasta el punto que tras la firma del Concordato con la Santa Sede, el clero aumenta sus privilegios y el Estado controla el nombramiento de nuevos obispos. Se trata del catolicismo más tradicional y conservador. La censura, sin una normativa clara que regule que, cómo y porque se prohíbe, controla los procesos creativos desde la gestación del proyecto hasta el estreno de las películas. Con dos objetivos básicos alrededor de lo moral, la exaltación de la religión y el rechazo de todo lo que tenga que ver con el sexo, a los censores sin embargo se les cuelan aspectos relacionados con lo político y lo social especialmente. Pese a todo, muchos filmes procedentes del extranjero son rechazados, no pudiendo verse hasta pasados más de veinte años en algunos casos.

El neorrealismo italiano: unos apuntes


El llamado neorrealismo, así bautizado por el crítico y profesor del Centro Sperimentale di Cinematografia Umberto Barbaro en 1943, surge en un momento muy concreto de la historia italiana. El país se encuentra inmerso en la Segunda Guerra Mundial, tras la cual concluye el gobierno dictatorial de Benito Mussolini, quien lleva en el poder desde 1922. Es el fin de una época y el neorrealismo nace en parte como una reacción a tantos años de dominio fascista y al cine predominante en ese periodo, el denominado “de teléfonos blancos o “caligrafista”, un cine protagonizado por personajes de clase media alta, acartonado (y a veces muy interesante) y nada comprometido con la realidad. Si bien hay una serie de películas que adelantan elementos del neorrealismo, como Submarino (Uomini sul fondo, Francesco De Robertis, 1941), La nave blanca (La nave bianca, Roberto Rosellini, 1941; con guión de De Robertis, un fascista confeso), Cuatro pasos por las nubes (Quattro passi fra le nuvole, Alessandro Blasetti, 1942) y Los niños nos miran (I bambini ci guardano, Vittorio De Sica, 1943), no será hasta la aparición de Obsesión (Ossessione, Luchino Visconti, 1943) y Roma, ciudad abierta (Roma, città aperta, Roberto Rossellini, 1945) que el neorrealismo deje claros sus propuestas. Se trata de mirar de una forma nueva a la realidad, una mirada comprometida con todo lo que está sucediendo y cómo influye en la gente corriente. Así lo expone Roberto Rossellini en una entrevista publicada por Cahiers du cinéma en julio de 1954: “…Para mí es, ante todo, una posición moral desde la que se puede contemplar el mundo.


A continuación se convierte en una posición estética, pero el punto de partida es moral”. Lo que prevalece es la necesidad de la reconstrucción ética de un país y el compromiso moral del cineasta con la sociedad. Dentro de ese posicionamiento moral, se pueden encontrar al menos tres tendencias de acercamiento a la realidad. El neorrealismo sentimental que representan directores como Renato Castellani, Pietro Germi, Alberto Lattuada, Luigi Zampa y, especialmente, Vittorio De Sica. Una segunda corriente es la línea dura llevada a cabo por cineastas marxistas como Luchino Visconti, Giuseppe De Santis o Carlo Lizzani.  Finalmente, el que se denominó “neorrealismo rosa” cultivado casi en exclusiva por el gran Luciano Emmer y el primerizo Dino Risi.

Toni Alarcón y Luis Betrán

miércoles, 17 de septiembre de 2014

DOSSIER INSULA IV

ENTRE ESPAÑA E ITALIA
 
EL CALIGRAFISMO


En España este tipo de cine adoptó un aire peculiar, que en forma muy escasa fue utilizada por los transalpinos. Se trata de la variante histórica o por mejor decir, historicista, y para el gran público de barbas y pelucas. Los estilistas de la forma encontraron un cómodo refugio para hacer circular por caminos sentimentales a los héroes románticos del folletín y la fotonovela, avant la lettre, Juana La loca, María Padilla, Inés de Castro o Cristóbal Colón, vieron pasar sus espectros bajo la luz, tenuemente expresionista de los excelentes directores de fotografía de la posguerra y hasta las puertas del que, no tantos años después, se denominara “nuevo cine español”.


Cuando la moda arrinconó esa clase de cine, aunque como queda apuntado mucho tiempo después en España, para Juan de Orduña, Rafael Gil o Luis Lucia, se abrieron unas perspectivas profesionales únicamente circunscritas a lo que pudieran hacer en España. Si cuando los italianos dejaron de ser caligrafistas, y Amedeo Nazzari pudo ser Don Juan de Serrallonga en España, Aurora Bautista no podría revivir sus pasiones ni en Italia, ni en ninguna otra parte, al dejar de ser posible en España.


Del gusto por el caligrafismo italiano, el español tomó un sentido aristocrático de la Historia. Zorrilla, Tamayo y Baus, y aún Benavente podían ser sus inspiradores; la interpretación de acentos teatrales; la aceptación de la narración río, plena de acontecimientos en el tiempo que servía para afirmar personalidades nacionales, apoyadas por el mundo oficial. Sin embargo todo parecía hacerse sotto voce, y nada plenamente asumido. La influencia de algunos films como Un colpo di pistola o Piccolo mondo antico, fue fácilmente asumido por el cine español si que en ello mediara una fuerte voluntad, justo lo contrario de lo que ocurrirá con quienes aceptaron la influencia neorrealista, expuesta con vehemencia – siempre que la censura lo permitía - a partir de obras como Surcos (Jose Antonio Nieves Conde, 1951). Para los seguidores españoles del neorrealismo era muy importante que se notara por dónde iban sus intenciones estéticas y políticas, mientras que los formalistas del sentimiento no estimaban importante levantar la voz, y decir, quiénes eran, y por qué hacían aquél tipo de cine.


En el cine caligrafista italiano, una obra se alza como magna sepultura. Senso (Luchino Visconti, 1953) batió al caligrafismo en su propio terreno. Aunó los elementos decorativistas que habían devenido superficiales en las obras caligrafistas con otro sentido de la Historia, violento y profundo que agitó lo que habían sido las aguas tranquilas del cine de palazzos, ventanales y cortinas. El caligrafismo ya en aquellos años en Italia era un recuerdo, y Senso, años después, un epitafio para viejas ilusiones perdidas. En realidad a nadie pareció importarle mucho. En España sin embargo la sombra del caligrafismo acabó informando el cine español sin que una fecha, en forma clara y decidida, pudiera mostrar aquello de “hasta aquí llegaron las aguas”.
Adenda: Films españoles caligrafistas con intervención italiana


1943
Dora, la espía   de Rafaello Matarazzo  con Maruchi Fresno, Adriano Rimoldi, Jesús Tordesillas
Noche fantastica  de Luis Marquina  con Paola Barbara y Carlos Muñoz

1944
Empezó en boda  de Rafaello Matarazzo  con Fernando Fernán Gómez y Sara Montiel
de Rafael Gil con Paola Barbara, Rafael Durán, Guillermo Marín

1947
Angustia de Jose Antonio Nieves Conde  con Adriano Rimoldi, Amparo Rivelles, Fernando Nogueras
Cuando los ángeles duermen de Ricardo Gascón con Amedeo Nazzari, Clara Calamai y Alfonso Estela
El ángel gris de Ignacio F. Iquino con Adriano Rimoldi y María Martín
La nao capitana de Florián Rey con Paola Bárbara, Manuel Luna, José Nieto

1948
Conflicto inesperado de Ricardo Gascón con Amedeo Nazzari, María Asquerino, Antonio Bofarull
La vida encadenada  de Antonio Román con Adriano Rimoldi y María Martín
Si te hubieras casado conmigo  de Victor Tourjanski con Adriana Rimoldi y Amparo Rivelles

1949
Don Juan de Serrallonga  de Ricardo Gascón con Amadeo Nazzari y María Asquerino
El sótano de Jaime de Mayor con Paola Bárbara, Jesús Tordesillas, Camilo José Cela y María Brun
Pacto de silencio de Antonio Román con Adriano Rimoldi y Ana Mariscal

1951
El correo del rey de Ricardo Gascón con Cesare Danova e Isabel de Pomés

1953
El tirano de Toledo  de Fernando Palacios y Henri Decoin con Alida Valli y Pedro Armendariz
Sucedió en Damasco de Jose López Rubio con Paola Barbara y Rafael Navarro

1957
El conde Max  de Giorgio Bianchi con Susana Canales, Vittorio de Sica, Juan Calvo
La puerta abierta  de Cesar Ardavín con Amedeo Nazzari, Marta Toren y Rafael de Cordova

1959
Café de puerto de Rafaello Matarazzo  con Amedeo Nazzari, Jose Guardiola, Yvonne Sanson

Emiliano Puértolas/Luis Betrán

DOSSIER INSULA III

ENTRE ESPAÑA E ITALIA
 
EL CALIGRAFISMO


De los movimientos habidos en el cine italiano, que dieron lugar al nacimiento y desarrollo de nuestros géneros y subgéneros, el caligrafismo fue el que más tardó en ser denominado como tal, y cuando el término fue aplicado, a un conjunto de films producidos en Italia en el periodo que media de finales de los años 30 a bien entrados los cuarenta del pasado siglo, en que fue barrido por el movimiento neorrealista en todos los foros de dirección técnica teórica cinematográfica, lo fue con un sentido tan peyorativo que dificultó que el análisis de films y autores, hubiera tenido el suficiente grado de objetividad que les hubiera permitido un nivel de aprecio crítico más acorde con sus merecimientos.


El caligrafismo con su huida de la realidad, su gusto por lo ampuloso y su refugio formalista, conforma los gustos de los espectadores italianos, incursos en una guerra y por tanto una situación política y económica favorecedora de un escapismo bañado en el tradicionalismo nostálgico de otros tiempos, no tan lejanos. Ese gusto romántico, de ensoñación, al borde de la extravagancia que por los mismos días se apreciaba en el cine americano, no era algo que hubiera surgido por generación espontánea, por el contrario estas formas estilísticas hundían sus raíces en el cine mudo italiano, en aquel cine de grandes divas del teatro, la Bertini, la Duse, exaltadoras de los grandes melodramas del siglo anterior; estética caligrafista se detectaba en la por otra parte maravillosa Rapsodia Satánica con música, añadida de Pietro Mascagni, cumbre del decorativismo fantástico al que tan proclive fue en sus inicios el cine italiano. Tampoco el film d’art, búsqueda de la nobleza del nuevo medio en contraposición del divertimento de garita de feria al que parecía condenado, fue ajeno a la visión del mundo, elitista, sentimental y decadente, que despedía el caligrafismo de nuestra época. 


Pero el apoyo artístico más importante para el caligrafismo fue la ópera. Por este terreno el caligrafismo cinematográfico, se embriagó en los aromas de la ópera verista, tratando y consiguiendo en las mejores obras, de absorber de aquéllas ese pozo costumbrista y aún populista, que bien pronto se desgajaron de nuestro caligrafismo para integrarse en el nuevo movimiento que se avecinaba, el neorrealismo, más aún, cuando éste ya bien entrados los cincuenta, recibió en su seno, con gran disgusto de sus grandes teóricos como Guido Aristarco, géneros y subgéneros amparados ahora bajo el paraguas de neorrealismo rosa.


De los directores más acentuadamente proclives a tan formalista movimiento, destaca la figura de Renato Castellani, si bien es cierto que sólo en la primera parte de su obra, de 1942 a 1947, se inscribe dentro de esta corriente. En realidad a partir de 1948, Castellani pasa a ser un neorrealista, en cuyo seno, y a pesar de sus esfuerzos nunca llegó a ser plenamente aceptado. La sombra de su pasado formalista confirió a sus films un aire elegante y distanciado, sin intención política, caracteres bien distintos, de los que sus colegas aplicaban  a sus obras en aquellos años. Cuando en 1954 Castellani gana el León de Oro del festival de Venecia, con Romeo y Julieta  no faltan aseveraciones que presentan su figura como la de un director formalista que no habría dejado de serlo ni cuando hizo sus mejores obras realistas.


Compañeros suyos de estas aventuras como Mario Soldati, Carmine Gallone, Mario Camerini o Rafaello Matarazzo, corrieron suerte dispar. En general se acogieron, bien entrada la década, a un tipo de cine de género más o menos realista, que parecía brotar de la contraposición al neorrealismo, cuando éste acabó soportando adjetivos poco elogiosos en principio, como rosa, aventuras o folletín melodramático.


Para los actores que habían personificado el cine, luego llamado caligrafista, y entonces – para una parte de la producción- de “teléfonos blancos”, como Amedeo Nazzari, Adriano Rimoldi, Isa Miranda, las perspectivas profesionales en Italia, no eran demasiado halagüeñas. Unos optaron por el retiro, otros cruzaron el Mediterráneo para recalar en España, donde en forma más o menos accidentada pudieron proseguir su carrera. En España el caligrafismo se manifestó en forma tan habitual, que bien pudiera decirse que sus directores, lo fueron sin que, conscientemente, se propusieran tal cosa. Aspectos como estar ante melodramas, de contenido moralizante, romanticismo al gusto del pueblo, con raíces teatrales decimonónicas, mirada complaciente sobre la Historia reciente, parecían  plenamente asumibles por un cine de consumo como era el español de entonces. Lejos del realismo que asustaba a las instancias oficiales de la época, y que tantos sinsabores proporcionó a los directores españoles que aspiraban a ser los Visconti o De Sica hispanos. Todo cuanto se manejaba en las áreas del cine caligrafista italiano, podía ser utilizado sin problemas en nuestro país. Por tanto el movimiento duró en España más que en Italia. Cuando allá Un colpo di pistola (1942) era historia, Pequeñeces, en España era la mayor atracción de la temporada 1950-1951.

Luis Betrán/Emiliano Puértolas